En este mundo globalizado y acelerado, hace mucho tiempo que Miguel Bergasa (Pamplona, 1951) se encuentra a sí mismo en la naturaleza. En una naturaleza, además, solitaria. O en una arquitectura obsoleta. Libre de la intervención humana –al menos, libre en el momento en que captura la foto–. Allí es donde halla el fotógrafo reposo y calma. Autenticidad. Pureza y energía.
De todo ello se llena y disfruta cuando sale a ver qué encuentra, ya sea caminando o en los viajes que hace en coche, siempre con las cámaras –analógica y digital– preparadas y a mano para cuando se da ese momento en que el fotógrafo siente y ve la foto.
La vivencia entonces se materializa y se convierte en evocación abierta a nuevas miradas e interpretaciones, en imágenes como las que pueden disfrutarse ahora en la Galería Ormolú de Pamplona (Paulino Caballero, 42).
Allí, Miguel Bergasa protagoniza hasta el 4 de mayo la exposición Paisajes y soledades. Un recorrido por la vertiente más íntima, pausada y reflexiva de este fotógrafo conocido por sus trabajos documentales con presencia humana, como el que ha dedicado a la comunidad menonita en Paraguay y que expuso el MUN. Esta faceta que se descubre ahora, menos difundida, ligada a la naturaleza y esos lugares que él llama soledades, la cultiva Bergasa “desde siempre”. Desde la década de los 70, cuando vivió durante diez años en Madrid, y salía de allí en una huida del caos y el ruido hacia la calma y el silencio.
Desde entonces ha ido creando e incorporando a sus archivos fotografías de estos dos proyectos, Paisajes y Soledades. Series que siempre ha mantenido “abiertas”, que sigue nutriendo de nuevas imágenes y en las que se ve trabajando en adelante.
Un documento de vida que desaparece
“Siempre he disfrutado de la naturaleza y de esos lugares solitarios, obsoletos o que han ido desapareciendo. Sé que son un documento, esos espacios que en su día tuvieron vida y ahora ya no la tienen”, dice el fotógrafo mientras recorre algunas de las 28 imágenes que muestra en Ormolú, capturadas en distintas fechas desde la década de los 70 hasta la actualidad –la imagen más reciente, tomada en Elorz, es de 2022–.
Meros datos sin relevancia, cuando lo que se respira por encima de todo es la atemporalidad.
Lo mismo en las imágenes que ha capturado en Navarra –de la Vuelta del Castillo, la antigua estación de autobuses de Pamplona, las antiguas escuelas de Zizur Mayor pueblo, el Redín, el palacete del Señorío de Bertiz, el pueblo de Ziga o una barraca de los caballitos de unos Sanfermines–, que en la bella y decadente casa indiana que fotografió en Asturias hace 18 años, el lavadero que encontró en la provincia de Soria que tanto le gusta, el árbol solitario en medio de la nada –o del todo– que le cautivó en la provincia de Toledo, o el singular paraje del Salar de Uyuni que pisó en Bolivia... Miguel Bergasa, más que buscar, se deja encontrar por algo que le motiva, “y si motiva luego al espectador, pues fantástico”, dice.
La España vaciada, la sequía: alertas
La sequía, la falta de vegetación, la España vaciada y deshabitada, laten en estas estampas en blanco y negro en las que es un placer sumergirse. También nos hablan del futuro desolador que espera a la humanidad si no cuidamos nuestro entorno y la naturaleza, porque descuidarlos es descuidarnos a nosotros mismos.
Son, como dice el propio autor, “fotos pausadas, reflexivas; que las piensas, las miras, las encuadras, porque no tengo prisa en disparar. No es un reportaje puro y duro donde buscas el instante de un documento o de una persona, es otra cosa”, dice de estas imágenes que, en el recorrido de Ormolú, también invitan a detener el ritmo acelerado que se nos impone, a mirar y pasear con calma. A sentir y pensar, sin distracciones.
“Disfruto de esos espacios que en su día tuvieron vida y ya no la tienen, y sé que son un documento”
En gran parte gracias al blanco y negro, que te sumerge en la foto con mayor profundidad. “Siempre me he expresado mejor en blanco y negro que en color. Con todos los matices y las escalas que hay, los grises. El blanco y negro es algo que da una uniformidad y atemporalidad a todo el trabajo”, reflexiona Miguel Bergasa.
Tiene claro que “la fotografía es luz”. “Un fotógrafo tiene que buscar la luz, jugar con ella. La luz determina lo que tienes delante y quieres plasmar”, dice.
También influye el estado de ánimo. “Eso para todo tipo de trabajos. Para que salga, tienes que estar primero bien contigo mismo. Por lo menos yo sí, hablo por mí. Porque más que buscar, estas imágenes te salen al encuentro, y hay veces que puedes estar días y días y no haces una sola fotografía. Hay que estar bien con uno mismo, como para cualquier cosa que quieras hacer en la vida”, asegura.
"En fotografía no todo vale"
La mayor parte de las 28 imágenes que descubre al público en Ormolú son de negativo, aunque hay algunas digitales. “Sigo utilizando las dos. Sigo cultivando por nostalgia esa magia del revelado en laboratorio, y también hago digital. Es ley de vida que cambian las cosas, y la tecnología tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Lo digital me parece un gran invento, es cómodo, accesible e inmediato y las calidades son buenísimas, pero se te va el dedo y disparas a tontas y a locas. Con la cámara analógica eres más reflexivo, y para este tipo de trabajos –dice aludiendo a las obras de Ormolú– es más adecuada”.
Igual que la naturaleza se ha masificado, “porque todos somos autosuficientes, tenemos nuestro coche y muchas ganas de ver mundo, lo cual es fantástico”, la fotografía también es un terreno que ha cambiado con la tecnología. “Ahora es mucho más accesible y mucha gente se apunta a ser fotógrafo. Y está muy bien, pero veo que hay mucha prisa, quizá por esa inmediatez que da lo digital. Prisa por publicar un libro, por hacer una exposición... Y los trabajos, para que tengan un peso, requieren ser pensados, requieren tiempo y dedicación. No cualquier cosa sirve”, reflexiona.