A la hora de valorar el triunfo de Carlos Alcaraz en el US Open, hay varios puntos que se deben valorar desde la visión del espectador. Quien suscribe, sin un ápice de fanatismo patriótico, quería que ganara el español. Este deseo se basa en que debería ganar siempre el espectáculo. Y el espectáculo, le demos las vueltas que le demos y respetando a un grandísimo jugador como Sinner, lo pone en mayor medida Alcaraz. El murciano es un jugador que se divierte y divierte, que le pone emoción a cada jugada y que hace que sus seguidores no sólo aplaudan, sino que salten de sus asientos. Es algo así como el Lamine Yamal del tenis, un hombre que se saca las jugadas de no sabemos dónde y que casi siempre le salen bien.
En principio, la pista dura es la favorita de Sinner y es donde hace mejores resultados. La velocidad de esta superficie favorece a un jugador como el italiano con unas preparaciones muy cortas (especialmente la de revés) y unas aceleraciones que a veces no podemos entender de dónde salen. Pero le falta ser un poco más impredecible, algo en lo que le supera ampliamente Alcaraz. Es decir, Sinner es un jugador que no sorprende, casi siempre se ve lo que va a hacer; todo lo contrario del murciano, que se saca unos golpes de los que no se enseñan en las escuelas de tenis, que sorprenden a contrarios y público. Y es que, mientras Sinner derrota a casi todos sus oponentes desde la línea de fondo, Alcaraz se mueve por toda la pista con un muestrario de golpes tan inesperados como sorprendentes. Todo un espectáculo.
El hoy número 1 ATP (Sinner acumulaba 65 semanas consecutivas como líder) obtuvo parte de su botín en la final con su saque. Unos porcentajes altísimos de primeros saques hicieron que pudiera meterse en la pista y hacer el juego que le gusta, el juego de disfrutar, de jugar cruzado, de volear, de hacer dejadas y de mostrar todo lo que sabe hacer (por ahora…).
Aunque todo esto está muy bien, uno piensa que la suerte para el tenis mundial sería que la clasificación no fuera cosa de dos y que apareciera un noruego, o un sudafricano, o un chino, que le diera un poco de vida a un tenis que hoy por hoy, y si el tiempo no lo cura, es cosa de dos. Y eso, queramos o no, nos va a aburrir. A no ser que se pase al tenis Lamine Yamal.
El autor es entrenador nacional de tenis.*