Estos últimos días hemos descubierto que hay un montón de tuiteros (o como se diga ahora) que si tuvieran la vida resuelta –por ejemplo, con unas ganancias en torno a los 50 millones de euros– y el LIV Golf (el nuevo circuito saudí que rivaliza con la PGA Tour) les ofreciera ganar 550 millones de euros en seis temporadas, le dirían que no, y además con un rictus de desdén, porque para ellos el dinero es algo muy secundario.

Y es que no hay nada mejor que las hipótesis absolutamente irreales para sacar lo mejor de cada uno. Y, por eso, cuando Jon Rahm se lo ha pensado mejor y ha firmado ese contrato, le han pegado la bronca por pesetero (o como se diga ahora) y se han quedado tan a gusto, porque no hay nada mejor para sentirse moralmente superior que rechazar una fortuna ilusoria con gesto principesco. Y se les ve tan convencidos de que en la vida real harían lo mismo que resultan entrañables.