Como cada domingo, él estaba allí, ocupando con su enorme figura el lugar principal de nuestro banquillo. Se sucedían los jugadores, presidentes y juntas directivas y él seguía temporada tras temporada.

¿Quién les iba a decir a Alfonso Santacilia y a Carmelo Irurozqui, cuando ficharon a Javier Imirizaldu como entrenador en la temporada 83-84 en el Hostal Latorre, que aquel fichaje iba a resultar el más rentable para el Ilumberri? Un auténtico chollo.

Tras su fructífera etapa como jugador en equipos de postín como el Alfaro, Izarra o Iruña, al panadero se le recordaba en Lumbier de sus últimos años como rival en el Aurrera, el equipo de su pueblo.

Aunque los inicios en aquella primera temporada no fueron nada halagüeños, pronto se vio que Javier sintonizaba con el equipo. Como se dice habitualmente, solo era cuestión de tiempo que llegaran los buenos resultados. Y así sucedió que lo que fue poco menos que un fichaje a la desesperada, se convirtió casi en un contrato vitalicio.

Javier estaba a gusto en Lumbier, así que no hacía falta hablar más, ni mucho menos de cuestiones económicas. Pronto, muy pronto, se demostró que ese aspecto no sería nunca un obstáculo para su continuidad entre nosotros. En la primera temporada se le pagó la ficha en dos veces. La primera parte a final de año. Aquel día de Nochevieja el Ilumberri jugó un partido en El Lardín contra el Zubiri y tras la victoria, el panadero, con su ficha recién cobrada, invitó a jugadores y directivos a rondas de champán por los bares, hasta el punto que, llegado el momento de volver a Liédena, entró en Casa Maquirriain a comprar unos tebeos para su sobrino y tuvieron que dejarle dinero algunos de los últimos jugadores que aguantaron con él la ronda por los bares.

Así era Javier, un tipo generoso que se hacía querer por todos; duro por fuera, pero con un corazón que no le cabía en el pecho. En Lumbier al margen de entrenar a sucesivas generaciones de jugadores, muchos de los cuales no habían conocido a otro entrenador en el equipo, forjó amistades imperecederas. No había más que ver que él estaba aquí como en su propio pueblo, porque entrenar al Ilumberri, sin duda, fue para él algo más que entrenar a un equipo de fútbol.

Las décadas de los 80 y 90 en nuestro club no se pueden entender sin él. Su nombre, ahora que estamos a punto de celebrar el centenario, ocupa un lugar destacado con letras mayúsculas en la historia del Ilumberri.

Arsène Wenger, otro de esos entrenadores que se pegó también una porrada de años ininterrumpidos en el mismo equipo, el Arsenal londinense, dijo: "Entrenar es una historia de amor a un club, tienes que esperar que dure para siempre y aceptar que pueda acabar mañana".

Ese mañana llegó para Javier en la temporada 1999-2000, cuando sumaba 17 como entrenador del Ilumberri. Todo un récord. Él mismo supo que, aunque podía seguir, había llegado la hora del retiro; que no habría para él más vida en los banquillos. ¿A dónde ir después de tantos años aquí? Ni el mismo podría hallarse ya sentado en ningún otro banquillo de otro equipo.

En agosto se le tributó un caluroso homenaje con un partido entre el Ilumberri y una selección de veteranos que se encargaron del agasajo. Tras los trofeos que se le entregaron al final del partido, tan solo faltó por respeto a su persona y porque el panadero pesaba lo suyo, darle una vuelta de honor a hombros por el campo. Después hubo cena popular, baile en la plaza y ronda por los bares del pueblo donde Javier fue recibiendo el cariño y el reconocimiento de todos.

Hoy, cuando nos sorprende la noticia de su muerte a los 80 años de edad, ese terrible rival al que por mucho que lleguemos a la prórroga perderemos, solo nos queda la satisfacción de haber dado en la vida, cuando se acaba el partido, lo mejor de nosotros mismos. Y vuelve ahora a nuestra memoria aquella frase que él siempre repetía cuando no dábamos pie con bolo en el campo e irremediablemente perdíamos el match en juego: "Chico, chico, ¡qué partido de despropósitos!".

Como cada domingo de partido subiremos a El Lardín y cuando el árbitro dé la señal de inicio de un minuto de silencio en su memoria, miraremos al banquillo local y estoy seguro de que muchos creeremos por un momento ver allí su figura de nuevo. Y esa visión fugaz no será ningún engaño de nuestros ojos, porque Javier Imirizaldu está ya para siempre ahí con nosotros, ocupando el lugar principal en nuestro banquillo, el banquillo del Club Deportivo Ilumberri.

D.E.P - GOIAN BEGO.