El dibujante, ilustrador, director de arte y escenógrafo aragonés ha inaugurado el 15º Salón del Cómic de Navarra realizando un autorretrato de Pablo Picasso en directo.
Sagar Forniés (Zaragoza, 1974) estudió Bellas Artes en la Universidad de Barcelona, ciudad donde reside. Tras su formación, empezó a realizar labores de dirección artística en un estudio de animación, a diseñar escenografías con La Fura dels Baus y a publicar cómics. En su labor como director de arte destacan los diseños y fondos de la película Chico y Rita (2010), del Estudio Mariscal, la escenografía del ballet La consagración de la primavera, de Igor Stravinsky, estrenado en París en 2013, y El amor brujo, de Manuel de Falla, para el Auditorio de Alicante en 2018. Como dibujante de cómic, ha publicado con editoriales como Astiberri y Norma títulos como Cuentas pendientes, con Sergi Álvarez; Dimas, con Andreu Martín, o El mundo perdido, que ilustra la obra de Arthur Conan Doyle. Con Jorge Carrión es autor de Gótico y Barcelona. Los vagabundos de la chatarra, un trabajo de investigación periodística considerado uno de los cómics españoles más innovadores de los últimos tiempos.
En breve, Forniés publicará un cómic sobre el pintor Frederic Remington, otro sobre la vida de Jacques Brel y otro sobre una novela de hace unos años y muy conocida de la que de momento no puede contar nada.
Asier Mensuro comentó el jueves 5 que este es el mejor salón del cómic del Estado, ¿qué opina?
–Lo normal sería decir que sí, ¿no? (Ríe) Este salón es peculiar, sin duda, porque dilata la programación durante casi un mes y eso no tiene nada que ver con el de Barcelona, que es el que tengo de referente y que dura tres días. Ofrecer exposiciones, charlas y otras actividades durante varias semanas es una forma de dar tiempo a la gente para saborear y asimilar las propuestas, en vez de ser el tráiler de una película. De todos modos, esta duración en Barcelona sería inviable, hay que buscar la ciudad adecuada para celebrar un salón así y creo que Pamplona es perfecta. Pero no creo que sea el mejor, más que nada porque no compite con otro. Simplemente es el más especial.
Nada más entrar en las salas del Condestable, sorprende el retablo picassiano que firma en el marco de la exposición dedicada al pintor malagueño. ¿Es una visión personal del artista y de los retablos, que ya nos contaban historias?
–Sí. El cómic como formato apenas tiene 120 o 130 años, pero el arte narrativo secuencial existe desde las pinturas rupestres. Y ya en la época románica, la gente que acudía a misa no sabía leer y, además, los libros estaban en las abadías, así que, cuando acudía a la iglesia, se encontraba con toda la vida de Jesuscristo y otras historias en el retablo. Y la iluminación con velas contribuía a generar efectos en los propios retablos, que es donde yo creo que empezó ese punto secuencial, con una narración que va evolucionando y que tiene un principio, un nudo y un desenlace. Ahí está su conexión con el cómic en general y con esta obra en concreto. Cuando Asier (Mensuro) me pidió obra para esta exposición, yo acababa de hacer Gótico, un trabajo para el Museo Nacional de Arte de Catalunya, que me compró toda la obra para su fondo. Así que no tenía nada.
¿Y qué hizo?
–Entonces, Asier, que estaba enamorado del trabajo que habíamos hecho con Picasso y los retablos románicos que hay en el MNAC, me propuso crear algo que fuera en la misma línea y me puse a ello. Eso sí, quería que fuera una especie de contrapunto, no caer en tópicos como hacer una versión del Guernica, que me encanta, pero que suele ser lo habitual. Así que me decidí por ese vínculo periférico entre el artista y los retablos románicos. Y, bueno, luego, ya en cuanto a las dimensiones, pues se nos fue un poco la mano (ríe).
“Intento no perder la perspectiva del niño que fui y buscar proyectos que me den la suficiente libertad para disfrutar haciéndolos”
¿Qué le sugiere la figura de Picasso?
–Igual suena típico, pero Picasso es el artista español más importante del siglo XX y está entre los tres o cuatro más relevantes del mundo. Para mí, es como el David Bowie de la pintura. Es un artista que sabes que va a preguntar qué se está haciendo en ese momento, se lo van a decir, lo va a copiar, lo va a mejorar y lo va a llevar a más gente. Cuando él empezó con el cubismo, ya lo había iniciado Georges Braque, del que nadie se acuerda como inventor de este estilo. Y más tarde llegó Juan Gris; pero Picasso era una especie de publicista del arte y su trabajo alcanzó a muchísimas más personas. A ver, su trabajo era espectacular, pero no creo que estuviera basado tanto en la originalidad, en su punto rupturista, como en su capacidad de comunicar. En ese sentido, fue el que mejor entendió el carácter del arte en el siglo XX.
¿Y tenía alguna idea sobre la intervención que iba a hacer para abrir el Salón del Cómic de Navarra?
–No, estaba abierto a lo que me dijeran. Y me comentaron que estaría bien crear algo vinculado con la exposición de Picasso, así que pensé en un autorretrato del pintor para que luego se integrara bien en el conjunto.
¿Cómo lleva lo de dibujar con público?
–No me condiciona. Además, me resulta fácil aislarme y concentrarme en lo que estoy haciendo. También me ayuda que he pasado mucho tiempo haciendo sketching en la calle y siempre viene gente a contarme historias sobre lo que estoy dibujando, así que, de alguna manera, estoy acostumbrado a trabajar con público. Es verdad que somos gente que pasamos mucho tiempo encerrados en casa, pero también lo es que el papel es nuestra zona de confort, nuestro refugio. Seguramente, me pondría más nervioso dando una conferencia que dibujando en directo. De las dos cosas, sé que al menos una la hago bien, así que este tipo de actividad no me genera miedo; es más bien como jugar.
Picasso es un personaje controvertido, ¿como artista, le interesan más este tipo de figuras complejas y con aristas?
–Claro, es que así es más fascinante, ¿no? Igual Picasso era un tipo aburrido, pero sabía que generando controversia iba a provocar más fascinación que alguien que no tenía nada que decir. Él decidió asumir ese papel de publicista. En cambio, Dalí me parece un payaso. Era un pintor excepcional, pero el papel que ejerció no es nada interesante. Aparte de eso, ahora vivimos en una sociedad muy evolutiva, y el Picasso que conocimos hace 20 años igual no es el mismo que valoramos ahora. Además, el concepto moral de la sociedad cambia muy rápido y nosotros vamos haciendo juicios con mucha facilidad. De todos modos, un personaje con aristas siempre va a ser más interesante para ir descubriendo sus distintas facetas. Puede que un momento te parezca el mejor artista; en otro, una persona espeluznante; más tarde consigues separar a la persona del pintor...
Hablando de sus trabajos, a lo largo de su carrera, ha cultivado el cómic de tipo social y, a la vez, los proyectos más de entretenimiento. ¿Dónde se siente más cómodo?
–Me siento cómodo haciendo las dos cosas a la vez. Siempre intento tener dos o proyectos en marcha en paralelo. Es como si hoy vas al cine a ver Alien y al día siguiente optas por una historia en versión original de Kiarostami.Las dos cosas te llenan de diferente manera o diferentes zonas. Así que no puedo elegir porque las dos son necesarias para cualquier persona que quiera expresarse. Hay días en que quieres algo palomitero y otros en que tienes claro que tu trabajo también debe tener cierto compromiso porque pasas mucho tiempo con él y, al final, es nuestro único altavoz. Si después de pasarme uno o dos años haciendo un cómic alguna de mis ideas queda, es perfecto. Buscar un equilibrio entre las dos facetas es lo ideal, sobre todo porque este es un trabajo muy vocacional que implica mucho tiempo y mucho esfuerzo.
Con ‘Barcelona. Los vagabundos de la chatarra’, estuvo nominado junto a Jorge Carrión al Premio Gabriel García Márquez de periodismo, ¿con el cómic pasa como con otras manifestaciones artísticas como la literatura o el cine, que a veces es más fácil trasladar la realidad a través de estos formatos que mediante el periodismo?
–Es que la realidad así, en general, no existe. Tú me puedes enseñar un artículo escrito por ti que, a pesar de ser periodismo, es subjetivo. Lo que todos tenemos dentro es nuestra propia impresión de la realidad, pero cuando la exteriorizamos, ya ha pasado por un filtro. Y a la hora de plasmarla, lo importante es encontrar la mejor herramienta. La prensa es la más directa; de hecho, Barcelona. Los vagabundos de la chatarra fue concebido para publicarse en el suplemento semanal de La Vanguardia. Y así fue, pero a Jorge se le calentó el morro y apostó por extender el proyecto y hacer una novela gráfica con el tema. Buscamos la manera nos dimos cuenta de que, en efecto, aquello daba para más. Una cosa que me gustó mucho de trabajar con él es que era capaz de distanciarse de la noticia, de que no le afectara; y también que supiera cuándo había que parar.
Fue un proyecto innovador en muchos sentidos.
–Sí, y él fue consciente de ello en todo momento. Como no podíamos hacer fotos a las personas que entrevistábamos, salíamos a la calle y mientras él hablaba con ellas, yo les dibujaba. Entonces estaba acostumbrado a hacer mucho sketching y el proyecto me llegó en el momento adecuado. Fuera hacía el trabajo de campo y, en casa, la postproducción. También hicimos una cosa muy original, o al menos lo intentamos, que fue eliminar todas las partes del narrador y dejamos solo las palabras que nos decían en las entrevistas. Además, no las planificábamos, sino que hablábamos con los que nos encontrábamos, y creo que eso aportó frescura al trabajo. Como comentábamos antes, este es uno de esos proyectos que quieres hacer y con el que quieres implicarte, aunque sea desde el burladero, desde tu mesa, claro.
Antes ha usado el verbo jugar para referirse a su trabajo. El año pasado, Stéphane Levallois comentó aquí, en Pamplona, que los dibujantes son niños que no han querido crecer, ¿lo comparte?
–Todos los niños, todos, dibujamos hasta que llega un momento, hacia la adolescencia más o menos, en que un porcentaje muy alto lo deja y evoluciona. Así que los que no lo dejamos somos los que no evolucionamos (ríe). Yo creo que no me di cuenta de que tenía que dejar de dibujar y seguí haciéndolo. Por eso, a los dibujantes muchas veces nos pasa que pensamos ‘si esto me falla, no sé hacer otra cosa’... Y optamos por la huida hacia delante. Lo que resulta realmente importante, al menos para mí, es no perder la perspectiva del niño que fui y buscar proyectos que me den la suficiente libertad para disfrutar haciéndolos. Conseguir eso es crucial. Aparte de ese punto de vista, también es relevante verte evolucionar. Tienes que andar en un camino ascendente porque cuando lo haces en plano, llega un momento en que te acomodas y solo trabajas por la pasta. Te conviertes en lo que yo llamo ‘funcionario del dibujo’ y yo creo que todos nos divertiríamos más si lo que hacemos hoy es mejor que lo de ayer o si el proyecto que voy a aceptar me da una perspectiva diferente a todo lo que he hecho hasta ahora. Esa es la parte fascinante de este trabajo que se puede convertir en juego.