Lo más fascinante de trogloditas como Rubiales, Pablo Motos y el resto de la patulea machista que sufrimos por estos pagos es que se sorprenden de verdad del revuelo que se monta con sus hazañas. Lo tienen tan normalizado que cuando lo exteriorizan y alguien se queja, ni siquiera entienden qué está pasando ni qué culpa tienen. “¿Machista yo? ¡Qué va! Si quiero mucho a mi madre y a mis hermanas...”.

Al fútbol español le va a venir muy bien el título mundial femenino para acelerar el derribo de barreras que comenzó hace apenas dos o tres lustros. Pero que no lo gestione un macho ibérico capaz de ser calvo y tener caspa. Hay que tumbar por lo civil o lo penal a Rubiales y hay que meter en vereda a quienes, en diferentes instancias, toman decisiones que discriminan a las mujeres. Por quitarlos de en medio y porque es la única manera de cambiar el chip a esa parte de la afición que aún no sabe que estamos ya en el siglo XXI.