Dos eventos de gran magnitud coincidían este sábado por la noche a pocos metros de distancia. Por un lado, el partido de fútbol que enfrentaba a Osasuna contra el FC Barcelona en el Sadar, y por otro, el concierto de Estopa en el Navarra Arena. Una vez más se pudo comprobar que en Pamplona hay público para todo, sobre todo en lo que a grandes aforos se refiere, y ambos recintos se llenaron. Mientras en el evento deportivo todos ya conocerán la gesta rojilla, en el concierto las dos partes contendientes (artistas y público) afrontaron hermanadas el lance y ofrecieron un espectáculo al que no le se le puede poner ningún pero.
Ya los prolegómenos se desarrollaron de manera satisfactoria. Se había hablado del atasco de gente que iba a producirse en la zona, pues el partido comenzaba solo treinta minutos antes que el concierto; ciertamente, impresionaba ver bajar a semejante muchedumbre por los alrededores de la universidad pública, pero el acceso al Navarra Arena se desarrolló sin mayores incidencias y a las 21.30 h., todo el público estaba ya en el interior del recinto. Se daba la circunstancia, ademas, de que era el concierto de mayor capacidad celebrado en el Arena hasta la fecha; y es que el pabellón albergó a catorce mil doscientas personas, cuando hasta la fecha tenía su máximo en torno a los doce mil. La mayor cabida se consigue situando el escenario más al fondo, sobre el suelo del frontón. Ya se anunció el año pasado que NICDO, la empresa que gestiona este espacio, había solicitado la autorización para poder cobijar a dieciséis mil espectadores. Por lo que parece, las gestiones han dado sus frutos.
Pocos minutos antes de que comenzase el concierto, la pista y las gradas estaban prácticamente llenas. En las enormes pantallas de fondo del gran escenario, podían verse proyectadas fachadas llenas de andamios.
La espera se hizo más leve con los dos goles de Osasuna, que fueron celebrados estruendosamente por la concurrencia. Eso sí: cuando los músicos de Estopa salieron al escenario, allí todo el mundo se olvidó del fútbol y se centró en la música. Aunque el dúo de Cornellá venía a presentar su nuevo álbum, Estopía, publicado este mismo año, también está celebrando sus primeros veinticinco años de carrera; en octubre de 1999 publicaron su primer disco, que fue el que los lanzó al estrellato más fulgurante, donde han seguido ininterrumpidamente instalados durante este último cuarto de siglo. Fue a las 21.44 horas cuando, por fin, se apagaron las luces y la banda comenzó a rugir, mientras una señal de Stop se paseaba por el frontal del escenario. Tras una intro, los dos hermanos aparecieron (imagínense la ovación), y se arrancaron con Tu calorro, de su inolvidable debut. En realidad, solo hizo falta que entonasen la primera frase (“Fui a la orilla del río”) para que todo el pabellón se pusiera a bailar y a cantar con ellos. Continuaron con Cacho a cacho, del mismo álbum, que desató idéntica respuesta por parte del público. En realidad, aunque la actuación tuvo diferentes tramos, la concurrencia disfrutó de todas las partes con idéntico entusiasmo.
En un primer momento, el dúo hizo un repaso por algunos de los temas más conocidos de su repertorio (Vacaciones, Cuando amanece o El run run, con la corista, Chonchi Heredia, ahí es nada, cantando maravillosamente bien). Las visitas a su último trabajo fueron escasas y bastante esporádicas (en el primer tercio, solo sonó El día que tú te marches). El sonido era poderoso, no en vano llevaban una banda de lo más nutrida (guitarras, teclados, coros, batería, percusiones…), que basculaba entre la rumba vacilona y el rock más peleón. Bajaron después las revoluciones y los hermanos se sentaron para encarar una un puñado de baladas (Hemicraneal, Sola, de su último álbum, y Ya no me acuerdo). Con La raja de tu falda, el himno que los encumbró en el 99, recuperaron la intensidad. Prolongaron el nuevo acelerón con Poquito a poco, pero fue un pico tan intenso como breve, preludio de un set acústico, con los músicos sentados y Chonchi, de nuevo, exhibiendo el poderío artístico de los Heredia, cantando sola y por derecho las partes más flamencas, y acompañando y jaleando en las siguientes: El del medio de los Chichos y La rumba del Pescadilla, la tercera que interpretaban del último disco, que fue precisamente la que sonaba a cierre de esta edición.
Se llevaba entonces hora y cuarto de actuación, aproximadamente la mitad de lo que suelen durar sus conciertos. Aún quedaba noche, aún quedaban canciones y aún quedaba mucho que celebrar. El público y los músicos, desde luego, estaban dispuestos a ello.