Akram Khan Compañía de danza

Director: Akram Khan. Programa: El libro de la selva reimaginado. Coreografía: A. Khan, música Jocelyn Pook. Dirección de arte, animación y vídeo: Adam Smith y Nick Hillel (Yeastculture). Programación: Fundación Baluarte. Sala principal. 21 de enero de 2023. Público: lleno (29, 21, 14 euros. Hay descuentos para jóvenes).

El cuerpo de baile de la compañía de Akram Khan, en los momentos de danza pura que ofrecieron, demostró ser excepcional. Pero, a mi juicio, se vieron un tanto perdidos, y, a veces, camuflados, en toda una selva de tecnología, visuales, ruidosos fenómenos atmosféricos, y, sobre todo, una narración cansina, empalagosa de rugidos, repetitiva de mímicas que querían subrayar un texto –creo que innecesario–, cuya traducción, además, había que leer en supra-títulos; cosa que nos hace elegir, en varias ocasiones, entre leer o ver bailar. Por no hablar de la manida moraleja del cambio climático, la deforestación o la perversidad de los cazadores (cazadores con escopeta, no con arco). Sinceramente, creo que hay que ir al teatro ya concienciados de casa, porque criticar a la civilización desde la más sofisticada civilización (que eso es el formidable montaje de la función), suele caer en saco roto. Todo es deja vú. Bueno, quizás, hay un fondo pedagógico infantil, pero no se cómo lo recibirían los críos. Yo de lo que disfruté, y mucho, fue de la danza. Y si me la hubieran despojado de casi todo lo demás (le sobra casi una hora), la cosa hubiera sido redonda. Porque en esa danza, potente siempre, con citas étnicas formidables y perfectamente realizadas, con pasos muy exigentes (es muy difícil bailar a “cuatro patas”) y una disciplina que cuadra la simetría y la libera cuando quiere… ya estaba expresada la violencia, el lirismo, la ternura, el drama, la tribu… etc. Es cierto que, hoy día pocos espectáculos hay que no rompan las fronteras de su estricta disciplina; aquí tenemos dibujos animados, fondos virtuales, teatro, danza…, pero lo fundamental aquí es la danza, esos cuerpos que sudan y de los que apreciamos el esfuerzo y la belleza sin filtros. Y apenas se salió de la iluminación impuesta por el montaje, algo penumbrosa.

Dicho esto, los dibujos están muy bien hechos, incluso, a veces, conviven bien con el directo. Los elefantes, los pájaros, las ratas, la hierba…, o el disparo lento de la flecha, se ven nítidos y con un movimiento bien conseguido. Los bailarines, por su parte, impactan con su danza. La irrupción del grupo en la música barroca es bellísima. Hacen gala, también, del dominio de la danza a cámara lenta, o de la perfecta sincronía cuando la coreografía manda moverse en simetría; así como del derroche de ternura cuando se agrupan. Los seis bailarines, bajo la percusión, realizan una danza potentísima, violenta, mientras se habla de la tala de árboles. Los cinco que danzan el tema vocal exhiben una delicadeza clásica, y es que la compañía lo puede bailar todo.

En la segunda parte, recalco la danza del comienzo, y la danza con influencia oriental; con pasos de la tradición india –kathak–, e incluso de los entrelazados griegos. Como va dicho, lo bailan todo muy bien. El final, que se quiere un tanto escatológico, con los destrozos que hace la civilización, gana en música con las citas al canto gregoriano, muy bien traído (Kyrie, Agnus de la Misa de Réquiem), para el que se crea una coreografía más suelta, también de indudable poderío, ya con todo el cuerpo de baile al completo. El final queda abierto: Mowgli, la protagonista, debe elegir entre quedarse en la selva o volver con los suyos. En resumen: una magnífica danza en una excesiva envoltura; bella, también, pero repetitiva.