Con 86 años, Carlos Soria vuelve a Nepal para enfrentarse de nuevo al Manaslu, la octava montaña más alta del mundo, medio siglo después de haber formado parte de la primera expedición española a un ochomil.

Esta vez, asegura, lo hace como un homenaje y no como parte de su viejo sueño de coronar las catorce grandes cumbres del planeta: “Como ya hace 50 años desde aquella primera expedición, lo que quiero es ir a celebrarlo para intentar subirlo otra vez. Ese es el motivo. En los 14 ochomiles ahora no pienso en absoluto”.

Carlos Soria tiene en su haber doce de los catorce ochomiles entre 1990 y 2016 –todos salvo el Shisha Pangma y el Dhaulagiri–, y no coronó el Manaslu en aquella expedición de 1975 sino en 2010, ya con 71 años.

Tras aterrizar este sábado en Katmandú, el veterano montañero inicia una nueva expedición que lo llevará primero al valle del Khumbu, a la sombra del Everest, para realizar una aclimatación antes de trasladarse al campamento base del Manaslu el 12 de septiembre. Soria ha dedicado más de siete décadas al montañismo y ha alcanzado doce de las cumbres más altas de los cinco continentes para convertirse en el único montañero que ha ascendido diez ochomiles después de los 60. Durante años persiguió el sueño de completar los catorce y convertirse en el más longevo en lograrlo, aunque los años han terminado por cambiar su idea.

"La cumbre está a la vuelta"

Ahora reconoce que esa vieja meta fue quedando en un segundo plano frente a una certeza sencilla. “Yo soy consciente de que la cumbre verdaderamente está a la vuelta, en mi casa. Si lo veo mal, me he dado la vuelta en varias ocasiones. Esa es la verdadera cumbre: volver con la familia”, añade. Hace dos años sobrevivió a un accidente que pudo costarle la vida. “Una fractura abierta, andando en diagonal, con la camilla... Algo así a 7.700 metros es prácticamente una muerte segura. Ha sido quizá el peor momento de mi vida en la montaña, pero salí vivo y he hecho muchas montañas después de eso”, recuerda con determinación.

Nacido en Madrid en 1939, meses antes del final de la Guerra Civil, creció en la miseria de la posguerra. “Empecé a trabajar a los 11 años porque en aquella época era más importante intentar comer que aprender”, recuerda. Tapicero de profesión, a los 14 descubrió la montaña en la Sierra de Guadarrama: “Vi por primera vez las montañas, yo vivía en la ciudad, y desde entonces mi vida ha sido la montaña”.

Sus crampones y bastones han acompañado medio siglo de transformación en el mundo del montañismo. “Antes había que pedir permiso y daban muy pocos, ahora en un cuarto de hora, con un teléfono, preparas una expedición”, compara. Mientras Nepal tramita nuevas regulaciones para controlar la escalada al Everest, con seguros obligatorios, certificados médicos y tarifas más altas, además de abrir casi un centenar de picos poco transitados para diversificar el turismo, Soria no esconde su visión crítica: “El Everest es la montaña menos visitada del mundo lo que pasa es que los gobiernos son muy corruptos y no lo solucionan”.

“Entreno todos los días”

Con 86 años, Soria mantiene una disciplina férrea. Se levanta antes de las cinco de la mañana y reparte sus jornadas entre la bicicleta, las caminatas por la montaña y el rocódromo. “Entreno todos los días: una vez en la montaña, otra vez con bicicleta, en casa, en el rocódromo”, resume.

Su mensaje es tan simple como contundente: la edad no debe ser un motivo por el que no intentarlo. “La vida del jubilado es fantástica y hay que llegar a la jubilación en las mejores condiciones posibles porque no es el final de todo, es un inicio, y queda mucha vida por delante”. Con orgullo recuerda que, a diferencia de muchos compañeros, sigue conservando todos los dedos de manos y pies, una rareza después de tantas expediciones en el Himalaya.

Ahora, 50 años después de aquel primer intento, espera a la sombra del Everest para volver a medirse con la montaña, no solo como un reto físico, sino como un símbolo de memoria y resistencia.