oímos muchas veces algo parecido a esto: “El partido no ha tenido nada y el árbitro ha enseñado un montón de tarjetas”. Muy a menudo los árbitros lo justificamos diciendo: “Todas han sido reglamentarias”.

En mi opinión, hay muchas, muchísimas posibilidades de que en este caso el árbitro haya realizado una lectura deficiente del partido.

El árbitro, sobre todo el árbitro de cierto nivel, no se puede limitar a ser un pita-faltas y un saca-tarjetas, debe leer el partido, comprenderlo, adaptarse a él y a sus diferentes fases para ser un director del juego eficiente.

No puede limitarse a ver el partido en fotogramas y juzgar cada jugada fuera de su contexto, existen situaciones que no admiten dudas y hay que valorar objetivamente de acuerdo a las reglas, pero existen otras muchas cargadas de matices y de subjetividad en las que el árbitro debe demostrar su sentido de la oportunidad.

Son las llamadas jugadas grises, esas zancadillas, esos empujones, esos gestos de los jugadores que el árbitro debe juzgar con mesura y sentido común, pensando en todo momento qué es lo que conviene al buen discurrir del juego.

Decía el sabio Pedro Escartín que las tarjetas en el fútbol son como el veneno, en pequeñas proporciones cura y en grandes proporciones mata, por eso su correcta administración es vital para mantener el atractivo de un partido y de ello deben ser conscientes los jugadores y los entrenadores, si fuera posible que también lo entendiera el público, ya sería para nota alta.

Sé perfectamente que toda esta reflexión será reducida por los hinchas a: “Lo que tú digas pero, cuando es contra mi equipo, siempre nos amonestan”. Por desgracia esta es una batalla perdida, el apasionamiento nubla siempre la razón.

El autor es Vocal de Capacitación del Comité Navarro de Árbitros de Fútbol.