AJavier Martínez de Zúñiga le delataba su voz. Estos últimos años, alejado del ámbito profesional, el tono de sus intervenciones en Radio Pamplona al hilo de los partidos de Osasuna nos permitía a quienes le hemos conocido tener una idea aproximada de cómo se encontraba. Por lo escuchado esta semana, había vigor en sus cuerdas vocales, lucidez en sus comentarios y ese cabreo marca de la casa cuando las cosas del fútbol no salían bien. Me ocurría lo mismo cuando narraba un partido: conectabas la radio en el minuto 20 y en una frase ya podías adivinar si la defensa era un coladero, el entrenador no daba con la tecla o el árbitro era un inepto. El Zúñiga enfadado era demoledor; sus análisis más severos se cocían al fuego de unos vastos conocimientos del fútbol y de un osasunismo militante. Y eso no admitía réplica,

Javier es miembro de una generación que llevaba el periodismo en vena, gente con una estrecha vinculación al semanario Norte deportivo en un momento de sus carreras y que alimentó la vocación de quienes queríamos ser periodistas y esperábamos los lunes el momento de comprar el periódico. Profesionales que luego vivieron y narraron en primera persona el tránsito de Tercera División a competir en Europa, un camino que marcó también el desarrollo de la prensa y de la radio local. Me refiero a coetáneos de Javier como Julián Pernaut, Ángel Inda, Jesús Riaño, José Javier Iso o los ya desaparecidos Javier Hernández, Pepe Trujillo o Juan Mari Guajardo.

Aunque colaboró mucho en prensa, el Zuñi fue hombre de radio. Creador de la veterana tertulia ¡Hala rojillos! también tocó todos los palos informativos. Pero de aquella Radio Requeté de principios de los 80 (Radio Pamplona desde 1984) recuerdo al tridente de las ondas que formaba junto a Don Goyo y Chus Luengo, cada uno con su pedrada.

Decía que Zúñiga era osasunista militante, algo que había mamado de crío en el viejo San Juan. A entonces se remontaba su prolífica memoria, capaz de recitar alineaciones, autores de goles, momentos memorables o afrentas que tenía guardadas. Siguió a Osasuna en su azarosa trayectoria y cuando llegamos los de la siguiente generación nos fue adiestrando en los pormenores del enviado especial, lo que en fútbol viene a ser como un corresponsal de guerra, pero cenando caliente, en mesa y alargando las sobremesas hasta la madrugada. Me vienen a la memoria largos viajes en la unidad móvil de la radio (un vehículo amarillo) que aún me ponen los pelos de punta. Porque cuando Javier no era periodista se sentía Fittipaldi y ponía el coche por encima de 150 km/h en las rectas de aquella eterna carretera nacional camino de Valencia. Algún susto tuvimos, pero quedó en anécdota. Como enviado especial, Javier era gourmet de morro fino, aunque eso nos descuadrara alguna factura, tuviéramos que apoquinar de nuestro bolsillo y Riaño se enfadara mucho?

Le voy a echar de menos. Sus comentarios siempre te daban pistas; veía mucho fútbol y sabía apartar el grano de la paja. Se ha ido de la mano de Fermín Zariquiegi, el chico de la sonrisa perenne. A los dos le unía el sentimiento osasunista. Un vínculo eterno. Como su voz.