Son mujeres referentes para las que se aventuran a hacer hoy cine documental. Encontraron en este arte una “salida” y una vía de autoconocimiento y de conocimiento del mundo en plena adolescencia; una pasión que se mantiene viva, tal y como se palpó este viernes en la mesa redonda que las realizadoras pioneras del cine documental en territorio vasco-navarro Mirentxu Loyarte y Ana Díez compartieron junto a la historiadora Natalia Ardanaz en el marco del festival Punto de Vista.

La sala Bulevar de Baluarte fue escenario a mediodía de este encuentro moderado por María Pilar Rodríguez y fruto de la colaboración del festival con (H)emen y CIMA, Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales, y que contó con el apoyo del Ayuntamiento de Pamplona.

Los trabajos de Mirentxu Loyarte, Ana Díez y Natalia Ardanaz han dejado huella y han conseguido que sea la audiencia la que encuentre unas veces las preguntas, otras las respuestas; sin moralinas, sin verse forzada a defender esto o a identificarse con lo otro; que saque sus propias conclusiones de lo que se le muestra”, destacó la experta en cine documental vasco-navarro y coordinadora del libro-ensayo Cineastas Vascas, María Pilar Rodríguez, al presentar a las homenajeadas. Mirentxu Loyarte, directora de Irrintzi e Ikuska 12: Euskal Emakumeak; Ana Díez, directora de Elvira Luz Cruz, pena máxima o Ander eta Yul; y Natalia Ardanaz, doctora en Historia Contemporánea que ha trabajado recopilando la memoria de las pioneras del cine en la zona vasco-navarra, reflexionaron juntas sobre sus inicios en el cine documental, que consideran “una forma de mirar el mundo”.

En el caso de Mirentxu Loyarte (Pamplona, 1938), “todo se confabuló“ para que la “salida” al “vacío” de su adolescencia fuera el cine. “Después de un año en que estuve absolutamente perdida, tomé la determinación de lanzarme como escritora, estaba escribiendo una novela, soy noctámbula y me levantaba a las tres de la madrugada para concentrarme. Intentaba expresar en la novela el silencio con un montón de palabras, fue un problemón. Y cuando terminé esa escritura, me dijeron: es que esto parece más un guion de cine. Yo me quedé muda. Pues sí, es verdad. Yo era muy forofa del cine, iba a una vez a la semana. Y así fue. Encontré esa vocación en el silencio”, recordaba Loyarte, apuntando que cuando se planteó estudiar cine tuvo claro que “no podía ser en Madrid, yo venía de una familia antifranquista, de un ambiente politizado…”. Así que fue a París. Y allí comenzó todo. “Vi claro que el cine era lo que me interesaba y la forma perfecta para expresar lo que yo veía”.

Una década más tarde, se inició Ana Díez (Tudela, 1957). “Yo soy hija de mi generación, y para mi generación el cine era fundamental para interpretar el mundo, la política, el sexo, los afectos. En esta ciudad, aburrida y lluviosa, no había nada que hacer, había que inventarse; eso sí, Pamplona era la ciudad con más cineclubs de España, y a los 15 años descubro que puedo ir sola al cine entre semana, sin pedir permiso a nadie, y me meto a ver películas como posesa, sin entender nada: Bergman, Rossellini… todo el cine europeo, fantástico”, decía, recordando que “en aquel momento el cine era una cosa muy social, quedábamos entre amigos para comentar las películas que habíamos visto”.

Ana Díez tampoco quería quedarse en Pamplona ni estudiar cine en Madrid, así que tras estudiar Medicina y seguir cultivando esa pasión por el séptimo arte como espectadora, viajó a México a hacer un doctorado y descubrió allí una escuela de cine. “Me matriculé y empecé a ver el mundo de una manera en que nunca antes lo había visto. Ya seducida totalmente, tuve claro que no haría ya otra cosa en mi vida que esto”, destaca la realizadora.

Natalia Ardanaz, doctora en Historia y especialista en cine y género, coincide en que en los años 80 “esto era un páramo”, así que de adolescente se metió en el cine y descubrió “una pasión” que combinó con la Historia. Al terminar la carrera se trasladó a Barcelona a investigar el cine como vía de representación de la historia, y se centró en “una parte que seguía sin analizarse: el cine de mujeres de los años 70 y, en concreto, el destape”. Explorando las representaciones de género en el cine y las producciones cinematográficas con origen en Navarra y Euskal Herria, rastreó trabajos y realizadoras y llegó hasta Ana Díez y Mirentxu Loyarte, dos figuras “clave”, dice, que hay que conocer y reivindicar.

Territorios políticos

Dos mujeres que han transitado territorios políticos con su obra y han sufrido la presión de la censura. Como la que se ejerció sobre el cortometraje Irrintzi de Mirentxu Loyarte, que se estrenó en su día en el Zinemaldia y, paradójicamente, fue premiado en el festival a la vez que silenciado. “Era el 78, la muerte de Franco llevaba dos días. Yo venía de Latinoamérica y sentía que empezaba un nuevo ciclo. Llegué con Irrintzi y resultó llamativo, tuvo bastante éxito. Pero el Festival de San Sebastián, donde se estrenó, recibió la queja del Gobernador Civil diciendo que yo había hecho propaganda política, que me había pagado ETA… Iban a detenerme, pero el director del Zinemaldia le convenció de que precisamente si me detenían se iba a conseguir la mayor propaganda política... y a mí me fastidió”, reconoce hoy entre risas Mirentxu Loyarte. “Preferiría que me hubiesen detenido, porque lo que vino fue el silencio, durante mucho tiempo. Se impidió que Irrintzi se proyectase en otros lugares y se retiró”.

Ana Díez también ha estado rodeada de polémicas por las cuestiones políticas que ha reflejado en su cine. En Ander eta Yul, y hablamos del 87, ya en el mismo rodaje el Ministerio del Interior del PSOE nos negó enseñas policiales, coches policiales, informes policiales, y eso que estaba coproducida por TVE; el día que iba a emitirse por ahí se suspendió… luego le dieron el Goya a Mejor Ópera Prima… Sufrí las consecuencias de una realidad: el problema de ETA fue manejado políticamente, y sigue siéndolo, y no se entiende algo que no es a favor o en contra… Si te metes con un tema político candente sin posicionarte, lanzando preguntas, resulta complejo adherirte”, reflexiona.

El destape es otro tema tapado. “No se ha investigado sobre este movimiento tan cutre de abuso del cuerpo femenino, con un discurso machista máximo. Pero a mí me pareció siempre importante analizarlo. Transmite el discurso de las mentalidades de la época. Sobre esos cuerpos hay muchos discursos. Soterrada está toda esa represión, esa censura y ese discurso moral sobre cómo se debe ser. Y es necesario un análisis sobre la memoria y sobre esas verdades soterradas”, defiende Natalia Ardanaz, quien apuesta por “poner en valor el cine como una fuente para conocer el pasado, quiénes somos, para reflexionar. Desde esa perspectiva es muy interesante. Pero siguen saliendo más episodios morbosos, como el caso de Bárbara Rey, y todavía falta profundizar. Como si nos quedásemos otra vez en la epidermis”, lamenta.

Las tres ven el cine documental como “una mirada al mundo” que es “marginal”, como la poesía, “y eso es genial”, valoran, destacando la capacidad de este lenguaje y medio de expresión “para lanzar preguntas, más que para dar respuestas”.