Premio Pritzker, Medalla de Oro de la Unión Internacional de Arquitectos, Premio Príncipe de Asturias, Premio Príncipe de Viana y Premio Nacional de Arquitectura; hablar de Rafael Moneo es recitar un sinfín de galardones pero, también, de edificios reconocibles en todo el mundo. Conocida su biografía y su trayectoria, este hijo predilecto de Tudela se adentra, a sus 85 años, en sus sentimientos y recuerdos para tejer la imagen de aquella ciudad en blanco y negro y dibujar a quienes le rodearon en su infancia con solo nombrarle un apellido. Sencillo, discreto, reflexivo, atento y con una memoria prodigiosa, Moneo rumia las respuestas a las preguntas y las va desgranando mientras el interlocutor tiene la sensación de asistir a una clase magistral. El mundo perdió un certero filósofo y un destacado pintor amante del abstracto (un defensa “voluntarioso” en el fútbol), pero ganó un gran arquitecto que defiende como nadie el aprovechamiento de lo construido y la obligada utilidad de lo que se ha de construir. “La gratitud es una de las experiencias vitales más gratas, la sensación de sentirse querido. Me siento tan pagado por la sociedad que no puedo por menos que manifestarlo”, dijo en la presentación en Tudela de la exposición Rafael Moneo en Navarra, que permanecerá en la Casa del Almirante hasta el 4 de junio y que muestra una visión más humana que la de Pamplona sobre el legado que este navarro deja en su tierra. Rafael Moneo es consciente de que a sus 85 años es momento más de recopilar su conocimiento y obra, que de crear nueva.

Habló en su presentación de lo bueno que es nacer y vivir en un pueblo porque enseña a proyectarse en la vida

Si. Conoces familias, profesiones, cómo cada uno se gana la vida, cómo los sectores productivos proceden… Entiendes que quien cultiva viva de lo que hace y la función de las industrias (que en Tudela eran la Azucarera y alguna conservera). Es la iniciación a la vida más completa. Un niño advierte mejor la complejidad del mundo en un pueblo, donde lo ve todo, que en una ciudad grande, donde es casi imposible saltar más allá del segmento en el que vives.

¿Qué recuerda de aquella Tudela de posguerra?

Recuerdo todo. Por la Casa de Crédito en la calle Carrera, donde estaba nuestra casa y las oficinas de Hidráulica Moncayo, pasaban las galeras tiradas por mulas que iban a trabajar y resonaban las llantas. Recuerdo perfectamente los taxis parados en la plaza Nueva, 4 ó 5, no había más. El valor de todo tipo de comercio, las tiendas al por menor, donde se vendían telas para los sastres, las ferreterías en la Carrera (tan importantes en un pueblo), las escuelas primarias y el colegio. Por un lado estaban los Corazonistas y por otro los Capuchinos. A mi hermano y a mí nos tocó ir a los Capuchinos, que tenían un patio generoso donde corríamos. Tenían unos 70 u 80 alumnos en 2 ó 3 clases distintas que eran atendidas por dos capuchinos, Casiano de Betelu y Cornelio de Lezáun.

En esa Tudela en desarrollo el colegio Jesuitas donde estudió era una pieza fundamental

Muy importante. No habiendo instituto, el centro de enseñanza superior era Jesuitas, un internado con influencia en un área muy amplia. Sobre todo en la zona de Vizcaya y Guipúzcoa por un lado, donde había más bienestar económico que aquí y que enviaban a los niños a Tudela por ser un clima más seco, un lugar más disciplinado y un buen colegio. Un colegio donde en mis años había 415 alumnos de los que solo 70 u 80 eran externos, la masa crítica del colegio era el internado. El perfil del estudiante y del interno tipo era más procedente de Eibar, Mondragón, Vergara, Elgoibar, Zumárraga. También alguno de San Sebastián pero era más raro porque había institutos allí. Venir a Tudela desde San Sebastián significaba que algo raro pasaba, que el alumno era más díscolo y los padres necesitaban tenerlo más distante. También venían de Madrid y Zaragoza, menos desde Vitoria donde había otros colegios.

Una de las salas de la exposición en Tudela 'Rafael Moneo en Navarra', donde se ven sus pinturas. Fermín Pérez Nievas

En aquel colegio despierta a la Filosofía y a la Pintura e incluso editan una revista.

Si hablábamos de Tudela como un mundo; el colegio era un segmento de la sociedad más reducido pero también muy completo. En una clase de 60 alumnos, sentados de 2 en 2, daba para una vida social bastante intensa. Dentro de ese grupo de estudiantes, vivíamos intensamente compartiendo el pan y la sal en todos los momentos del día, se establecían jerarquías. Los más respetados eran siempre los que jugaban bien al fútbol y tenían condiciones físicas. El resto teníamos que defendernos como estudiantes tratando de competir en la vida. La Filosofía, como un campo de estudios que pretendía esa visión más global de las cosas, me atrajo desde el primer momento, aunque no empezaba hasta 4º de Bachiller y estaba fragmentada en Psicología y Ética. La Filosofía y la Historia de la Filosofía me atrajeron pero también la Pintura. Comencé a pintar siendo un niño con 10 años. César Muñoz Sola pintó el retrato de mis padres, primero el de mi madre en 1947, y debimos comprar una caja de pinturas en casa de Monguilot (que surtía junto con Remacha, y Alfonso de todo tipo de cosas a los tudelanos) y debí copiar una lámina pequeña de Van Gogh. No sé por qué, copié ésa de varias que había colgado mi padre en el cuarto de estar y la conservo como oro en paño. Desde esa inquietud intelectual, comencé a gestionar una revista de alumnos que se llamaba El Chopo. Después, con 16 ó 17 años, el primer año que fui a estudiar Arquitectura a Madrid montamos también otra revista que se llamaba Cierzo, con un grupo de personas inquietas de Tudela. Entre ellos estaban Moncho López de Goicoechea. Germán Aráiz, José Antonio Pérez-Nievas, Antonio Gallego... un grupo de jóvenes que hicimos solo dos números en 1954 y 1955. Estábamos arropados o ayudados por un librero importante en nuestra adolescencia que fue Herminio Royo, amigo de todo tipo de iniciativas culturales. Había también en Tudela algunos pintores relevantes como César Muñoz Sola, que había hecho estudios superiores de pintura en Madrid, pero también Rafael del Real, y un pintor amateur José Serrano (con cuadros profundos, un pintor sólido). También en el mundo cultural estaba Fernando Remacha, el más notable y con una producción más solvente.

¿Cómo fue ese cambio de pasar de la Filosofía y Pintura a la Arquitectura?

Lo normal hubiera sido ir a Madrid, por lazos familiares, a estudiar Filosofía o Pintura. Pero mi padre, que era ingeniero industrial y trabajaba en Fuerzas Eléctricas de Navarra (antes Hidráulica Moncayo, que daba electricidad desde Ejea a Caparroso y Tarazona), decía siempre que a él le hubiera gustado estudiar Arquitectura y me animó. Me dijo ‘¿por qué no vas a Madrid y ves si los estudios de Arquitectura te encajan? Creo que vas a estar en este mundo más naturalmente inserto en la vida pública siendo arquitecto que siendo simplemente un intelectual’. Así me encontré estudiando arquitectura en Madrid, que exigía dibujo y dos años de ciencias exactas. Tuve la suerte de acceder muy rápidamente.

La Arquitectura es una de las pocas disciplinas atravesada por Psicología, Sociología, Historia, Arqueología…

Seguramente todas las profesiones pueden verse de esa manera. Es cierto que en el ejercicio de las leyes o la Medicina subyace esa misma esencia de campos distintos, pero en Arquitectura, teniendo que dar razón de las formas con las que construyes y estando afectadas por esas corrientes que les dan sentido, se hace más obvio que esto ocurre. Por eso quizás la Arquitectura es una de esas profesiones que está teñida de un pensamiento más hondo, donde la estética no está apartada de la ética. Es más difícil trasladar eso a cómo se ejerce la Medicina o el Derecho, aunque no sean ajenos a esos principios.

Ha dicho en alguna entrevista que ‘no se puede prescindir de lo construido sin pensar en cómo sernos útil’, ¿es una de las bases de su arquitectura?

Vitruvio, el padre de todos los tratados de Arquitectura de la Roma antigua, habla siempre de firmitas, utilitas y venusta (la arquitectura descansa en tres principios: la Belleza -Venustas-, la Firmeza -Firmitas- y la Utilidad -Utilitas-). Esa triada de categorías ha seguido estando latente. Todo el mundo trata de juzgar a la Arquitectura dentro de esos tres componentes, aunque no quiere decir que sean los únicos. Pero es cierto que han demostrado una cierta eficiencia y no han perdido contenido del todo. La firmitas se refiere a cuánto hay que someter a una obra con el matiz de la buena construcción y de las técnicas. La utilitas llevaría a no olvidar esa utilidad a la que se refiere y a esa condición instrumental que está presente en toda arquitectura desde las primeras construcciones. Finalmente la venustas, que es la hermosura, es esa ambición de, con las formas, instalarse en la naturaleza con algo que tenga valor. Indudablemente ir más allá en este establecimiento de los principios presentes en la Arquitectura nos llevaría a consideraciones que serían más de un curso de iniciación a Arquitectura.

Rafael Moneo en un momento de la entrevista. Fermín Pérez Nievas

El entorno es también otra de las patas...

Obviamente. Pero estaría absorbido por las dos primeras o por las tres. En la actualidad, para la utilitas, hace falta ajustarse, contar con las condiciones climáticas, cómo se instala en el medio. Es obvio que el entorno y el lugar es un condicionamiento primero y, por lo tanto, el lugar pesa para cualquier obra que se construye. Todavía más cuando ese lugar reclama, hoy en día, más conciencia de aspectos como el consumo energético o el consumo del suelo que se produce en la violencia que toda construcción implica. Toda construcción implica transformar el medio natural o cuasi natural que hemos recibido. El paisaje agrícola se transforma a medida que se construye y supone una cierta violencia que viene implícita con esta acción humana.

Aunando todos estos conceptos, habla siempre de la mezquita de Córdoba como el paradigma de la Arquitectura

En toda obra quedan depositadas muchas cosas. En el caso de la mezquita de Córdoba, esos materiales de construcción son directamente reciclados. Ves los capiteles y las columnas que proceden de la civilización inmediatamente anterior sobre la que los árabes construyen y tienen que adaptar el nuevo sistema constructivo que dominan, que es el arco, sobre una arquitectura adintelada como era la romana. Encima también está la voluntad de ese furor guerrero con la que la invasión árabe trata de conquistar tierra, pero también de ganar adeptos a una nueva idea religiosa. Es un ejemplo muy claro. No toda la arquitectura tiene ese valor, desde lo monumental, para expresarse con tanta fuerza. Esa expresión con tanta fuerza se produciría si entendiésemos bien las arquitecturas más modestas y anónimas, pero nunca con tanta evidencia como en el caso de la mezquita de Córdoba y eso lo hace tan valioso.

En una vida tan trabajada, ¿hay algunos proyectos de los que se sienta especialmente satisfecho?

Pienso que he trabajado en todos con la misma voluntad de hacerlo bien, de dar el máximo en todos los proyectos. No veo diferencias entre unos y otros proyectos, como a lo mejor les pasa a los padres de familias numerosas con los hijos, a pesar de que no pueden ser ajenos a afinidades o seguir el futuro de unos hijos con mayor interés, por más que quisieran ser justos y dar el mismo trato. Es más fácil saber qué proyectos han tenido mejor acogida, que seguro que los hay. El Museo de Mérida ha sido un proyecto afortunado, el Kursaal está bien, la ampliación del Museo del Prado, que tuvo tanta polémica, la Illa, un bloque en el centro de Barcelona, o algunos de los proyectos americanos, como Columbia o Princeton, que siendo de utilidad, resuelven el problema que se había planteado. Uno puede darse cuenta de lo que está mejor o peor. También a veces los edificios tienen más o menos valor desde la importancia que tienen en la ciudad. A veces un edificio en una ciudad no tan grande tiene más valor que los grandes. Aprecias más los edificios que exigen mucho al arquitecto, por la importancia que tienen en la ciudad. Un edificio relativamente pequeño, como la ampliación del Ayuntamiento de Murcia, me parece que es un edificio, que no siendo inmenso, tiene más valor que un bloque de casas grandísimo.

Uno de los proyectos que le genera más pasión pero que no se ha podido llevar a cabo aún es el convento de San Francisco de Tudela, ¿cuál es su visión hacia ese espacio?

Son dos cosas. Por un lado, Tudela tiene un poco dispersas las dotaciones culturales que en parte se puede resolver con el Gaztambide, pero realmente no dispone de un espacio para una exposición temporal de cierta importancia o guardar testimonio de artistas más locales. Desde el punto de vista instrumental, que valga para organizar un simposium, que vengan 200 especialistas sean de medicina o de letras, ese el aspecto de esta casa de cultura algo que no se resuelve con Castel Ruiz ni con la Biblioteca. Seguramente contar con un edificio más atento a estas cosas tiene su sentido y desde el punto de vista urbanístico lo tiene mucho y es casi más claro el potencial de un edifico como ése. Tiene bastante intacto ese patio del siglo XVIII, no muy distinto al de Castel Ruiz. Manteniendo ese patio hace más permeable el centro y dignifica ese acceso desde el puente y desde Pamplona, de la otra orilla del Ebro donde la posición del puente, en términos de tráfico, ha quedado desplazada por un movimiento que dicta el nuevo puente. Pero el antiguo puente de Tudela siempre será eso y hace que ese acceso esté dignificado y dé un paso más permeable al centro de la ciudad. Si va adelante yo creo que tendría interés para Tudela. Es un proyecto en el que, en realidad, el papel del arquitecto queda, en cierto modo, al servicio de ese pie forzado del patio y al servicio de la ciudad. No veo que la intervención requiera una arquitectura exagerada sino al revés, una arquitectura respetuosa con esa condición urbanística.

Rafael Moneo (con camisa oscura y gafas, el más cercano a los toros) de joven en un encierro de San Fermín. Fermín Pérez Nievas

Ha dicho que en su etapa con Sénz de Oiza, ‘prendió la semilla del modo en que quería ser arquitecto’...

Oiza era profesional pero también estaba inquieto por dar respuesta y significado a lo que la disciplina tenía. Veía que mantener viva esta actitud, en la que te cuestiones continuamente el significado de aquello por lo que trabajas, tenia su valor. Mi vida en este momento está muy entrelazada con la enseñanza, con hacer partícipe a los otros con lo que piensas o el modo en el que afrontas los problemas. Eso exige la enseñanza, mostrar lo que has recogido de lo que es tu interés por informarte de aquello de lo que tratas. Todo eso ha estado muy ligado a mi trabajo. Si no hubiera trabajado en la enseñanza mi actividad habría sido distinta. Mi perfil profesional viene marcado también por esta conexión con la enseñanza. Seguro que en los 10 ó 15 libros puestos sobre la mesa puede haber alguna aportación personal. Eso también es lo que mis colegas valoran de lo que he hecho. El modo de ser arquitecto, a caballo entre la reflexión y la práctica, es lo que aprendí con Oiza. Al final he escrito más que él, Oiza quedará como un arquitecto más de tradición oral. Fue muy importante como profesor en la escuela de Madrid durante 40 ó 50 años, ha escrito poco, pero es muy respetado. Tengo ante los demás el compromiso de dejar escrito mucho de lo que he hablado en la escuela.

¿Se siente reconocido por Tudela y Navarra?

La vida me ha dado de más. Me gustaría pensar que todos estos premios y reconocimientos que he tenido, que me parecen de más, son un regalo de la vida mas que algo que yo he buscado. Nunca me he postulado para estas cosas. He tenido mucha suerte en la vida. Las circunstancias han cambiado y el modo en que un arquitecto puede hacerse ver en la escena arquitectónica mundial no es la misma ahora que la que me ha tocado vivir. Tengo que estar muy agradecido. No me faltaron los primeros trabajos con los que mostrar lo que podía hacer (Almacenes Gallego, colegio Elvira España o Casa de los Añón, en Tudela, y plaza de toros de Pamplona) y eso me lo dio la sociedad de pueblo de la que hablábamos. Me agrada mucho ver las consecuencias de una obra como la Misericordia que ha quedado en el centro de Tudela con el cubrimiento del Queiles, da paso a la plaza Nueva y la Carrera. Me gusta ver cómo se ha enlazado con Herrerías y cómo ha mejorado con este movimiento. Me alegra tener esta presencia en la ciudad coincidiendo con los años que me ha tocado vivir.

María Forcada, a sus 101 años, en la apertura de la exposición le dijo “no dejes de tener la ilusión de despertarte cada día con un nuevo proyecto, una nueva idea”.

Jubilado sin trabajar seguro que no voy a estar. Más difícil es aceptar si la palabra proyecto es pertinente. En estos años proyectar tampoco cabe porque es mirar hacia adelante. Ganas de trabajar obviamente tengo, pero un proyecto requiere tiempo para verlo materialmente desplegarse y convertirse en algo real. Es estupendo ver a María Forcada con una visión tan optimista de lo que viene. En ese aspecto trabajo con ganas tratando de dejar testimonio de cómo veo las cosas. En estos últimos meses estoy terminando unos escritos y poniendo en limpio una conferencia que di para historiadores de arquitectura sobre la biblioteca laurenciana de Miguel Ángel, en Florencia. Es un ensayo de 30 ó 40 páginas. Dejarlo bien y que quienes vengan puedan tener interés por lo que he dicho o he pensado acerca de eso. No sé si María Forcada piensa que a estas alturas de la vida en que estamos cabe pensar que vas a fundar una empresa como IKEA.