Comprar comida, pagar la vivienda y hacer frente a las facturas básicas (luz, agua, gas y teléfono) conforman los gastos ineludibles de casi cualquier familia. Y su peso en el presupuesto de los hogares navarros no ha dejado de aumentar a lo largo de las dos últimas décadas. Supone ya el 50% de los gastos totales, casi doce puntos más que hace dos décadas, y ha estrechado el margen del que disponen miles de ciudadanos para gastar en ocio, viajes, coches, ropa, incluso en segundas residencias, así como otros bienes y servicios que un día definieron a la clase media tradicional.

La Encuesta de Presupuestos Familiares del INE analiza con detalle desde 2006 el modo en que los navarros nos gastamos el dinero. Y muestra cómo se han transformado las prioridades durante un tiempo que ha conocido el pico del boom inmobiliario (2006-2008), una crisis muy profunda (2009-2013), una recuperación lenta pero progresiva (2014-2019), un paréntesis inédito a causa del covid (2020-2021) y una nueva etapa de crecimiento que todavía se mantiene incluso con cierto vigor.

La conclusión es clara: los hogares navarros, hoy mucho más numerosos –la Comunidad Foral ha incrementado su población en unas 80.000 personas en los últimos 18 años gracias sobre todo a la emigración– no han recuperado todavía los niveles de gasto de 2007-2008 y su margen para afrontar imprevistos como la subida de precios de los alimentos de los últimos años es muy estrecho para decenas de miles de familias.

De hecho, los 36.403 euros de 2008 no habían sido superados todavía en 2023, según los datos que publicó el INE en junio y que sitúan a Navarra como la tercera comunidad con el presupuesto medio familiar más elevado, solo por detrás de Madrid y la Comunidad Autónoma Vasca.

Pero no solo no se han rebasado todavía los niveles de gasto. Su composición también ha variado de manera sustancial. Lo esencial e ineludible pesa hoy mucho más en detrimento de lo prescindible o de aquellas decisiones de gasto, como el vehículo, que pueden postergarse y que también se encuentran asociadas al estatus social.

¿Quiere esto decir que hoy la vida es peor que hace 15 o 18 años? No necesariamente. Una parte del gasto de aquellos años, sobre todo el dedicado a la vivienda y a otras grandes decisiones de consumo, solo se entiende desde la explosión de crédito barato que trajo consigo el euro con el cambio de siglo.

Se gastaba (y se invertía, en el caso de la vivienda) mucho, sí, pero se hacía en buena medida de prestado, una espiral a la larga insostenible que terminó como ya es conocido. La deuda de las familias navarras es un 30% inferior a la de 2008 y el dinero en el depósitos bancarios, si bien repartido de forma muy desigual, supera con holgura al del crédito concedido al sector privado.  

Existe por tanto un volumen de ahorro muy superior, que habla de un crecimiento más saludable y que, asimismo, debería servir para impulsar de nuevo el crédito en los próximos años.

Existe, en todo caso, una realidad indudable. Los salarios medios acumulan dos décadas de pérdida casi continua de poder adquisitivo, con leves recuperaciones, como la de los últimos meses, y grandes hundimientos. En total, el salario promedio ha perdido más de 18 puntos de capacidad de compra en 20 años. Si el sueldo creció un 39% entre 2003 y 2023, los precios aumentaron casi un 59%.

Para el común los ciudadanos, aquellos que viven exclusivamente de uno o dos salarios modestos, llegar a fin de mes es hoy más complicado. Lo han sentido con mayor crudeza jóvenes que se incorporaron al mercado laboral durante la crisis de 2008 y también decenas de miles de emigrantes, muchos de ellos sin ahorros ni colchón para hacer frente a imprevistos. Unos han sido expulsados de esa clase media con capacidad de ahorro y otros directamente no han podido acceder a ella.   

La vivienda que separa 

Una situación muy diferente vive ese 9% de la población que percibe rentas inmobiliarias –cerca de de 60.000 personas ya– y que representa el reverso afortunado de una de las grandes barreras sociales: la vivienda.

De hecho, el incremento en el precio de los alquileres y la falta de respuesta pública a la escasez de vivienda asequible en propiedad han elevado en más de siete puntos el peso de esta partida en los presupuestos familiares.

El caso del alquiler es el más claro: su coste ha crecido casi un 90% en estos años, casi tres veces más que los salarios. Quien hoy vive de alquiler tiene, por regla general, ingresos inferiores a la media, muy por debajo de quienes son propietarios de una vivienda.

Y como quiera que el ritmo al que la administración interviene en el sector es muy bajo, el alquiler de mercado se ha convertido, en una extraordinaria transferencia de rentas desde las clases más populares (jóvenes y emigrantes) a algunas clases medias y adineradas.

Al alza de la vivienda se ha unido asimismo el continuo encarecimiento de los suministros, de hasta un 100% en el caso del gas y de un 50% en la electricidad. Incrementos que por supuesto casi siempre corren a cargo de los inquilinos y que no hacen sino erosionar aun más la capacidad de compra de los ciudadanos. 

Menos coches, ropa barata

Si alguien lo ha sentido son los vendedores de coches, que en la primera década del siglo llegaron a despachar más de 16.000 vehículos al año –con Audi, BMW y Mercedes accesibles como nunca– y que ahora, entre el encarecimiento del producto, las dudas del mercado y la menor renta disponible, sufren para vender la mitad.

Los coches estiran su vida útil y florece el mercado de segunda mano. Las marcas premium sufren. Y de la mano de la globalización triunfan modelos asequibles, como los chinos o el Dacia Sandero, el más vendido en España el año pasado.

En otros ámbitos sucede lo mismo. Se abre paso lo que comienza a ser conocido como "economía del apaño". en palabras de Esteban Hernández, el modo que han encontrado las clases populares para acceder a productos que permiten sostener una apariencia de clase media. Un modo de comprar –la ropa barata, la búsqueda continua de chollos por internet, el producto de segunda mano– que muestra no solo el impacto de la globalización, la tecnología y un cierto cambio de valores, sino también el progresivo estrechamiento de la clase media tradicional.

En los últimos 20 años la sociedad navarra se ha transformado. No solo ha crecido de la mano de nuevos emigrantes, también es más vieja. Algo que se percibe, por ejemplo, en el incremento del gasto sanitario privado, que suele atribuir a veces al deterioro del sector público, pero que también obedece a cuestiones puramente demográficas. Este cambio se deja notar también en el gasto en bares y restaurantes fuera de casa, que sigue 335 euros por debajo de los máximos de 2008. Aunque hay más gente y el gasto total sube, el ticket medio no alcanza los niveles del boom inmobiliario. Y los datos muestran también un cambio en los valores, con el gasto en ocio y deporte duplicándose –los gimnasios abren donde antes había cines u oficinas bancarias– , el shock tecnológico del mercado editorial (se hunde el gasto en prensa y libros) y con el cuidado de la salud cobrando una importancia creciente. 

La erosión de la clase media no es un proceso rápido, ni tampoco lineal. Las crisis aceleran tendencias de fondo, de décadas, mientras los periodos de crecimiento las frenan o incluso las revierten en parte. Y no supone necesariamente que quien es clase media deje de serlo tras haber perdido el empleo y verse obligado a aceptar otros trabajos con menores retribuciones.

Se trata, más bien, de un fenómeno lento, casi de sustitución natural, y con un claro componente generacional y de origen. El sueldo medio de una persona con nacionalidad española es hasta un 40% superior al de una persona extranjera: unos 9.000 euros anuales de diferencia. Por su parte, los jóvenes de finales de los 90 y comienzos de siglo disfrutaron de un mercado de trabajo en expansión.

Accedieron con cierta rapidez a un empleo e incluso a una vivienda, algo vedado para la generación siguiente, que conoció dos crisis consecutivas y a la que impactó de lleno la devaluación salarial impulsada desde 2010 y agudizada con la reforma laboral de 2012. 

Los datos del gasto de las familias muestran esta realidad diáfana. Los hogares donde los menores de 44 años aportan el sustento principal se apretaron el cinturón mucho más que el resto. Y de gastar casi 36.500 euros en el año 2007 pasaron a gastar apenas 27.000 en 2014, cuando el empleo tocó suelo e inició una suave remontada. Su gasto actual es de algo más de 33.400 euros. 

 El recorte fue algo menor en el siguiente grupo de edad (44-64 años), el de mayores ingresos medios, que pasó de 43.300 a unos 37.000 euros. En la actualidad no llega a 39.000 euros, un indicador de que las estrecheces van alcanzando a este colectivo conforme pasan los años.

Y solo el grupo de hogares cuya fuente principal de ingresos procede de una pensión de jubilación ha sido capaz de incrementar su gasto, incluso en los momentos de mayor dificultad económica. Al calor de la revalorización de la mejora paulatina de las pensiones, su gasto medio pasó de 23.600 euros en 2006, a 27.000 en 2013 y a superar los 31.000 en la actualidad.

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Para entenderlo solo hay que mirar la evolución de salarios y pensiones. Mientras estas han ido creciendo poco a poco, los sueldos han perdido capacidad de compra. Hace 20 años, la pensión media, muy baja, apenas suponía el 45,5% del sueldo medio en Navarra. Hoy asciende al 70%. Decenas de miles de jubilados navarros ganan ya más que sus hijos.