Furore y su belleza brutal, hipnótica, deslumbrante, cae encima sin rubor, monumental, colgada en la costa Amalfitana, que llena la mirada de exuberante belleza, iluminados los ojos, alterados los sentidos ante semejante espectáculo. Éxtasis en el acantilado. Las curvas, bamboleantes, pura sensualidad, que recorren al borde de las montañas, que las bordan, perfilan el punto de fuga hacia la mar.

Uno se imagina en un descapotable, con un sombrero y unas gafas de sol deleitándose en cada giro de la carretera por Amalfi. El último fotograma de la vida, el Cinema Paradiso, bien podría ser posarse sobre una terraza en Furore y contemplarlo todo pensando en nada, hasta que llegue el ocaso. La belleza arrebatadora de Italia es el mejor personaje del Giro, porque el paisaje no es un decorado, es el protagonista. Su galán.

Además, hay chicos que montan estupendamente en bici para darle color y acción a los paisajes que subyugan. Mads Pedersen fue el más rápido. Cerró el círculo virtuoso. Vencedor en el Giro, el Tour y la Vuelta. Suma 30 victorias en su palmarés.

El excampeón del mundo descorchó su alegría en Nápoles, de fiesta en fiesta, tras someter al esprint a Milan y Ackermann. Gaviria pereció antes. La pena se la repartieron Clarke y De Marchi, todo el día en fuga. Les atropelló el hambre del pelotón a apenas unas brazadas de meta. Fue la imagen triste, el final de un sueño, de un festín de estímulos visuales.

Un día tranquilo para Evenepoel

El padecimiento en Salerno, la lluvia infernal, el perro sin dueño que tiró a Evenepoel, el final caótico que estampó a otros, es en Nápoles un día soleado. O sole mio. Nápoles, ardiente, vibrante, como el Vesubio, el volcán que destruyó Pompeya, huele a pizza, un invento napolitano, y a la pólvora de la celebración del scudetto, 33 años después de que Maradona, el dios pagano, dirigiera a lo imposible al club que mejor representa el sur de Italia.

En Nápoles, siempre pasional, la gente en las calles que celebra el Giro con los rostros de los campeones de la Serie A, se antepone el fútbol. Es innegociable. San Genaro es el patrón de la ciudad, Maradona, su rey.

En la salida de Nápoles un balón con los colores de la escuadra, azul y blanco, rodó hasta un buen puñado de ciclistas. Evenepoel, que fue capitán de las selección belga en sus años mozos, mostró su destreza con el pallone. Feliz con una pelota en los pies. La infancia es un no lugar que se celebra con balones y bicicletas.

De Marchi y Clarke, a por todas

Delettre, Gavazzi, Clarke, Quarterman y De Marchi agarraron las bicis y tiraron hacia delante para beberse los paisajes lisérgicos que dan al Mediterráneo como cunado uno es un muchacho con ganas de andar en bici y solo le guía el placer. En el retrovisor, más pendientes de las vistas, dejaron hacer.

Evenepoel solo pensaba en recuperar el cuerpo tras la abolladura de la víspera, cuando con la segunda caída, se dañó el sacro y un hematoma le recuerda que en el Giro nadie está a salvo. Después de un buen puñado de kilómetros quedaban Clarke y De Marchi, los más capaces en un trazado sinuoso con un par de ascensiones.

No tenían intención de dimitir el italiano y el australiano, que compartían el mismo idioma, el de la desobediencia y la rebeldía. Compañeros de equipo los últimos dos años, se entendieron de maravilla. Los velocistas necesitaban apresurarse. Se acumulaban las prisas.

Susto para Roglic y Thomas

Más aún Roglic. El esloveno pinchó con la carrera lanzada. Psssccchhh!. El sonido del miedo. Un siseo amenazante. Otro sobresalto. No tardaron en auxiliarle sus compañeros, que le llevaron a hombros al grupo. A Geraint Thomas, un salto de cadena en una isleta, le frenó. Obligado a remontar. Ganna, el recordman de la hora, hizo de liebre para el galés, que se desgañitaba persiguiendo a pelotón. Se apoyó en un trascoche.

Volaba buscando a Clarke y De Marchi, obstinados, tenaces y valientes. Quijotescos. Solo las dudas, la guerra psicológica cuando tenían el baile de la victoria al alcance de la mano, les derrotó. De Marchi, más lento que Clarke, racaneó un par de relevos y a 150 metros del éxito, les engulló el pelotón. Clarke no pudo contener las lágrimas. Tan cerca y tan lejos.

Gaviria, que lanzó el esprint desde lejos, hizo de avanzadilla. El colombiano no confía del todo en su punta de velocidad, por eso se anticipa. No es el caso de Pedersen, que se desató con furia y logró colarse primero en la postal de Nápoles. La potencia de Pedersen acaba con el sueño. El velocista venido del frío encuentra el calor en Nápoles. O sole mio,