Bilbao - “Lo imposible está ahí, sólo que un poco más oculto. Cada uno tiene derecho a subir el Everest como quiera, pero hay otras vías que simbolizan lo imposible”. Hay quienes sueñan con terrenos inhóspitos, abrir nuevas rutas, explorar lo desconocido. Un tipo de personas a las que les importa más la forma de llegar que el propio fin de llegar. Alcanzar la cumbre es un reto en sí, pero cómo alcanzarla es una forma de vida. Dentro de este grupo se encuentra Reinhold Messner (Bresanona, Tirol del Sur, Italia; 74 años), una leyenda viva del alpinismo. Un hombre adelantado a su tiempo que se ha convertido en mito por traspasar las barreras de la lógica humana y regresar con vida para contarlo. Lo que diferencia a Messner de otros alpinistas es que siempre ha tratado de conseguir sus sueños por senderos no establecidos. “No era el más capaz, sólo tenía ideas”, apuntó ayer durante la conferencia que impartió en una abarrotado Palacio Euskalduna bajo el título El encanto de lo imposible, con el apoyo de la Diputación Foral de Bizkaia y del alpinista Alex Txikon. Previo a la intervención de Messner, la diputada de Euskera y Cultura, Lorea Bilbao, destacó que “el montañismo no es sólo deporte, sino también es cultura”.

Posteriormente, Messner, recientemente nombrado Premio Princesa de Asturias del Deporte, tomó la palabra para relatar durante dos horas su experiencia con la montaña, justo cuando se cumple el cuadragésimo aniversario de su ascensión al Everest sin oxígeno artificial: el 8 de mayo de 1978 junto a Peter Habeler y el 20 de agosto de 1980 en solitario. A lo largo de sus más de siete décadas de existencia, ha vivido al filo de la muerte y ha desafiado a la lógica humana y a la propia naturaleza. Por eso conoce como nadie los peligros y beneficios de la montaña. En concreto, hay una que le provoca una doble emoción, tragedia y encanto: el Nanga Parbat (8.126 metros), su montaña “más personal”. Una mole que le arrebató la vida de su hermano Günther, aplastado por una avalancha en el descenso, y que al mismo tiempo le ha proporcionado “la subida más bonita que haya hecho nunca”, según relató.

En primer lugar, Messner repasó los orígenes del alpinismo y su evolución. “Con la primera ascensión al Mont Blanc -en 1786- nace el alpinismo moderno”, recordó. A partir de 1865, “ya no se trata de llegar a la cima, sino de buscar retos difíciles”. En este sentido, hizo especial hincapié en la conquista del monte Cervino (4.478 m), la montaña perfecta. “Con la tragedia en el Cervino surgen las primeras criticas al alpinismo. Pasa a ser una actividad peligrosa”, reconoció, al tiempo que lanzó un mensaje: “En este mundo hay que aceptar que la muerte forma parte del juego”. Más tarde, incidió en la deriva experimentada a lo largo de los últimos años. “El alpinismo está cambiando a un ritmo vertiginoso. Ahora se ha convertido en turismo. Miles de personas suben al día una montaña”, lamentó. Una moda que choca con su concepción de esta disciplina. “El turista busca la civilización en la montaña, mientras que el alpinismo en el que yo creo consiste en llegar allá donde el hombre no tendría que ir de manera autosuficiente. Se desarrolla entre lo posible y lo imposible”, reflexionó. Un estilo de vida donde no existe el miedo a perder. “El fracaso proporciona más experiencia que el éxito”, apuntó.

experiencia Una filosofía que le ha permitido vivir experiencias únicas. “Llevamos dentro lo que hemos vivido desde el punto de vista humano porque, ¿cuál es la alegría que se queda en los corazones de los que compran una vía acondicionada?”, cuestionó. “No quiero criticar a nadie, quiero alabar a los que prefieren el alpinismo tradicional”, añadió. “Hay empresarios que hacen de las montañas un producto”, prosiguió. Por último, Messner hizo una reflexión sobre su forma de encarar los desafíos y lo que se lleva ahora. “Antes se tenía que andar mucho más para comenzar el asalto a una cumbre y eso te permitía contactar con los locales y su cultura. Ahora, muchos acuden en helicóptero hasta el campo base”, concluyó.