Quizá no lo recuerden, pero corría un mes que estaba a las puertas de la adolescencia primaveral cuando el mundo se vino abajo. Un virus inclemente nos descosió las pocas seguridades de un tiempo movedizo y complejo. Ese virus se llevó por delante miles de muertos a los que jamás en la historia de la humanidad se les trató tan mal. Incluso después de muertos. De ese virus nos propusimos aprender pero no pudimos, o quizá no quisimos. Aquella nueva vieja realidad nos arrolló en cuanto se soltaron las esclusas de una economía que había estado contenida. Y nos dejamos caer por los precipicios de siempre.

En ese tiempo de silencio y miedo, mucha gente buscó refugio en los lugares que cada día podía comprar algo: el pan, el pescado, los botones, el periódico, los churros, las zapatillas, las gafas, la fruta, las sartenes o el paracetamol. Entonces, las pequeñas tiendas de la ciudad se convirtieron en los observatorios de la realidad social, en los refugios contra el miedo, el lugar donde nos decíamos hola o nos encontrábamos de manera furtiva, aunque fuera con prisa y mascarilla.

Esas pequeñas tiendas de toda la vida –como si con esto les adjuntáramos un plus de longevidad– ya arrastraban su propio virus llamado globalización. Algunas, vacunadas contra todo, resistieron y resisten a base de voluntad. Pero otras cayeron por la fuerza de la gravedad de los hechos. Esas tiendas pedían a gritos un rescate. Y así surgió “Resistiendas”, un libro sin objetivo inicial y que se fue haciendo mientras el paseo estaba prohibido y las miradas causaban sospecha. Mientras recorría esos escaparates donde reposaban pedazos de historia de aquella ciudad que no salía en las guías. Mientras los escaparates reflejaban una realidad que se vivía de modo provisional.

Esas tiendas de “pamplonadetodalavida”, algunas centenarias y otras no tanto, querían seguir levantando la persiana sin regodearse en el romanticismo nostálgico, sino en la competición política por su derecho a respirar frente a la “franquiciación” de un comercio global. Algunas eran famosas, otras no tanto, pero casi todas estaban atrapadas entre el pretérito perfecto y el futuro imperfecto.

Por eso, casi sin querer, surgió “Resistiendas”, para seguir resistiendo frente a la intemperie de un tiempo de consumo global y sin escrúpulos. Y para reivindicar la función cultural y social de estos establecimientos. Pero no lo olvidemos, hay que hacer caja, porque sin caja no hay subsistencia que valga.

Pero ocurrió que tras la pandemia, muchos de esos pequeños grandes comercios cerraron para siempre. Y uno los mira con más temor que nostalgia frente a este presente empeñado en decretar la felicidad por decreto. Hay que quien dice, abrumado por la velocidad de las cosas, que no hay vuelta atrás, que no se pueden volver a pegar los pedazos dispersos de esta historia de demolición. Y los datos son demoledores, como los “Silogismos de la amargura” que escribió un tal Cioran.

Y es que en la última década han cerrado en Pamplona 700 establecimientos comerciales. Y sí, el presente puede ser negro, pero podemos evitar que esa deriva nos fagocite, nos deje sin él, huérfanos de toda esperanza. Y no, no se trata de un repliegue melancólico. Ni una vuelta a las trincheras de la nostalgia.

Se trata de hacer posible que esas resistencias particulares logren expresar con mayor fuerza una pretensión de universalidad, que ese pequeño comercio también pueda satisfacer necesidades globales sin perder su identidad. En definitiva, que desde este presente, seamos capaces de creer en otros futuros deseables. Y eso es tarea de todos y de todas. Hasta de quien se llama andana y se pierde en subvenciones de parcheo y poca monta.

Por eso “Resistiendas” no es un libro de autor, no quiere serlo, salvo en la forma de su escritura y uso de la ficción, sino un libro propiedad de todos esos lugares y escaparates convertidos en trincheras, de sus propietarios, gestores y gestoras, de esa clientela fiel que cada día encuentra allí el mejor antidepresivo tras una noche de miedos y fantasmas, de todas esas tiendas que hacen barrio y ciudad sin agenda política de por medio; aunque su presencia sea en sí misma, un acto de resistencia política y también cultural y social y económica y sígale usted poniendo añadidos.

Por eso “Resistiendas” quiere ser esa ventana por la que se cuela un poco de claridad, una bandera, un lema, un grito, el de alguien que como dice Rodrigo Fresán, “cuando no tiene nada que perder, de algún modo, ya está más allá de la derrota”. Porque entonces, todo es posible.