El Tribunal Constitucional ha corregido una sentencia del Supremo contra la utilización indiscriminada de cámaras ocultas por parte de algunos programas de televisión, poniendo límites entre la libertad de prensa y el espectáculo. Que no se vengan arriba porque tampoco es que hayan resuelto el problema. Una cosa es que el periodismo use una cámara oculta como herramienta para encontrar información y otra muy distinta abusar de esas cámaras para construir relatos más que para aportar las pruebas que cercioren las hipótesis periodísticas. Muchos programas de televisión se escudaban en la cámara oculta para hacer trampas a la hora de conseguir comentarios y planos incriminatorios. No está mal esa decisión de apartar este tipo de periodismo tramposo. Su validez depende casi siempre del orden: se persigue la verdad o el espectáculo. Si el segundo prima sobre la primera entonces hay que pensar que el periodismo desaparece para que su lugar lo ocupe la manipulación. Ocurrió en Alsasua la semana pasada: un equipo de grabación tomó unos planos de una entrevista de Inda a Casado. Pero se utilizó a la inversa: fueron entrevistador y entrevistado quienes utilizaron una especie de cámara oculta para grabarse en un bar sin permiso y también a la gente del exterior presentándolos como previsibles agresores necesarios de su invención. Este caso ni acabará en el Tribunal Supremo ni en el Constitucional. Seguramente se diluirá sin que nadie aclare nada por las alcantarillas que es donde quieren colocar la campaña electoral. Por si había dudas, ya sabemos que hay periodistas como Inda y partidos como el PP de Casado dispuestos a utilizar toda la maquinaria de las noticias falsas para su causa. ¿A quién le temblará la mano para creerse en la legitimidad de usar la mentira y la manipulación para ganar unas elecciones? Por que parece que a la justicia aquí, ni está ni se la espera.