o primero que hay que decir es que CaixaBank y Bankia no protagonizan una fusión. Es la primera, dos veces más grande, tres veces más rentable en 2019 y con el negocio algo más diversificado, la que se dispone a absorber a la segunda. Falta por ver en qué condiciones lo hace, cómo se reparte el poder y qué sucede con el muy político asunto de la sede, pero queda claro a estas alturas que hay un pez grande y un pez chico.

Lo segundo, que no es oro todo lo que reluce y recibe elogios. Pese a haber sido bien acogida por el mercado, la operación revela las dificultades de un sector que vive acuciado por unos tipos de interés en mínimos y por una falta de rentabilidad que no va a mejorar solo por unir los dos negocios. Si no se actúa de manera contundente, el resultado será un banco más grande y con los mismos problemas. Porque las dos entidades atraviesan algunas dificultades -solo hace falta ver cómo ha caído su beneficio en el primer semestre del año- y no se complementan de modo significativo en su actividad. Caixa es más fuerte en seguros pero ambas se hallan especializadas en banca minorista y solapan cientos de oficinas en algunos territorios. Por ello, para que mejoren su eficiencia y puedan seguir retribuyendo a sus accionistas, la nueva CaixaBankia deberá acometer recortes de gastos muy importantes. Los más visibles serán los de personal, inevitables y profundos, con miles de empleados en la cincuentena que dejarán de trabajar, pero también los de capacidad instalada: la entidad resultante seguirá cerrando sucursales, dejando a poblaciones pequeñas sin acceso a una oficina y reduciendo sus horarios de atención al cliente. Por supuesto, mantendrá pisado a fondo el acelerador del cobro de comisiones, convertido en una de las principales fuentes de ingresos del negocio bancario y seguramente termine por endurecer las condiciones de acceso a la financiación. Es decir, un compendio de medidas que no ayudará precisamente a mejorar la popularidad del sector.

La experiencia de los últimos años nos enseña también otras lecciones que quizá ya se han olvidado. En 2008-2012 era habitual hablar del excesivo poder de la banca, capaz de poner de rodillas a los gobiernos o de garantizarse un rescate cuando lo necesitaba. Contar con entidades todavía más grandes y poderosas no parece garantizar nada diferente cuando suceda lo único seguro: la próxima crisis económica y financiera. Si Bankia ya era demasiado grande para caer en 2012, ¿qué pasaría con un banco enorme, tres veces mayor y sin apenas implantación internacional? Pues que el obligado rescate volvería a ser sufragado por los contribuyentes, solo que esta vez la factura sería muy superior. Como corresponde a una entidad que nacerá con casi 670.000 millones de euros, el equivalente al 50% del PIB español, en activos sobre cuya calidad, teniendo en cuenta el impacto de la pandemia, existen algunas dudas.

La unión refuerza asimismo la sensación evidente de oligopolio bancario. Quizá no tanto en la Comunidad Foral, donde las dos cooperativas de crédito han ocupado una parte del hueco que dejó Caja Navarra, pero sí en muchos otros lugares. Los clientes van a encontrar menos opciones tanto para gestionar su ahorro sin pagar por ello, algo cada vez más complicado, como para disponer de financiación. Y la reducción de operadores en un mercado ya bastante concentrado, una constante durante la última década, nunca es una buena noticia para la libre competencia en una economía de mercado.

En banca, el tamaño no lo es todo. Pero la historia muestra que las acumulaciones de capital condicionan un sector donde nunca ha resultado fácil irrumpir sin un impulso público hoy vedado. Y si hace 150 años fue el comercio con América (Santander), la repatriación de capitales desde Cuba (Hispanoamericano) o las minas y el hierro (BBV) las que pusieron la semilla del sector financiero español, hoy, con el dinero fluyendo con máxima libertad, hay que mirar a las compañias tecnológicas de todo el mundo. Las pequeñas disponen de conocimiento y terminan por ser adquiridas por la propia banca. Pero los grandes, de Amazon a Google, pasando por Apple, han acumulado no solo conocimiento, sino también liquidez masiva para empezar a ofrecer, poco a poco, servicios financieros crecientes. Quizá esta amenaza para el sector bancario tradicional, cuyas cotizaciones en Bolsa siguen en mínimos, ayuda a explicar también esa búsqueda de tamaño a cualquier precio.