Las biografías de los grandes campeones del siglo XX en la Fórmula 1 (que empezó en 1950) coinciden siempre en lo fundamental: pilotajes al límite, remontadas imposibles, riesgos mortales. De Fangio a Senna y de Stewart a Lauda. Lewis Hamilton va a ganar este año su quinto título y a alcanzar en el palmarés a Fangio, y ya solo le quedará por delante el heptacampeón Michael Schumacher. Vale, enhorabuena, pero ni el alemán ni el británico tienen en sus biografías nada de lo que distinguía a sus ilustres predecesores. Quien escriba sus historias se tendrá que centrar en los coches que pilotaban, siempre muy superiores a los del resto de pilotos (bueno, vale, en el caso de Hamilton se dirá que el Ferrari andaba mucho en 2018, pero que lo conducía el inepto de Vettel). A la Fórmula 1 le han robado la épica, y lo más triste es que nadie dentro de ella parece echarla de menos.