El sol se oculta por debajo dela horizontal de las gradas y en el pasillo del salto de longitudse presentan los hombres que buscan el oro en el foso de arena.Son 13, pero son dos: están el dorsal 1136 (Carl Lewis) y eldorsal 1155 (Mike Powell). Pero sobre todo está Carl Lewis, elRey Carl. Los japoneses y el mundo atlético saben que están anteun momento que puede pasar para siempre a la historia como eldía en el que se batió el récord de Bob Beamon, aquel 8,90 metroslogrado hace casi 23 años con la ayuda de la altitud de México.
En España, son las 10 y media de la mañana. Como los días precedentes,el segundo canal de TVE retransmite en directo la jornada. Nohay españoles en la final, pero el interés del duelo Lewis-Powelleclipsa el hecho de que ningún español vaya a coger el relevodel gran Antonio Corgos, recordman español con 8,23 y finalistaen Helsinki'83 y los Juegos de Seúl'88 (quinto con 8,03). EstáCarl Lewis. No hay más que decir.
"Espero que lo logres, chico". Bob Beamon le dice esto a CarlLewis en plena disputa de los Juegos de Los Ángeles'84. No solose refiere al hecho de que Lewis logre igualar los cuatro orosde Owens en 1936 -algo que consiguió- sino también y, especialmente,a que supere sus 8,90. Beamon, aunque esté muy orgulloso de habersido el elegido aquel 18 de octubre de 1968 por el destino, esconsciente de que en el tartán de México se juntaron todos losastros y para que aquella cifra sea un hecho aprendido por numerosasgeneraciones al igual que la capital de Estados Unidos es Washingtono que Hitler invadió Polonia. Si alguien merece ocupar ese lugar,no hay duda de que ese alguien es Carl Lewis. ¿Por qué?
Nacido en Alabama en 1961, con 18 años saltó 8,13, récord delmundo juvenil. Con 20, se fue hasta 8,62, récord del mundo anivel del mar. Con 21, lo elevó hasta 8,76. Con 22, hasta 8,79.Ha sido oro en Helsinki'83, Los Ángeles'84, Roma'87 y Seúl'88.No pierde una competición de salto de longitud desde febrerode 1981, cuando le batió Larry Myricks. Eso suponen 65 citasinvicto. El 30 de agosto de 1991, ostenta 13 de los 20 mejoressaltos de la historia, todos ellos obtenidos a nivel del mar,sin los aproximadamente -y según diversos estudios- 20 centímetrosde más que se pueden obtener a partir de los 1.000-1.500 metrosde altitud. La media de esos 13 saltos es de exactamente 8,70metros. Solo otras tres personas -Beamon y Emmiyan en altitudy Myricks (8,74)- han superado el 8,70. La atmósfera en el estadioes densa. La pista es rápida. Y Lewis está en la mejor formade su vida.
Y es que cinco días antes ha batido el récord del mundo de los100 con 9,86, mejorando en seis centésimas su mejor marca. Unacarrera excepcional -"la mejor"- en la que los seis primeroshan bajado de los 10 segundos y aniquilado sus marcas: Burrel(9,88), Mitchell (9,91), Christie (9,92, récord de Europa), Fredericks(9,95 y récord de África) y Stewart (9,96) han hecho la rectade sus carreras. La pista es rápida.
Beamon contempla la tele en su casa. Son poco más de las 4 ymedia de la mañana en Nueva York. Por primera vez, una cadenanacional, la NBC, va a dedicarse en exclusiva a una prueba: elsalto de longitud. Porque también existe Mike Powell.
No es uno más, en realidad. A sus casi 28 años, Powell no poseela etérea elegancia de Lewis, pero no se le puede obviar. Éles otra clase de saltador, ágil y explosivo como su amigo WillyBanks, recordman mundial de triple. A los 20 años ya saltaba8,05 y desde 1988 roza o supera los 8,50. Su fuerte está en unabatida muy alta y un desesperado braceo en el aire, algo quele ha impulsado en 1990 hasta los 8,66, la 15ª huella más lejanade siempre. Además, en junio, ha estado a un solo centímetrode ganar a Lewis. En Nueva York, en los Trials -Campeonatos deEstados Unidos, que sirven para elegir a los tres representantesde cada prueba para Juegos o Mundiales-, Lewis se ha ido hasta8,64 y Powell hasta 8,63.
"Si desprendes un aire de confianza, ya estás un paso por delante".Eso es sencillo de decir si el que lo dice es Carl Lewis y saltasregularmente por encima de 8,60. La confianza ya ni se desprende,se derrama sobre los rivales como una losa. Cuando el concursocomienza, Beamon acerca el sofá a la televisión y suspira: ¿seráhoy? Cuando el concurso comienza y Powell hace 7,85 en el primerintento, Lewis piensa que tal vez sea el momento de asesinarla tarde con una dosis de confianza. Mira al frente, compruebaque la marca en el suelo para iniciar la carrera es la suya,arranca, mueve los brazos pegados al cuerpo en perfecta sincroníacon los dedos de las manos alineados como palas de frontón, batecon la izquierda y en un segundo sale de la arena sin un solograno en el cuerpo. Los jueces miden el salto: 8,68 metros. Récordde los campeonatos, 12ª mejor marca de la historia, dos centímetrospor encima del registro personal de Powell y su 8º registro desiempre.
"Ni siquiera te miraba, con esos gestos a veces tan femeninosque tenía, como de libélula. No he visto ni veré jamás a nadiematarte con tanta sutilidad. Era insultante. Yo nací para saltarlongitud, salté 8,74, gané muchas medallas. Él nació para quedudáramos de que habíamos nacido para saltar longitud. Juro quenací para saltar longitud". Es Larry Myricks, que en el segundointento logra 8,42 y se sitúa segundo. Ya está en la recta finalde su carrera deportiva y plantar cara a Lewis se antoja imposible,pero su talento es tan obvio que Powell deberá apretar si quierela plata. Los finalistas tienen tres saltos para meterse entrelos ocho mejores que tengan derecho a saltar otros tres más.Un par de nulos o una mala batida como la que le ha llevado al7,85 dejarían a Powell fuera de la mejora. El oro ya vale 8,69y la plata 8,43. Beamon mira y confía en este saltimbanqui para,cuando menos, apretar a Lewis. Zas, zas, zas, batida, caída,medición: 8,54. Beamon respira, Powell lo celebra, Lewis sonríe.El estadio de Tokio se va oscureciendo.
Nulo. El comentarista de la NBC no da crédito. Frederick CarltonLewis ha metido la punta de la zapatilla en la plastilina y hahecho nulo en su segunda tentativa, algo así como que CarlosSantana falle un acorde o que George Bush padre diga una frasesobre Kuwait y el petróleo que no atente a la inteligencia. Lewisse retira de la zona de salto, se coloca el pantalón de chándalblanco y la chaqueta azul y vuelve a concentrarse: si desprendesun aire de confianza, ya estás un paso por delante.
Comienza la tercera ronda. El alemán Dietmar Haaf, el italianoEvangelisti y el soviético Ochkan van a pelear por poder decirlesa sus nietos que fueron cuartos el día que Lewis, Powell y Myrickshicieron podio. Ahí va Powell, concentrado y alegre. Beamon haceuna mueca. Es un salto largo, de casi 8,70. Pero se deja el culoatrás en la caída: 8,29. El de Philadelphia se rasca la cabeza.Así no vas a ninguna parte, parece pensar. Cuando son casi las6 y 10 de la tarde, el Rey Carl inicia su majestuosa aproximacióna la tabla de 20 centímetros de fondo tras la que una tira deplastilina hace de chivata. Vuela. Aterriza. Beamon contienela respiración. Tokio, también. En España, los telespectadoresse frotan los ojos. La ubicación de la cámara es -esto es Japón-casi perfecta para medir a simple vista casi cada salto sin necesidadde jueces, 10 centímetros arriba o abajo. Lewis mira el salto.Todos los demás, miran a Lewis. Eso es un 8,80 o un 8,85 o un8,90. Es un salto mágico. Salta el rótulo de televisión al mismotiempo que en el marcador de pista. Lewis sonríe, el mundo alucina:8,83 metros, pero viento ilegal de +2,3 metros por segundo -ellímite es +2,0-. De no ser por el viento, era récord del mundoa nivel del mar y tercera marca de la historia. No vale parala historia, pero Lewis se emociona al ver la medición: si desprendesun aire de confianza…
LOS TRES INALCANZABLES Después de tres saltos, y por tanto lamitad de la prueba, Lewis la encabeza con 8,83, por los 8,54de Powell y los 8,42 de Myricks. Los tres estadounidenses, consu vestimenta blanca con ribetes rojos y azules, están a centímetrosluz del resto. El 8,83 de Lewis y el casi 8,70 de Powell quesu culo ha echado a perder pronostican una tarde para no quitarojo. La cuarta ronda pasa sin pena ni gloria hasta que llegael turno de Powell.
Un pendiente de aro en la oreja izquierda, una frente más quedespejada, la mirada tensa. Pide aplausos, al igual que su amigoBanks. "Sé que Carl es el mejor de la historia y que cuando lemiras a la cara ves que sabe que va a ganar, pero eso es lo queme pasa a mi ahora. Tengo el secreto", ha dicho Powell antesde la prueba. Sus tres primeros apoyos los acompaña de un movimientoexagerado hacia arriba de los brazos, como si fuera un gigantehaciendo bromas. Es muy rápido, bota. "Ohhhhhhhh". El murmulloes global. Es un salto de 8,80. Powell brinca de felicidad. "Ohhhhhhhh".El juez levanta la bandera roja, nulo. Powell clama, se acercaa la tabla: "¡Ésa marca no es mía, no es mía!" La repeticiónlo aclara: ha metido la puntera. El salto no se mide. Pero eraun 8,80. Lewis se quita la chaqueta. Empieza a correr. Ver correra Lewis es un placer indescriptible. Ni siquiera sumando el vera Sebastian Coe o a Steve Cram o las rectas finales de BillyKonchellah o el recuerdo de la sospecha Floren Griffith se puedellegar a reunir tanta elegancia en una sola persona. Musculososin ser un musculitos, podría ser una bella mujer si fuera mujery es, sin duda, el más elegante de los atletas. Ni siquiera laimagen de los años 85 y 86, cuando tras el boom de Los Ángelesperpetró un repelente disco pop, enturbia lo que se ve, que espura poesía en movimiento. Ha vuelto. Y es el más grande. Seeleva. Vuela. Literalmente.
El salto es increíble. Lewis lo mira, hace un puchero, pareceque llora. De repente, el golpe: viento de +2,9 m/s. Si es récorddel mundo, no valdrá. Beamon exhala un suspiro. Lewis hace unamueca. Espera la medición. Ahí llega: ¡¡¡8,91 metros!!! El estadioruge, Lewis, pese a la no validez de la marca para las listas,levanta los dos brazos. Ha matado la prueba. Se acabó, adiós,hasta otra, nos veremos en tus sueños.
Pero Powell es un chaval de barrio, un atleta algo desgarbadoy tirillas para lo que se estila y que cuando coge el balón debaloncesto hace unos mates que para sí quisieran el 90% de jugadoresde la NBA. No ha venido a Tokio a admirar a Lewis, aunque loadmire. Ha venido a otra cosa. A la misma a la que ha venidoLewis. Quinto salto. Su mente recuerda el anterior, aquel queha sido nulo por poco y que llegó a 8,80. Aprieta los dientes,tensa la mandíbula, la relaja, da los tres pasos del gigantebromista, sale disparado. Flop, flop, flop. Tres braceos, caídahacia delante, justito encima de la marca de los 9 metros. "¡Gransalto, gran salto!", brama Dwight Stones en la NBC. En TVE, GregorioParra ya casi no da más de sí: señores, esto es asombroso. Apareceen los marcadores el viento: +0,3 m/s. El salto será válido paralas listas. Lewis se levanta del suelo, le toca a él. La medicióntarda, Powell tiene sus 100 ojos en el marcador Seiko. De repentemueren 23 años de historia: ¡¡¡8,95 metros!!! Beamon mira incrédulo.Lewis, también. Powell sale corriendo, grita, agita los brazos,se santigua, se abraza a Tudor y Culbert. Es el nuevo recordmanmundial de salto de longitud. Aunque solo sea por unos minutos,él, un chico de barrio, es el más grande de siempre. Se agachay quizá reza. Le toca el turno a Lewis.
Los padres de Carl Lewis eran y son entrenadores de atletismo.Hasta que cumplió 15 años, Carl no destacaba. De golpe, lo hacía.No le han presionado nunca, ha sido él el que desde siempre decíaque no quiero tener un trabajo normal. En los trabajos normalesno suele haber momentos en los que medio mundo está viendo cómote derrotan por sorpresa y tu entrenamiento de años y años dependede que en los próximos 10 segundos lo hagas bien. Bien, no, perfecto.Más que perfecto. Lewis, con su rostro cuadriculado, no necesitaaplausos. Viene aplaudido de casa. Solo necesitaría verse a símismo la cara para saber que va a ganar. Pero no se la puedever. Corre. Powell reza. Lewis salta. El salto es tan maravillosoque dan ganas de echarse a llorar. Es una orgía de atletismoen toda regla. Si no es mejor que 8,95, será por muy poco. Elohhhhh del estadio cada vez es más alto, a pesar del legendariopudor japonés. Lewis mira el viento: es legal. Mira el marcador.Aguarda. Powell reza. Beamon reza. Salen los tres números: 8,87.No es suficiente. Es su mejor salto de siempre. Ha hecho sustres mejores saltos en la última hora, pero no es suficiente.Powell se derrumba sobre el césped y Lewis mira al frente. Quizáesté añorando un trabajo normal.
Última ronda. Nada cambia hasta que llega el turno de Powell.Myricks se hará con el bronce con 8,42. Powell creció con elrécord de Beamon alojado en algún lugar del cerebro y sabe queigual millones de niños crecerán a partir de ahora con su récorden algún lugar de la mente. Corre. Salta. El salto es de 8,70.Pero es nulo. De regreso a su puesto, saluda con las manos juntasal estilo japonés y agacha la cabeza. No la volverá a levantarhasta que salte Lewis.
Un trabajo normal En Nueva York, hace dos meses y medio, Lewistuvo que esperar al sexto y último salto para batir a Powell.Hoy el asunto adquiere un volumen infinitamente mayor. El 8,63de aquel día es un 8,95 hoy. Eso es casi un 4% más, una barbaridad.Pero si has saltado 8,91, 8,87 y 8,83, ¿quién es el que es capazde dudar de ti? Nadie. Ahí va el Rey Carl, el pasillo es suyo.Aunque no los vea, sabe que a los lados están los presos queaplauden a Redford en Brubaker. Si alguien merece salir de esacárcel, es él. Entonces se vuelve a colgar del cielo y Powellno mira y cae y el ohhhhhhh suena en medio planeta. Bandera blanca.Salto válido. Velocidad del viento válida. Está cercano a losnueve metros. Quizá no sirva, pero ya no cabe duda: es el mejoratleta de la historia moderna.
De vuelta a su puesto, esperando la medición, Lewis sabe queese salto no vale 8,95. Powell está de rodillas y Lewis le abrazay le palmea la espalda aunque sin quitar la vista del marcador.Este emite su veredicto: 8,84 metros. Cuarto salto por encimade 8,80, pero insuficiente. Powell sale corriendo y es conscientede que ha vivido una noche que entrará en la leyenda, con éla la cabeza. Lewis ha hecho el salto de su vida y así funcionael salto de longitud. Beamon escucha desde Nueva York y comienzaa recibir llamadas: los récords se rompen, la vida sigue. Tokiopasa a los anales.
Powell nunca más volvió a rozar un salto así, aunque en 1994y en altura -Sestriere- y con 4,4 metros por segundo a favorhizo 8,99. Lewis nunca más superó los 8,70, pero batió a Powellen Barcelona'92 -8,67 por 8,64- y en Atlanta'96, con 35 años,ganó su cuarto oro en longitud, con 8,50, algo solo igualadopor Al Oerter en disco. Era su noveno oro -récord- y tras estose retiró.
Hoy día, el 8,95 de Powell sigue imbatible. Solo Pedroso, Philipsy Saladino han superado 8,70, con el 8,74 como tope y Lewis acumula8 de los mejores 15 saltos de siempre. El concurso de Tokio fueelegido hace unos años el quinto momento atlético más impactantede la historia por la Federación de Atletismo de Estados Unidos,por detrás de la cuarta medalla seguida de Lewis en longitud,la racha de 122 triunfos de Edwin Moses en los 400 vallas, lavictoria de Joan Benoit en el maratón femenino de Los Ángelesy los 19,32 de Michael Johnson en el 200 de Atlanta'96. Personalmente-y de lejos-, este de Tokio'91 es el momento atlético por excelenciadel siglo XX. Nos hubiera encantado que lo lograras, chico.
LOS DATOS
Tokio de 1991. La sede japonesa fue testigo de uno de los acontecimientosmás importantes de la historia del atletismo.
Récord imbatido. La marca de 8,95 metros en el salto de longitudlograda por el de Philadelphia no ha sido batida desde 1991.
Lewis como favorito. Carl Lewis era el favorito indiscutiblepara superar la marca de 8,90 registrada por Bob Beamon.
Powell, segundo en la quiniela. El estadounidense había conseguidoestar un centímetro por debajo de Lewis y era el otro aspiranteal podio; pero, en la segunda posición.
Momento cumbre. El récord conseguido por Mike Powell es consideradopor muchos el momento atlético por excelencia, en el que la sorpresafue un factor determinante para su repercusión.
Bob Beamon, sorprendido. El hasta el momento recordman delsalto de longitud no se esperaba que Powell fuera el encargadode desbancarle. Su apuesta, como la del resto, era en favor deLewis.