Mikel Okiñena (Etxaleku, 1973) es un buscador de formas, texturas, gestos, trazos. Un explorador de las posibilidades de materiales como la madera, el metacrilato o el metal.
El arte, y en especial la escultura, es un alimento vital que necesita, “el amor” que le ha “acompañado” toda su vida.
De niño dibujaba por disfrute y como “vía de escape”, y ya con 13 años empezó a sentir que ese medio de expresión era su vida. “A esa edad fui a Teruel con los Padres Paúles, vivía con ellos en un seminario muy grande y, como me gustaba dibujar, me dejaban una habitación enorme con una gran pizarra y unas sábanas”, recuerda. Y ahí se explayaba en una búsqueda que años más tarde orientó hacia la escultura, y que hoy continúa con la misma pasión.
Dos décadas de creación
Lo comprobará quien se acerque al Palacio del Condestable. Allí, en la planta baja, Mikel Okiñena ha trasladado las baldas y peanas de su taller de Irurtzun y las ha llenado de esculturas, que, junto a otras obras de pared, lucen en una retrospectiva de sus dos últimas décadas de trabajo.
XX –título de la exposición, que alude a esos veinte años de creación– puede disfrutarse hasta el 23 de este mes de febrero en un lugar muy transitado. “Era el sitio que quería. Me ofrecieron otras salas con mejores condiciones de luz y mejores posibilidades para colocar las obras, pero yo quería un sitio por el que pasase mucha gente, aunque no fuera muy elegante. Quiero dar a conocer mi trabajo y la variedad de lo que hago”, dice mirando algunas de las 84 piezas que acerca al público.
"Me mueve esa sensación de lograr una obra que está por encima de mi capacidad"
Entre algunas hay veinte años de diferencia, y sin embargo todas respiran actualidad. Atemporalidad. Hay esculturas en madera –boj, haya, pino o piezas a base de “ramitas lacadas”–, otras en metal –acero corten, acero galvanizado, aluminio–, como la serie de piezas que simbolizan folios plegados y que surgen de los diseños para los Trofeos Literarios Juul que le encargaron al artista; y coloridas esculturas en metacrilato que son quizá por las que más se le conoce –dos de ellas en gran tamaño lucen al pie de la Autovía del Pirineo A-21, en el término de la Venta de Judas–.También están los “garabatos” de pared –así los llama– y sus evocadores neones –en esta exposición no ha podido colocar ninguno–, cuadros en madera intervenida con dibujo en grafito, con pintura al óleo...
Un recorrido rico y diverso en formas y materiales, y a la vez armónico y coherente porque todas las piezas parten de una misma intención: “buscar algo más o menos perfecto casi de casualidad”.
"Las buenas ideas llegan siempre trabajando"
Esa casualidad es en realidad trabajo y trabajo. “Ahí es donde a veces surge eso que no sé muy bien explicar con palabras. Esa sensación de que has dado en el clavo o has descubierto un filón, algo que no esperabas. Esa sensación de haber logrado una obra que está por encima de mí mismo, de mi capacidad”, dice Mikel Okiñena sobre sus esculturas, que surgen de reflexiones y sensaciones acerca del proceso creativo.
También de imágenes concretas. “Veo una palmera y me sugieren sus formas”, cuenta, remarcando que “las buenas ideas llegan siempre trabajando”. Aunque a veces recurre a la figuración, él se encuentra cómodo en el arte abstracto, “por ponerle un nombre, porque no sé si esto es abstracto o no... En cualquier caso, son imágenes que no tienen por qué significar nada”. Y, sin pretender significar nada, apuntan mucho. Apuntan a una espiritualidad y un deseo, a un anhelo elevado.
"Que la gente sepa que existimos"
Al creador de Etxaleku le gustaría que la gente que pase por su exposición se vaya con la certeza de que “todavía hay escultores y artistas”.
“Una vez alguien dijo que los artistas se habían pasado de moda, como los que hacían herraduras de caballos. No sé, yo solo me encierro en mi estudio y creo, no sé en qué medida se valora este oficio o no, pero conozco gente muy buena que ha dejado de trabajar, y eso me da mucha pena. Y en parte es culpa de los que mandan en el arte en Navarra. No están haciendo bien su trabajo. Si ellos no se creen que esto es importante para la gente… Por mi estudio nunca han pasado directores de cultura, ni técnicos de artes plásticas ni comisarios de exposiciones… y si eso me pasa a mí, quiere decir que le pasa a cualquiera. No puede ser que José Miguel Corral no pinte porque no venda. O que José Ramón Anda, el mejor escultor de madera del mundo, no pueda sobrevivir con la escultura”, lamenta Okiñena, que tiene obra en el espacio público en Barasoain, la Venta de Judas, Sabiñánigo, Castilla La Mancha, Burgos, en campus universitarios de Bilbao y Álava, y que cumpliría “un sueño” si le encargasen una escultura para la ciudad de Pamplona.
Mientrás, él seguirá dejándose asombrar en esa búsqueda que es el arte, que a veces culmina en un logro y que, por suerte para quienes lo contemplamos, nunca cesa.