A día de hoy se estima que cada año en el planeta se producen ocho millones de nuevas canciones, dos millones de libros, 16.000 películas, 30 billones de posts en blogs y páginas webs, 182 billones de tweets y unos 400.000 nuevos productos. Como aproximación general, poder ver lo que se produce en un día en el planeta requeriría un año completo de nuestra atención, y lo curioso es que el asunto va en aumento. Se podría decir que “el ruido actual es ensordecedor”.

Economía de la atención es una expresión que se le atribuye al premio nobel Herbert Simon, y describe las implicaciones económicas en una sociedad, la actual, donde el valor de la información ha llegado a cero, mientras que el valor que se ha incrementado exponencialmente es el de la atención de las personas. Bajo la vieja lógica de que la gente atrae a más gente, la desesperada carrera por captar la atención está dando lugar a formas de engaño cada vez más trabajadas en la red.

Diversos estudios sugieren que más de un tercio del tráfico de internet está inundado por bots (programas que efectúan de forma automática tareas repetitivas simulando la interacción humana) simulando clickados falsos, movimientos de ratón, adhesiones a redes sociales y “me gustas” a vídeos, anuncios, etc. Inflando el número de seguidores o visitas, influyendo/remarcando mensajes concretos y simulando conversaciones. ¿Quieres que tu anuncio genere muchos “me gustas” o visionados? Pues se pueden comprar 5.000 visionados de Youtube por un precio de 15 dólares, anuncios por internet o adquirir centenares de suscriptores (evidentemente emulados por bots) pero teniendo muy presente que debido al “efecto rebaño” a los seguidores falsos les seguirán visionados de personas reales. A este respecto, un reciente y revelador artículo de Max Reed describe el fenómeno de “Fábricas de clicks”, donde centenares de teléfonos y tabletas puestos en fila son dirigidos a visionar vídeos o contenidos específicos, o descargar programas para que estos ganen popularidad, generen efecto llamada y atraigan clientes o publicidad de verdad. Influencers de Instagram o Facebook que son asistentes de inteligencia artificial que dan “me gustas” para promocionar ciertos productos o mensajes, etc.

El pasado día Lucas Aisa relataba en su blog que según la entidad de auditoría Hype Auditor, más del 20% de los influencers españoles compran seguidores llegando casi el 30% aquellos/as que compran comentarios a sus contenidos. Hace pocas semanas Twitter cerraba 259 cuentas relacionadas con el PP dirigidas a visibilizar mensajes y contribuir a la creación de opinión. Facebook hacía lo propio y les cerraba otras 65 cuentas, en el caso de Instagram fueron 35. Por lo demás, decenas de aspirantes a influencers se unen en grupitos de Whatsapp e Instagram para “avisarse” de que han publicado algo y así comentarse y darse apoyo premeditado. A esto hay que añadir que a las noticias falsas que proliferan en internet para fomentar intereses diversos (fake news) se le han sumado los deep fakes (vídeos falsos creados mediante inteligencia artificial), en el que “colocan” la cara de alguien en contextos específicos para propósitos no muy loables.

La red ha propiciado un entorno perfecto para el postureo que encaja como anillo al dedo en una sociedad ávida de agarrarse a “la última tendencia” o concepto de moda -por muy absurda que sea-. La valoración de las personas, empresas y productos se realiza en función del número de seguidores que tengan en la red, independientemente de que estos no presten ninguna atención real, pero que, sin embargo, generan el efecto de crear más seguidores.

Total, que nuestra capacidad de comprensión está muy lejos del ingente aumento de contenidos que está teniendo lugar, de ahí la necesidad de poner el foco en la incorporación de criterios para un mayor rigor y mejor filtrado a la hora de valorar a lo que damos credibilidad y a lo que no. Los filtros pueden consistir en seguir a personas específicas, expertos, amigos intermediarios, editoriales, influencers o marcas que reorientan nuestra atención. No obstante, si hay algún área que está trabajando en los filtrados son los motores/de recomendación basados en algoritmos que funcionan de filtro en plataformas como Netflix, Amazon, Linkedin, Spotify o Google, donde programas informáticos parametrizan sin descanso todos los movimientos que los usuarios realizan en la red para afinar intereses parecidos.

En la medida en que nuestra capacidad de comprensión está sufriendo un pobre incremento en relación a la infoxicación a la que somos sometidos, me parece más que interesante cuando Daniel Inerarity nos dice que el problema de la sociedad de la información no es la ignorancia, sino la confusión. Cuando los datos y la información son ingentes, lo que verdaderamente añade valor es la capacidad de interpretación o la calidad del cuello de botella para no ser permeables a la ingente cantidad de postureo y morralla que pulula por la red. Al final, la pobreza de la atención trae consigo la carencia en la profundidad de análisis, en la lectura, en la búsqueda de fuentes contrastadas y/o datos objetivos que soporten cualquier noticia o mensaje. A veces, menos es más.

Mondragon Unibertsitatea. Investigación y Transferencia