Hace ya más de quince años de su muerte y todavía no ha aparecido quien pueda sustituir a Luciano Pavarotti, un tenor que hizo historia en el exigente mundo de la lírica, y también en otros géneros, a lo largo de sus más de 50 años de carrera musical.

La pasión por la música la aprendió en casa, en el seno de una modesta familia de Módena (Italia), donde Luciano nació en 1935. Su madre trabajaba en una fábrica cigarrera y su padre era panadero, pero era un apasionado de la música y tenor aficionado en sus ratos libres. En 1943 la Segunda Guerra Mundial los obligó a abandonar su pequeño apartamento, huir de la ciudad y alquilar una habitación a un granjero en la campiña cercana.

Su padre quiso que empezara sus estudios de canto (a los 9 años ya cantaban juntos en el coro de una pequeña iglesia), su madre le convenció para ser profesor y él quería ser portero de fútbol, ilusión que abandonó para contentar a sus progenitores: se formó como profesor antes de que la música se convirtiera en su forma de vida.

El papel que más éxito le dio en su larga trayectoria fue el de Rodolfo en la ópera ‘La bohéme’, de Giaccomo Puccini.

Fue con 19 años cuando se lanzó a estudiarla, un año antes del evento que lo reafirmó en su decisión de dedicarse profesionalmente a la lírica: el Corale Rossini, coro de voces masculinas de Módena en el que participaban él y su padre, ganó el primer premio en un certamen internacional en Gales.

Esos primeros seis años de estudio fueron duros y se vio obligado a trabajar para costearse las clases. Así, enseñó durante dos años en una escuela primaria y vendió seguros, porque casi todos los recitales en los que cantaba no eran remunerados. Pudo haber acabado su carrera entonces al desarrollarse un nódulo en sus cuerdas vocales. De hecho, dejó de cantar. Pero el nódulo desapareció de forma tan rápida que Luciano lo atribuyó a la liberación psicológica que le había proporcionado la idea de retirarse.

Su carrera despega

Y retomó la actividad. A partir de ahí, su voz, rica en los medios e intensa en los agudos, con un timbre claro, lo llevó al estrellato. En buena parte gracias al papel de Rodolfo en ‘La bohème’ de Giacomo Puccini, su obra talismán, con la que debutó en 1961 en Reggio Emilia. Dos años después ya cantó fuera de Italia, llevando ‘La Traviata’ a Yugoslavia y a la Ópera Estatal de Viena. Su éxito le condujo a la Royal Opera House de Londres, de nuevo en el papel de Rodolfo, y en 1965 a Estados Unidos, reemplazando en Florida en el último momento a un tenor enfermo. Ese mismo año triunfó en su debut en La Scala de Milán con ‘La bohème’ a las órdenes de Herbert von Karajan.

En 1969 obtuvo otro gran éxito en Roma con ‘Lombardi’ y empezó a registrar las actuaciones, que se vendían muy bien. Su despegue definitivo llegó en 1972 cuando en la Ópera Metropolitana de Nueva York logró 17 subidas de telón tras sus nueve do agudos en el aria de ‘La fille du régiment’.

Con José Carreras y Plácido Domingo, Los Tres Tenores. Efe

Tanto era su atractivo que en 1973 se produjo su debut internacional en solitario en Missouri y pronto su interés lo llevó a protagonizar retransmisiones para televisión: la primera en directo llegó desde el MET de Nueva York en 1977. Ya era una figura mundial y a partir de ese momento, en los años 80, no sólo se dedicó a cantar, sino también a organizar concursos internacionales de voz para jóvenes, a cuyos ganadores se llevaba por el mundo. En Pekín, en el 25 aniversario de su carrera, actuaron ante 10.000 personas.

Los tres tenores y los mundiales

Fueron años en los que volvió a dos de sus escenarios favoritos, la Ópera Estatal de Viena y La Scala de Milán, antes de una década de los años 90, en los que comenzaría, de otra forma a la que soñaba de niño, su relación con el fútbol. En el Mundial de Italia’90 su ‘Nessun dorma’ (Puccini) fue elegido sintonía de la BBC para el evento deportivo y acabó convirtiéndose en la banda sonora de la Copa del Mundo. En la víspera de la final llegó otro hito: el primer concierto de Los Tres Tenores, junto a Plácido Domingo y José Carreras, en las Termas de Caracalla en Roma, que se convirtió en el disco más vendido de la historia.

Con Plácido Domingo y José Carreras, Los Tres Tenores, cantó en las finales de cuatro mundiales de fútbol.

Ese concierto de Los Tres Tenores se transformó en un clásico que se repitió en las finales de los siguientes Mundiales: en Los Ángeles (1994), París (1998) y Yokohama (2002). Fueron unos años en los que Big Luciano se hizo más pop y actuó en grandes estadios y recintos al aire libre para audiencias de masas. Como ejemplos, su concierto televisado en el Hyde Park de Londres ante 150.000 personas, que se convirtieron en 500.000 en el Central Park de Nueva York o en 300.000 junto a la Torre Eiffel en París.

Solidaridad y otros géneros

Pavarotti se asoció con muchas figuras del pop y el rock, grabando dúos con Elton John, U2, Dolores O’Riordan, Sting, Eros Ramazzotti, Celine Dion, Frank Sinatra, Michael Jackson, Liza Minnelli o Andrea Bocelli. Igualmente tuvieron gran trascendencia sus multitudinarios conciertos benéficos anuales en su Módena natal llamados ‘Pavarotti & Friends’, en los que reunía a lo mejor de la música internacional a favor de causas benéficas.

Hay quien le achaca cierto conformismo: no quiso aprender alemán y francés y eso limitó su repertorio.

La primera década del nuevo milenio sería la de su despedida. En 2004 anunció ‘La gira del adiós’, que le debía llevar en los años siguientes por 40 ciudades de todo el mundo, pero se despidió en febrero de 2006 al cantar ‘Nessun dorma’ (años después se supo que fue en playback) en la inauguración de los Juegos Olímpicos de invierno de Turín, ya que la gira se suspendió para que fuera intervenido de la espalda, y poco después se le detectó un tumor maligno en el páncreas, que se complicó con una neumonía postoperatoria en julio por la que canceló todos los conciertos restantes. Falleció en su casa el 6 de septiembre de 2007 a los 71 años. 

Pudo ser aún más grande

Pese a su inmensa carrera, éxitos, más de 100 millones de discos vendidos y seis Grammy, hay quien le reprocha un importante conservadurismo a lo largo de su trayectoria, en la que era reacio a interpretar a nuevos personajes. Una falta de ambición que le habría llevado a no saber leer una partitura, aunque hay personas que lo niegan. Tampoco quiso aprender alemán, lo que apenas le permitió interpretar a Mozart (salvo ‘Idomeneo’), ni francés, lo que le impidió acercarse al romanticismo musical, con lo que queda la sensación de que todavía pudo ser una figura más grande.

Vida amorosa

Pavarotti tuvo dos esposas, con una abrupta transición entre ambas. En 1961 se casó con Adua Veroni, a la que había conocido años antes. Con ella vivió un matrimonio que duró 34 años y les dio tres hijas: Lorenza, Cristina y Giuliana. Se separaron en 1995, pero los problemas conyugales llegaron dos años antes, cuando Pavarotti conoció a Nicoletta Mantovani, 35 años menor que él, en una feria ecuestre (los caballos y la pintura eran sus grandes aficiones) que él organizaba anualmente en Módena.

Pavarotti, su segunda mujer, Nicoletta Mantovani, y su hija Alice. Efe

Según cuenta su asistente Edwin Tinoco en un libro, los rumores de que Pavarotti tenía una amante circulaban ya en 1995 cuando Adua Veroni se presentó en el camerino del Royal Albert Hall de Londres y se encontró allá con Mantovani, que fue quien le comunicó de palabra que los rumores eran ciertos. Unas fotos posteriores de Pavarotti y Mantovani en una playa de Barbados provocaron que Veroni lo echara de su casa y precipitara el divorcio. 

La boda con Mantovani no llegó hasta 2003, cuatro meses después de que ambos fueran padres de gemelos, Alice y Riccardo, aunque éste no sobrevivió al nacer. Al parecer Veroni y Mantovani han tenido desde entonces una relación cordial e incluso Alice es amiga de las nietas del tenor.

El pañuelo blanco, convertido en símbolo

Cuando alguien recuerda a Luciano Pavarotti seguro que lo imagina con un pañuelo blanco en su mano izquierda. Lo llevó por primera vez el 1 de febrero de 1973 en Liberty (Missouri, Estados Unidos) en su debut internacional en solitario para secarse si transpiraba demasiado por los nervios que tenía. Se aferró a él durante toda la actuación y debido al éxito obtenido decidió llevarlo siempre como amuleto o superstición. “Sin el pañuelo no sé cantar. Es un inocuo y útil calmante”, llegó a decir. 


Más adelante aseguró que también lo usaba para evitar gesticular de forma excesiva. “Manteniendo el pañuelo me centro en un punto. Es mi centro de seguridad mientras estoy en el escenario”, afirmó.


No era el pañuelo su única manía. Tenía otras que arrastraba durante todas sus giras, como la necesidad de llevar en el bolsillo un clavo doblado que debía pertenecer al escenario o a sus alrededores. Además, no viajaba los viernes 13 e intentaba repetir hoteles y habitaciones en estos.


Según explicó en un libro su asistente, el peruano Edwin Tinoco, a las giras se llevaba toda clase de comida italiana, exigía que le montaran una cocina completa y un frigorífico en las suites y las ventanas debían cubrirse con papel de aluminio para aislarse de la luz por la noche. Además, las sábanas debían ser negras y contar con una tabla de madera encima del colchón para que su enorme peso no deformara la cama. El sofá debía estar elevado por encima de lo normal y también era muy tiquismiquis con las toallas, la ropa, los zapatos, los caramelos para aclarar su voz e incluso los polvos de talco.

67 minutos, un aplauso de récord Guinness

La voz de Pavarotti era prodigiosa, literalmente de récord. De hecho, el tenor italiano cuenta con dos Guinness: el del disco más vendido, el de Los Tres Tenores en concierto (compartido con Plácido Domingo y José Carreras) y el del mayor número de subidas y bajadas de telón, con 165. Este último aconteció en el Palacio de la Ópera de Berlín el 24 de febrero de 1968 y le otorgó otro récord: el del aplauso más largo de la historia, con 67 minutos, tras interpretar la obra cómica ‘El elixir del amor’, de Gaetano Donizetti. Una marca que estuvo en su poder durante 23 años, hasta que se la arrebató Plácido Domingo el 30 de julio de 1999 con su interpretación de ‘Otelo’, de Giuseppe Verdi, en la Ópera Estatal de Viena. El público austríaco lo aplaudió durante 80 minutos y provocó que regresara al escenario 101 veces.