urante 2020, la intensa crisis económica provocada por la pandemia se vio acompañada por una leve caída de los precios (deflación) a tasas en el entorno del -0,5% anual.

Pero a lo largo de este 2021 se ha venido observando un repunte significativo de la inflación. Los datos de junio de 2021 que se acaban de conocer sitúan la tasa de inflación anual en el 3,2% para Navarra, el 2,7% para España y el 1,9% para la zona Euro. Son varios los motivos que podrían explicar el aumento de los precios en 2021 (a toro pasado los economistas somos muy capaces de dar argumentos...).

En primer lugar, el encarecimiento de la energía, con fuertes incrementos del precio de los combustibles o la electricidad, además de tener un efecto directo en el cómputo del Índice de Precios al Consumo (IPC) presiona los precios al alza porque las empresas trasladan el aumento de sus costes a los precios de venta.

En segundo lugar, el exitoso plan de vacunación frente al covid-19 ha permitido mirar con algo de optimismo al futuro y recuperar buena parte de la actividad económica y del consumo que habían quedado restringidos por la pandemia. Este aumento de la demanda impulsa los precios al alza. La quinta ola de la pandemia podría llegar a frenar la recuperación de la demanda, aunque, por el contrario, la llegada de los fondos europeos Next Generation podrían acelerar las presiones inflacionistas.

En tercer lugar, el Banco Central Europeo (BCE) sigue con los estímulos monetarios del programa de compras de activos financieros por la pandemia que inició en marzo de 2020 y ya ha anunciado que como mínimo continuará hasta marzo de 2022. En los últimos meses las compras de bonos han aumentado, alcanzando un montante total acumulado de 1,2 billones de euros (aproximadamente un 8% del PIB de la zona euro). Las órdenes de compra del BCE se reciben en los mercados de deuda, provocando que suba el precio de los bonos y favoreciendo que sus propietarios (fondos de inversión, planes de pensiones, etc) vendan títulos, manteniéndose los tipos de interés bajo mínimos y proporcionando una liquidez que se dedica a la compra de otros activos (acciones, vivienda, etc) o al gasto en consumo de bienes y servicios. La expansión monetaria del BCE estimula la demanda y la subida de precios al favorecer el consumo y la inversión, tanto públicos como privados (aunque no supone "dinero gratis" o un rescate público como en ocasiones se malinterpreta).

Hablemos un poco más del BCE. El pasado 8 de julio, su presidenta, la francesa Christine Lagarde, anunció un cambio en el objetivo de inflación. Hasta ahora la política monetaria del BCE estaba orientada a la estabilidad de precios de la zona Euro; concretada en situar la tasa de inflación por debajo de un techo (máximo) establecido en el 2% anual. A partir del anuncio del 8 de julio, se mantiene el 2% como objetivo a medio plazo, pero permitiendo desviaciones simétricas a corto plazo tanto por encima como por debajo de este 2%. Aunque parezca un cambio de escasa trascendencia, está marcando una estrategia de permisividad ante tasas de inflación superiores al 2%. Los últimos datos de subidas de precios en la zona Euro ya han colocado la tasa de inflación en el entorno del 2%, lo cual con la estrategia anterior el BCE obligaría a abandonar las compras de activos y a subir los tipos de interés oficiales para respetar el objetivo estatutario (países como Alemania ya presionaban para iniciar una subida de tipos).

La inflación es un problema económico porque erosiona el poder adquisitivo de los trabajadores y reduce la competitividad de las empresas que operan en los mercados internacionales. ¿Por qué, entonces, la nueva estrategia del BCE alimenta la inflación que nos viene? La razón es permitir que los gobiernos de la zona Euro vayan pagando las facturas de la pandemia sin exigir a la sociedad un esfuerzo excesivo en recortes de gasto o en aumentos de impuestos. Al igual que la capacidad adquisitiva de un salario se reduce cuando sube el IPC, el valor real de la deuda pública (es decir, la cantidad de bienes y servicios que se podrían comprar con su valor nominal) disminuye con la subida de los precios. Mientras los ingresos por recaudación de impuestos crezcan a un ritmo similar al de la inflación (habitualmente están indexados o se actualizan con tasas de inflación recientes), la situación presupuestaria pública a la hora de devolver deuda podrá disfrutar de cierto alivio. La inflación es buena noticia para los deudores, pero mala para los acreedores que se verán penalizados porque con tipos de interés próximos a cero y una tasa de inflación creciente, el rendimiento real del ahorro deja tasas negativas. Los activos de renta fija en los que se canalizaba el ahorro libre de riesgo no podrán escapar del ostracismo en que quedaron sumergidos tras la crisis financiera de 2007-2008.

La pandemia ha traído consigo unos elevados déficits presupuestarios públicos, y un aumento del coste de la deuda provocado por tipos de interés más altos pondría en serios apuros a los países fuertemente endeudados (España uno de ellos, por cierto). El BCE seguirá, al menos hasta 2022, con sus estímulos a toda máquina. El anuncio, ahora, de la relajación en el objetivo de inflación pretende evitar otra nueva crisis de deuda soberana que vuelva a sembrar dudas sobre la continuidad del Euro como moneda común. Y es que los niveles de deuda pública alcanzados no son sostenibles. Aquí nos queda otra desescalada por realizar. La inflación que viene puede servirnos de vacuna para aliviar la magnitud y el calendario del ajuste pendiente a las cuentas públicas.El autor es profesor de Economía de la UPNA