ATLÉTICO DE MADRID 3 Courtois; Juanfran, Miranda, Godín, Filipe Luis; Mario Suárez, Gabi; Diego (Koke, min.90), Arda Turan (Domínguez, min.93), Adrián (Salvio, min.88); Falcao.
ATHLETIC CLUB 0 Iraizoz; Iraola, Javi Martínez, Amorebieta, Aurtenetxe (Ibai Gómez, min.46); Iturraspe (Iñigo Pérez, min.46), Ander Herrera (Toquero, min.63), De Marcos; Susaeta, Muniain, Llorente.
Goles 1-0, min.7: Falcao. 2-0, min.34: Falcao. 3-0, min.85: Diego.
Árbitro Wolfgang Stark (ALE). Amonestó a Falcao por el Atlético; y a Ander Herrera, Amorebieta e Iñigo Pérez por el Athletic.
Estadio Nacional de Bucarest. 52.347 espectadores.
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bucarest. El Atlético de Madrid se adjudicó su segunda Liga Europa en tres años tras imponerse con una autoridad incontestable (3-0) al Athletic Club en un encuentro tremendamente desigualado, donde los bilbaínos pagaron cara su bisoñez ante un conjunto colchonero muy maduro, que tuvo en Falcao y en sus dos goles al elemento diferencial.
La final la decantó un colombiano, Radamel Falcao, que firmó dos soberbias obras de arte encarnadas en goles para su equipo. El Tigre demostró que aumenta su rendimiento en las grandes citas, tras el título de Liga Europa que otorgó al Oporto el curso pasado anotando el único gol de la final.
Pronto se abrió la veda. En el minuto 7, Falcao recibió un inocente balón en el pico derecho del área de Iraizoz. Tras controlar el esférico y otear el horizonte en busca de ayuda, el Tigre aprovechó su soledad y la permisividad de los zagueros bilbaínos para caracolear, perfilarse y sacarse de la chistera un zurdazo que se convirtió en gol tras atravesar la escuadra y clavarse en los corazones de los más de 13.000 vascos que acudieron a Bucarest.
Antes y después de la estocada del colombiano, el Athletic no se encontró cómodo sobre el césped, con un campo de minas ideado por Simeone para neutralizar el trato de balón vertiginoso al que acostumbra el equipo de Bielsa.
Según se iba consumiendo el encuentro, Falcao mutó de gigante a islote, dentro de un Atlético de Madrid más preocupado de enfriar el fútbol que intentaba cocinar el equipo vasco. Cuando el duelo se doraba en el horno, tomando el color verde de la casaca del Athletic, de nuevo emergió el 9 atlético. Una pelota sin peligro cayó en los pies de Amorebieta, que se entretuvo en cabriolas sin sentido que dieron con Arda habilitando a Falcao. El colombiano se retorció en el área, pisando el balón para cambiar de dirección y tumbar a Aurtenetxe y al propio Amorebieta, y por segunda vez soltó un violento mandoble para anotar con autoridad. La acción de Falcao domó a los leones, y aún más, los minimizó al nivel de un felino doméstico. Con la ventaja de 2-0 concluyó un primer acto en el que brilló un único equipo, liderado por un colosal y certero Falcao.
tímida reacción La notable empresa de remontar, o al menos empatar, el envite en 45 minutos propició que Bielsa mirase al banquillo para introducir savia nueva en sus alicaídas filas. Si bien el revulsivo resultó tan efervescente como efímero, con un par de acciones nacidas de la garra que apenas inquietaron a Courtois y no tuvieron continuidad alguna en el juego.
El guión del balón por el piso no le funcionó al Athletic, por lo que comenzó a probar con los balones aéreos en dirección a Llorente. Pero toda acometida resultó estéril ante un equipo entregado en cuerpo y alma a la defensa. De rigor es reconocerle al Athletic numerosas jugadas embarulladas en el interior del área del meta belga, donde no mostró la clarividencia necesaria para anotar su primer gol.
Cuando el partido parecía empantanarse, por enésima vez surgió Falcao para estampar el esférico contra la madera. Acto seguido, Diego se zafó de Amorebieta y cruzó al palo contrario la pelota para redondear el triunfo atlético.
¿POR QUÉ ESTE ATHLETIC?
Treinta y cinco años después del disgusto de no poder levantar el trofeo de campeón en la primera final europea que disputó, la decepción que se han llevado el Athletic Club y su afición en su segunda comparecencia por un título continental ha sido aún mayor.
Si en 1977 se quedaron con la miel en los labios después de un impresionante asedio sobre la portería del legendario Dino Zoff y únicamente por el valor de los goles en campo contrario, frente al Atlético de Madrid el equipo bilbaíno en ningún momento llegó a tener la opción de engrandecer sus vitrinas con un premio que sería un hito en los 114 años de la entidad rojiblanca.
Contra el colombiano Radamel Falcao García, héroe colchonero en el Estadio Nacional de Bucarest, y las huestes del Cholo Simeone, el conjunto vasco distó mucho de ser el que puso en un serio brete a la la Juventus y su recordado portero.
Entonces el Athletic luchó hasta el final. En la capital rumana, los de Marcelo Bielsa casi ni compitieron. Ya en el arranque, en el minuto 6, recibieron un gol; poco después de la media hora les cayó el segundo, también del inconmensurable Falcao; y al final del choque, cuando buscaba desesperadamente una roca a la que asirse, el brasileño Diego les asestó el tercero.
Fue un castigo quizás exagerado pero de ninguna manera injusto a un equipo que perdió en el momento decisivo la magia que le había llevado hasta 'la ciudad de la alegría', que no le resultó tal.
Lo que le ocurrió al Athletic, en todo caso, puede tener una explicación más mental que futbolística: puede tener que ver con la de la tremenda presión que sintió sobre sus hombros una casi imberbe generación de chavales que se veía depositaria de la tremenda ilusión rojiblanca desatada en cada pueblo, cada calle, cada balcón y cada rincón de Bilbao y Vizcaya.
Un deseo con el que refrendar la singular manera de concebir el fútbol, diferente pero ni mejor ni peor que otras, de un club que tiene buena parte de su esencia en la tradición y la reivindicación de lo propio.
Aunque, por encima de todo, el Athletic es su afición. Una marea de seguidores rojiblancos que le acompañan en masa allá por donde va -por ejemplo, Bucarest- y que le difícilmente desiste.
Por eso es significativo el estado de 'shock' en la grada del Estadio Nacional rumano de los más de 12.000 seguidores llegados desde Bilbao durante un partido muy que alejado de lo que esperaban.
Y que los 40.000 espectadores que se dieron cita en San Mamés, a casi 3.000 kilómetros de donde se jugaba el encuentro, prefiriesen el regreso a casa a una celebración posterior aunque solo fuese para premiar el esfuerzo de su equipo.
Pero la derrota fue muy dura. El Athletic salió casi derrotado, fue recibiendo golpes y no le valió de nada intentar negarse a ello en algunos momentos del partido.
El fútbol, además, le dio la espalda. Le castigó con saña sus debilidades, que tuvo muchas, y no le concedió ni una pizca cuando, más tirando de corazón que de cabeza, se esforzaba en, al menos, igualar en la medida de lo posible un choque ya muy desequilibrado.
Una decepción, en definitiva, mayúscula, y que deja al club bilbaíno sin ese ansiado título europeo que hacia adentro le retroalimentaría como pocos éxitos anteriores y hacia afuera le refrendaría el complicado camino por el que ha decidido transitar.
Un logro que deberá seguir buscando en adelante. En una nueva ocasión que espera no se dilate tanto en el tiempo como esta segunda oportunidad, también fallida. Treinta y cinco años son muchos. Y tras una decepción así, probablemente muy dolorosos.