El motociclismo es un espectáculo. Es un espacio más al que parte de la humanidad dedica su tiempo de ocio. Es un entretenimiento. Es un show dentro del catálogo. Un canal de televisión al que dedicar un rato. Francesco Bagnaia (14-I-1997, Turín) es una especie de antítesis del espectáculo. No celebra triunfos como su patrón, Valentino Rossi, con inolvidables puestas en escena. No es excéntrico en la victoria ni tampoco en la derrota. No es un showman. Es alguien sobrio. Políticamente correcto. Educado. Poco reprochable. De aspecto formal. Tendrá enemigos, porque todo campeón los tiene, pero no alimenta odios con gestos, acciones o palabras. Tampoco atesora hordas de seguidores, porque no es alguien visceral de carisma inconfundible y no acumula montones de éxitos como para convencer de manera irrefutable. Es tibio. Eso no produce legiones de fanatismo. Tampoco tiene cara de chico malo, ni rostro de adonis. Más bien parece alguien ajeno a su cosecha. Parece el vecino tranquilo, el hombre pausado al que pedirle sal cuando la necesitas. El tipo al que pedirle un favor. Quizás no fuera nunca la elección de un director de cine para el papel protagonista de su película. Pero esto es MotoGP. Un espectáculo plural, donde hay cabida para los Bagnaia, donde los Rossi encuentran su jubilación postergada o los Marc Márquez persiguen la reencarnación anticipada. Donde los ciclos de gloria encuentran su fin y surgen herederos. Ley de vida. Hay tiempo para todos. Hay gloria por repartirse. Pecco Bagnaia es el as de MotoGP. Lo es con todos los honores, porque en esta remesa de nuevos talentos destaca a lomos de una envidiable Ducati que ha logrado destronar al imperio japonés. ¿Gana la moto? ¿Gana el piloto? El eterno debate que ha salpicado a los más grandes. Nadie huye de él.

La alternativa al título era el orgulloso Jorge Martín, subido también a la maquina que ha sellado la victoria en 16 de las 19 carreras al esprint –Jorge se ha llevado nueve y Pecco, cuatro– en 17 de las 20 en las carreras dominicales –siete para Pecco y cuatro para Martín– , que ha amasado 44 de los 60 podios y que ha colocado a tres de sus ocho pilotos en el podio del campeonato. Martín llegó a anular 66 puntos de desventaja, lo que evocaba a los 91 que recortó Bagnaia para terminar imponiéndose a Fabio Quartararo en 2022. “Que se preocupe de lo suyo”, llegó a arrancar Martín a Bagnaia el viernes, cuando el italiano presentaba 21 puntos de falta de un fin de semana en el que se repartirían 37, después de que Jorge copiara a Pecco cada paso por el garaje para aflorar la tensión. El italiano trataba de abstraerse de la presión. El sábado la ventaja se redujo a 14 puntos en el reducto de Martín, ganador ratificando su condición de maestro en los esprints. “Normalmente, en la carrera larga somos más fuertes”, se defendía Bagnaia, apelando a su esencia dominical, tratando de rebajar la euforia ajena y de reafirmar su condición de campeón.

Jorge Martín, al suelo

En el Gran Premio de la Comunitat Valenciana, último rescoldo del campeonato, el visceral Martín avivó el fuego de la competencia por el cetro de MotoGP. En dos curvas remontó desde la sexta pintura para instalarse a rueda de Bagnaia, que partía desde la pole. Impaciente, Martín se pasó de frenada en la tercera vuelta. Estuvo cerca de llevarse puesto a Pecco. Jorge se escapó de la pista y regresó en octava posición, presto a protagonizar una nueva remontada. Pero al llegar a la altura de Marc Márquez, cuando se tocaba a la sexta vuelta, se lanzó por el interior sin espacio. Impactó con la rueda trasera de Márquez. Hizo el afilador, y ambos sufrieron caídas. Así se despidió Marc de Honda, como paradigma de sus últimos tiempos en la casa japonesa. El martes probará por primera vez la Ducati para emprender una nueva aventura. Martín lloró desconsolado en su garaje, porque realmente tuvo el trono a sus pies. Errores como la caída en Indonesia cuando rodaba líder en solitario serán un tormento de por vida. La caída de Cheste fue producto de rodar a la desesperada.

El accidente proclamó automáticamente campeón a Bagnaia, que de inmediato se dejó ir. Bajó a la tercera plaza. Pero Brad Binder se salió de la pista y Jack Miller sufrió una caída. Ambos rodaban en cabeza cuando cometieron los errores. Las bajas abrieron la puerta de la victoria a Bagnaia, que se coronó con victoria. “Ha sido una carrera increíble... poder ganar la carrera y el título a la vez es algo único. Ha sido una temporada muy difícil, sobre todo después de cómo pintaba desde Barcelona, cuando nos dimos un golpe muy fuerte”, recordó Bagnaia sobre el atropello de Binder, un accidente espeluznante. “He disfrutado mucho; más no puedo pedir”, expresó escueto, ya con su tercer título (uno de Moto2 en 2018 y dos de MotoGP), el segundo consecutivo de la categoría reina. Nadie había reeditado el título desde que lo hiciera Marc Márquez en 2019 y anteriormente Rossi, los dos únicos anteriores a Bagnaia en la era de MotoGP.

Fabio Di Giannantonio pudo privar a Bagnaia del broche de la victoria. Se acercó amenazante en la última vuelta, pero se quedó sin tiempo para alcanzar el triunfo e impedir que se diera la circunstancia de que por primer año desde que naciera el Mundial en 1949 nadie ha logrado enlazar dos victorias seguidas. La sobriedad se impuso. Bagnaia, un tipo sencillo, sigue siendo el rey.