En economía, cada vez que se acercan nubarrones emerge un debate que, tradicionalmente, suele coger más vuelo en dirigentes políticos que económicos. ¿Lo que está sufriendo Europa - y buena parte de Occidente- es una crisis, la antesala de una recesión técnica o una mera ralentización? Más allá de la terminología, lo cierto es que el otoño ha comenzado repleto de informes, documentos y previsiones de distintos organismos y entidades que no invitan para nada al optimismo. Con independencia de unas décimas más o menos de rebaja en el crecimiento y de subida en la inflación, las cuestiones cualitativas son lo que más importan. Y también las que más preocupan. 

Esas cuestiones son conocidas ya por toda la sociedad. Una desigual recuperación postcovid, una crisis energética sin equivalentes en el pasado reciente y una cruel guerra en Ucrania que, además de sobre el tablero militar, se bate también en los terrenos económicos y estratégicos. Como resultado de esos factores, y de otros más, como los problemas de suministros desde Asia por los confinamientos en China o la creciente polarización y deterioro en las relaciones internacionales, la inflación de bienes, servicios y materias primas se ha disparado hasta extremos imposibles de concebir a principios de año, cuando la prioridad general a nivel mundial era dejar atrás la pandemia.

El ritmo veloz de todos estos acontecimientos está obligando a instituciones, gobiernos y entidades a modificar sus previsiones en las últimas semanas. Todas, eso sí, con el denominador común del empeoramiento de los datos. El último que ha actualizado sus pronósticos ha sido BBVA Research, el servicio de estudios de la entidad. En su última edición del informe ‘Situación España’, constata “señales de desaceleración” a nivel global y prevé un incremento de apenas el 1% en el PIB estatal en 2023. El Banco de España también ha modificado sus cálculos esta semana. En junio, el organismo pronosticaba un crecimiento en el Estado para el año que viene del 2,8%, pero ahora la ha rebajado hasta el 1,8%. Los motivos del bajón previsto los da el propio organismo: “Las mayores tasas de inflación proyectadas, las condiciones de financiación menos favorables, las dificultades para que las empresas de las ramas más afectadas por el recrudecimiento de la crisis energética desarrollen su actividad, el aumento de la incertidumbre y el debilitamiento de la demanda global”. No todo son malas noticias. Las últimas previsiones del Banco de España estiman que el PIB cerrará el año con un incremento del 4,1%, el mismo porcentaje que en su anterior documento. El tirón de las exportaciones y la fuerte actividad de la industria turística en verano están sosteniendo las cuentas. 

Similares diagnósticos han compartido en las últimas semanas otros organismos. El FMI, que ya ha rebajado hasta en tres ocasiones sus proyecciones de crecimiento, a solo el 3,2% para 2022 y el 2,9% para 2023, tiene previsto en próximos días volver a recortar el crecimiento para el próximo año. “Estimamos que los países que representan alrededor de un tercio de la economía mundial experimentarán al menos dos trimestres consecutivos de contracción este o el próximo año”, ha señalado la directora del organismo, Kristalina Georgieva. Como añadido, figura el debate sobre las políticas fiscales. Rebajar algunas figuras impositivas puede, según muchos de estos estudios, perjudicar a los sectores más vulnerables de las sociedades, puesto que lo en un principio se concibe como estímulos puede acabar siendo un instrumento para aumentar la desigualdad. Otra tendencia, la de la inequidad, que no ha dejado de crecer en la última década.

No todas los cálculos que están anticipando los diferentes servicios de estudios tienen un cariz tan negativo. En la última edición de su informe ‘Situación España’, BBVA Research señala que “el período de estancamiento será corto” y la recuperación se reactivará a partir de los primeros meses de 2024, ya que existen factores que, estima el análisis, van a amortiguar el impacto de las dos últimas subidas de tipos de interés ordenadas por el BCE. ”Hogares y empresas gozan de una mejor posición respecto al anterior ciclo de subidas, habiendo incrementado sus activos y reducido los pasivos”. Además, “no se espera que el debilitamiento en el avance del PIB tenga un impacto importante en el empleo”. Efectivamente, los principales informes no creen que se produzca un incremento significativo en el desempleo, si bien es cierto, como contrapartida, que dan por seguro que los salarios no van a crecer en la misma proporción que lo lleva haciendo la inflación. 

Además, para BBVA Research, el ahorro de las familias acumulado durante el período de confinamiento, que estima en 130.000 millones de euros a fin del primer semestre del año, “sigue siendo elevado, lo que permitirá suavizar el efecto del incremento en precios sobre el gasto de los hogares. próximos trimestres pese a los riesgos que rodean a la economía“. No obstante, y pese a que es cierto que las tasas de ahorro se mantienen firmes, queda por comprobar cuanto de ese ahorro quedará a finales de año, teniendo en cuenta el mayor desembolso efectuado durante el período vacacional y el gasto asociado a la vuelta al curso escolar y laboral en septiembre. Sin embargo, hay otros aspectos, de carácter sociológico, que pueden amortiguar el impacto. El golpe de la durísima crisis de hace una década elevó la capacidad social para resistir. Pese a ello, el clima negativo ya está dañando las expectativas de la sociedad. Un nuevo estudio de Laboral Kutxa revela que los hogares vascos son pesimistas con la evolución de la economía, tanto a nivel global como local, aunque no tanto con su capacidad de ahorro ni sus perspectivas sobre el desempleo. – J. Garma