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La Navarra del Siglo XXI

La Internacional del odio

La Internacional del odioIban Aguinaga

Se suele atribuir a Bertolt Brech y George Orwell la frase aquella de “malos tiempos los que vivimos cuando tenemos que luchar por lo evidente”. Una frase que denota la decadencia de un momento concreto en donde se pierde la razón, donde lo obvio requiere debate, donde la sociedad comienza a perder el rumbo porque está siendo manipulada para dudar de lo irrefutable. Tiempos en donde las verdades científicas, donde derechos humanos elementales o principios éticos fuera de toda duda son puestos en cuestión por una oscura maquinaria cuyo único objetivo final es la obtención del poder a costa de lo que sea.

Oscura maquinaria pero muy bien financiada porque a determinados poderes económicos le sobran las verdades científicas, los derechos humanos elementales o los principios éticos obvios para engordar sus cuentas de resultados que es, al final de todo, el objetivo principal de quienes aspiran a sistemas autoritarios, aunque sea a través de las urnas, para que todo este organizado en función de sus intereses. No tengo que mencionar ejemplos en este sentido en la historia de Europa, porque son conocidos de sobra por todos y todas.

Y para conseguir ese objetivo y manipular a la ciudadanía utilizan toda una colección de herramientas que van probando en los diferentes países en los que tratan de instalarse, que hoy en día son la práctica totalidad del mundo occidental, con dosis ilimitadas de populismo, cinismo, demagogia y manipulación. La crítica a los sistemas democráticos actuales, a la fortaleza de los Estados y las administraciones, al Estado del bienestar, a todo aquello que suene a público, la negación del cambio climático, la invisibilización de las mujeres o la negación de derechos a colectivos minoritarios o más vulnerables.

Pero hay una herramienta que sobresale por encima de todas las demás y que utilizan de forma sistemática en todo el mundo porque, desgraciadamente, ha dado resultados desde tiempos inmemoriales; el miedo al diferente, el odio al extranjero, la criminalización de la migración como fuente de todos los problemas que sufre la sociedad. Desde que el mundo es mundo, la gente con menos escrúpulos y sin ningún problema de conciencia, porque carecen de ella, ha azuzado este espantajo para conseguir sus objetivos.

Y digo que desgraciadamente ha dado resultados de forma histórica porque parte de un sesgo antropológico que tenemos todos y todas, de esa necesidad ancestral de agruparnos en grupos lo más homogéneos posibles para garantizar nuestra seguridad y hacer frente a las amenazas exteriores, representada por los grupos en donde hay diferentes.

Esto forma parte de la antropología humana más elemental y los que manejan los hilos de la internacional del odio la conocen a la perfección porque, como he dicho antes, lo importante es el objetivo, que no es otro que poner a los estados a trabajar para sus negocios sin ningún tipo de traba democrática. Después de la barbarie del nazismo y de la II Guerra Mundial pensábamos que habíamos establecido las garantías suficientes para que los autoritarios no volvieran a aparecer nunca más en las sociedades democráticas, pero nos equivocamos y hoy en día están más presentes que nunca.

No digo que volvamos a vivir el nazismo ni los tanques por las calles porque esto no va a suceder, los métodos actuales son más sutiles, más sibilinos, más elaborados pero los objetivos siguen siendo muy parecidos. Hace más de 30 años, la internacional del odio se puso a trabajar en toda esta red mundial, aunque España haya sido uno de los últimos países que se haya sumado a esta siniestra carrera para destruir todos los avances conseguidos en los últimos cincuenta años.

Y como decía anteriormente, los migrantes son los que están en el centro de la diana de los nuevos totalitarios, la excusa perfecta como desencadenantes de todos los males de la sociedad, aunque quienes manejan los hilos sepan perfectamente que no solo no es así, sino que la aportación migrante está siendo determinante para que las envejecidas sociedades europeas no caigan en la decadencia definitiva.

En tiempos convulsos como los que nos tocan vivir hoy en día, hay que volver a reiterar lo obvio, que decían Bretch y Orwell, para reiterar el agradecimiento a los más de 141.000 navarros y navarras nacidos en el extranjero que viven entre nosotros, porque la Navarra de diciembre de 2025 sería impensable sin su presencia y, evidentemente, muchísimo más pobre a todos los niveles.

Y cuando hablo de más pobre a todos los niveles, me refiero a todos los niveles en mayúsculas. No solo a la aportación decisiva e insustituible que hacen a la economía navarra, sino a la aportación social, a la aportación cultural, a la mezcla que siempre ha sido el motor fundamental de las sociedades más avanzadas, las únicas que salen hacia adelante porque ninguna sociedad autoritaria ha sobrevivido.

Hoy más que nunca hay que reivindicar la Ilustración, la Revolución francesa o la Declaración Universal de los Derechos Humanos, acontecimientos históricos que cambiaron el rumbo de la humanidad en base a valores universales para superar a aquellos grupos cerrados y homogéneos a los que parece que quieren volver algunos, aunque solo lo parece porque el objetivo final son seres humanos sin derechos para seguir engordando sus macutos.