Amor, desamor, pasión, tedio, espera, culpa, memoria, olvido, soñada rebelión... Son algunos de los conceptos que habitan Caer, nuevo poemario de Margarita Leoz (Pamplona, 1980). Editado por La Isla de Siltolá, no se trata de un trabajo confesional ni de autoficción, aunque la voz femenina que encabeza los poemas tiene, inevitablemente, elementos de vida real e imaginada de la autora, que, sin hacer ruido, se ha hecho un hueco entre los más destacado de la poesía española contemporánea. Y es que, como dice Sergio del Molino, “narra las catástrofes cotidianas con la delicadeza letal de quien sabe manejar un bisturí”.
He leído en una reseña que la califican de enigmática y escurridiza. ¿Qué le parece?
– (Ríe) Creo que no soy así, pero, bueno, quizás sí que me gusta llevar mi camino, literariamente hablando. Siempre escribo lo que me apetece y lo que me sale dentro, no sigo la moda imperante o lo que yo crea que el lector espera. Por ejemplo, no esperaba volver a escribir poesía, mi primer poemario, El telar de Penélope, es de 2008, pero, a veces, me sorprendo a mí misma por los caminos literarios que tomo. Quizá el comentario de Juan Marqués iba por ahí, no sé...
Francisco Javier Irazoki también dice que Margarita Leoz “no necesita hacer ruido” porque “va sola con su talento”.
–No tengo redes sociales, pero no por nada, sino porque me distraería. Como todos, dispongo de poco tiempo para escribir, y el que tengo lo utilizo para sacar el mejor fruto de lo que voy a publicar. En ese sentido, sí que estoy muy encerrada, concentrada, en mi escritura. Además, trabajo muchísimo el estilo, cada palabra es la que tiene que ser, y corrijo mucho hasta dar con el libro final. Todo está muy pensado, hasta la última coma. Para conseguir eso, no es que sea una genia, es que necesito muchas horas de dedicación.
Antes ha comentado que, a priori, no pensaba volver a publicar poesía. ¿Qué ha ocurrido?
–Cuando empecé a escribir Caer, había terminado Lo que permanece, una novela de no ficción que sale en febrero del año que viene y que surgió de la vivencia personal de la muerte de mi padre. En ella trato temas como el duelo, la relación padre e hija, la memoria y su reconstrucción... Es el libro que más me ha costado escribir por múltiples motivos, también literarios y de construcción narrativa, y ha sido agotador a nivel personal. Así que cuando lo acabé, sentí que necesitaba un proyecto literario que se situase en las antípodas de este manuscrito. En un principio, quería volver a la ficción y escribir algo que estuviese muy alejado de ese texto. Por eso digo también que este es un poemario de ficción, con personajes inventados, una historia, una trama, un desarrollo y un desenlace. Es un libro de ficción en poesía. Luego me he dado cuenta de que, como decía, los libros están conectados, porque, en el fondo, Caer es también una historia de duelo por un desamor, por la separación de unos amantes.
"Parece que la poesía siempre se relaciona más con lo confesional que la narrativa, cuando el yo poético no tiene por qué equivaler directamente al poeta"
¿Está relacionada esta vuelta a la poesía con sus viajes de los últimos años a distintos países de Latinoamérica para participar en eventos literarios?
–Sí. En mis visitas a Honduras, Bolivia o Paraguay mantuve contacto con muchos poetas y también entonces volví a escribir prólogos a poemarios y crítica literaria de poesía. Así que, tal vez por leer tanta, me dieron ganas de volver a escribirla. Precisamente, Caer conserva una influencia atmosférica, cierta ambientación, de ahí las lianas, las cascadas salvajes, las hamacas, las casas con patio, las catedrales amarillas... Esas pinceladas paisajísticas son la única parte autobiográfica del libro.
Claro, muchas veces caemos en la tentación de identificar los textos con sus autores/as.
–Parece que la poesía siempre se relaciona más con lo confesional que la narrativa, donde podemos encontrar desde memorias descarnadas y abiertamente confesionales hasta ficción. El yo poético no tiene por qué equivaler directamente al poeta. Es cierto que entrar en la intimidad, real o ficcional, y Caer es un poemario de intimidad, siempre reviste peligro. Y, bueno, creo que todo debe ser personal. He aprendido que todo lo que escribimos debe pasar por un tamiz propio, incluso las reseñas o críticas. Un texto siempre funciona mejor cuando tiene una conexión con quien lo escribe, cuando solo lo podrías haber escrito tú y nadie más, lo que no quiere decir que necesariamente tenga que ser autobiográfico.
¿Por qué el verbo caer?
–Creo que tiene relación con la culpa, que es un tema que me interesa muchísimo y que creo que está presente en todo lo que escribo. En Punta Albatros era uno de los temas principales y había un epígrafe de Ana Karenina que decía ‘nos perdonarán no por lo que nos merecemos, sino por misericordia’. Y siempre recuerdo una frase de un cuento de Juan Villoro en el que un personaje dice ‘sin culpa no hay historia’. Es un gran motor literario. A la vez, caer tiene algo placentero, hay algo seductor en esa idea de volar tu vida en pedazos, como se dice en uno de los poemas. Y también me parece que la caída, en el caso de este personaje, es una especie de reafirmación del yo, de un yo que permanecía oculto y aplastado por la faceta pública, social.
¿A qué se refiere?
–A que los poemas no hablan tanto de dos amantes que buscan la realización de su amor, porque es un amor sin futuro, sino de un personaje que busca su liberación personal mediante ese amor, como podría hacerlo mediante el ejercicio de la escritura, por ejemplo. Esa liberación, ese ‘yo no renuncié’ del último verso, no está exento de culpa, porque, para mí, en las buenas historias no hay vencedores ni vencidos, sino que hay un montón de matices y claroscuros. También en esta historia de amor, que es una herida que duele, una cicatriz, pero a la que la protagonista no renuncia, quizás porque los grandes amores no pueden darse sin caídas.
Al final, somos nuestras heridas y cicatrices.
–Exactamente. Y también somos una reconstrucción de nuestro pasado. Esta idea me interesa mucho, cómo reconstruimos literariamente el pasado o cómo reconstruimos la memoria, sea real o ficcional. Porque, finalmente, todo acto de escritura, es una construcción y, por tanto, una ficción, porque, cuando construimos con palabras, elegimos lo que queremos contar y lo que no, lo dejamos en penumbra.

¿Lo velado es su gran aliado?
–La poesía aporta silencio y necesita secretos, y Caer es una historia de secretos.Habla de una relación amorosa secreta e inconveniente donde no es necesario contarlo todo, sino solo lo esencial. Sería incluso peligroso para estos personajes dar demasiados detalles. Tanto la poesía como el cuento tienen esa ventaja de poder mostrar unas partes y ocultar otras. Y eso da mucho margen para la sutileza y la sugerencia. Esta historia pedía velos, y la poesía me los facilitaba. Además, en esos huecos es donde entra el lector a reflexionar y colaborar para completar el sentido.
Hemos convenido que la autora no es la mujer que protagoniza ‘Caer’, pero ¿Margarita Leoz también escribe para engañar a la ausencia?
–Probablemente sí. Hay corazas que comparto y también podría suscribir muchas de sus palabras. Más allá de la cuestión del amor, de la culpa, de la memoria o incluso de la creación de los personajes, este es un libro en el que me interesaba indagar sobre la multiplicidad de las fragmentaciones del yo. Como hablábamos antes, a menido se confunden los papeles del escritor, del narrador y del personaje, y más aún en poesía. A mí me gusta jugar un poco a desetiquetar y a romper expectativas, no sólo como escritora, sino también como lectora. Me gustan los libros que me descolocan, que me mantienen en vilo, que no dan casi nada por sentado. En este sentido, en Caer tenemos a una mujer que vive dos vidas, una es la que proyecta hacia el exterior, la de esposa, madre e hija, y otra es la de la mujer que tiene esa relación secreta. Siempre me ha interesado esa distancia entre quiénes somos y la imagen que proyectamos, entre nuestros anhelos más íntimos y las obligaciones sociales o familiares, entre el papel que representamos ante la sociedad y quiénes somos en realidad, entre lo que debemos hacer y lo que hacemos, entre lo que debemos sentir y lo que sentimos.
¿Queda algo de ‘El telar de Penélope’ en este poemario?
–Fíjate, al principio pensaba que nada, que había evolucionado mucho, pero sigo viéndome, no solo en ciertos motivos como el amor, el desamor, la espera, la ausencia, o en la ambientación, sino también en maneras de trabajar. Todos mis libros son distintos porque para mí es importante no repetirme y buscar un nuevo reto, pero a la vez se parecen. La preocupación por el estilo siempre está. Es como si hubiese algo inconsciente que siempre te llevase a indagar en los mismos temas. Al ser tan narrativo, alguien me preguntó por qué Caer no era una novela o un cuento, y pensé que podría haberlo sido y que puede que acabe siéndolo, porque escribir sobre facetas distintas de un asunto en varios libros no es nada inusual. Annie Ernaux, por ejemplo, tiene dos libros sobre su madre y otros dos libros sobre una relación amorosa. Las personas que escribimos siempre estamos sobrevolando los mismos temas y cuando creemos que los hemos decorticado hasta hasta el fin, nos damos cuenta de que no. Siempre hay algo que nos hemos dejado en el tintero y volvemos sobre ellos.