La tragedia del pequeño Julen no ha dejado a casi nadie indiferente. Solo una pequeña proporción de corazones de hielo han podido mantenerse al margen del espectáculo que algunos medios han montado. Un espectáculo que no ha tenido piedad y que ha sido retransmitido hasta el hastío. Y no sería fácil mantener el corazón helado al pensar que un pequeño de dos años estaba ahí abajo encajonado, herido o probablemente muerto. La idea de que el destino hubiera convertido a este pequeño en un superviviente milagroso se vino abajo la madrugada del sábado cuando la realidad tumbó las millones de conjeturas en las que nos habíamos metido. La realidad puso un poco de cordura en ese espectáculo exagerado en torno a la muerte de Julen. Pero el espectáculo no para. Ha sido tan lucrativo que los estertores de la posible culpabilidad serán explotados también hasta el paroxismo. Cruzar la línea entre la información objetiva y el acontecimiento sobredimensionado está al alcance de unos pocos. Pero esta vez, esos pocos resulta que han sido muchos. Muchos los que se han aprovechado de que el suceso contara con todos los alicientes como para que no se tuviera en cuenta el morbo exagerado que esta tragedia ha despertado en demasiada gente. Al desmedido tratamiento se le ha unido el de miles de practicantes del cotilleo que han elevado el asunto a tema recurrente en cada conversación. Si algo ha demostrado el caso de Julen es que los medios más canallas alimentan muy bien los comentarios de las redes por lo que se expanden a velocidades nunca vistas hasta ahora. Ya sabemos la de bulos que se pueden difundir en unas pocas horas. Ahora toca el turno de poner en cuarentena estas prácticas. Aquí el único milagro de todo este triste asunto ha sido comprobar que el cotilleo superó la velocidad del sonido. Un sonido insoportable que jamás debería volver a reproducirse de ese modo.