Tambores de guerra redoblan desde el Sahel. El reciente golpe de Estado en Níger y las funestas consecuencias que puede traer para la zona han devuelto la atención mediática hacia África. El tradicional cóctel de neocolonialismo, golpes de Estado, intereses de potencias internacionales y vulneraciones de los derechos humanos que desangra el continente africano, con consecuencias de primer orden tanto para la región como para el orden internacional, nos devuelve a los años más oscuros del colonialismo que parecían haber quedado atrás.

Dos son las coordenadas claves para entender la importancia de lo que está ocurriendo en el Sahel: una regional, la otra internacional. En lo regional, el Sahel, la zona que divide África en dos entre los desiertos del norte árabe y las sabanas de la África negra al sur, ha sido de vital importancia para los intereses de Francia. Después de la descolonización Francia ideó el sistema denominado la Francafrique, con el que, a través del control de la moneda y de las élites gobernantes y la instalación de bases militares, mantuvo su influencia en los distintos gobiernos y logró tener acceso a las valiosas materias primas de la región.

El Sahel, una de las zonas más pobres de la tierra, ha sufrido otras plagas además del neocolonialismo. A principios de 2000 yihadistas con relaciones con Al Qaeda fueron expulsados de Argelia instalándose en los desiertos de la zona, captando a las poblaciones abandonadas por sus gobiernos. En 2012, la revuelta de los tuaregs, armados gracias al caos libio tras el derrocamiento de Gadafi, animó a los yihadistas a pasar al ataque y hacerse con la región de Azawad, desestabilizando así toda la región. La intervención militar, principalmente francesa e internacional, parecía haber devuelto la paz a la zona, pero resultó ser un espejismo.

Desde 2020, diferentes gobiernos del Sahel han ido sufriendo golpes de Estado y las juntas militares que han tomado el poder se han posicionado en contra de la influencia francesa y occidental: Malí, Chad, Guinea Conakry, Sudán, Burkina Faso y ahora Níger. Las causas han sido muchas, pero el hastío por la amenaza yihadista, la pobreza extrema y el abandono por parte de las élites locales parecen claves. Sin olvidar, la sensación de que las potencias occidentales, como Francia, son incapaces de garantizar la seguridad de la población frente al terrorismo islamista ni de llevar el desarrollo económico a los países bajo su protección más allá del enriquecimiento de las élites gobernantes.

Rusia ocupa el lugar de Francia

Pero si el desmantelamiento de la Francafrique es ya de por sí un hecho importante, el que sea Rusia quien está tratando de ocupar el lugar de los franceses añade una nueva dimensión a la cuestión. Esta implicación rusa no ha hecho más que crecer desde la invasión de Ucrania y ha ido haciéndose más palpable con el auge mediático de los mercenarios de Wagner, verdaderos caballos de Troya de la influencia rusa en el Sahel. El propio jefe y fundador Yevgueni Prigozhin ha reaparecido en África después de abandonar Ucrania y Bielorrusia. Pero, ¿qué es lo que realmente busca Rusia en el Sahel?

La historia de los últimos siglos de África es un continuo desgarro al que la han sometido las distintas potencias mundiales. Primero el esclavismo, después la colonización en el siglo XIX y parte del XX. Parecía que la descolonización de la década de los 50 abría un nuevo futuro al continente. Sin embargo, por razón de la Guerra Fría u otros motivos, los antiguos colonizadores hallaron nuevos caminos para seguir manteniendo su influencia en las antiguas colonias y asegurarse así los recursos naturales al mejor precio.

En los comienzos del siglo XXI, llamados por el determinante papel que los recursos naturales africanos juegan, y seguirán jugarán en el futuro, potencias sin tradición histórica en la zona se fijaron en el continente negro y desde entonces tratan de influir en él. Fue China la que más apostó por África a través de la creación de grandes infraestructuras a cambio de tratados comerciales sobre las materias primas que necesitaba para mantener el motor de su desarrollo continuo. Rusia llegó a la carrera más tarde. Aunque históricamente jugaba con desventaja, ya que el Imperio ruso se quedó fuera del reparto del continente en la era clásica de la colonización, fue en la Guerra Fría cuando la URSS trabó alianzas con distintos países africanos, sobre todo a la hora de dar ayuda material en los procesos de descolonización.

Vladímir Putin no dejó de lado aquellos lazos y, desde los inicios de su presidencia, África y sus materias primas pasaron a primer plano en su política exterior. Pero es a partir de 2014, con la anexión de Crimea y las consecuentes sanciones internacionales, cuando Rusia redobló la apuesta africana. La cumbre de Sochi en octubre 2019 entre rusos y africanos significó la presentación en público de la influencia que Rusia estaba tratando de establecer en muchos Estados africanos. Las alarmas comenzaron a encenderse en muchas cancillerías internacionales.

El modus operandi ruso a la hora de influir en los Estados africanos es bien conocido. Putin ha sabido aprovecharse de la amenaza yihadista y también del desencanto local hacia la influencia occidental, especialmente la francesa. Rusia ofrece seguridad y armamento a las nuevas juntas militares, asegurando su poder, tanto frente a los yihadistas como sobre los opositores internos. Y aquí es donde entran los mercenarios de Wagner convirtiéndose no solo en asesores, sino también en los brazos ejecutores frente a cualquier desafío al poder. A cambio, Rusia se adueña de materias primas, recursos naturales y piedras preciosas, llegando a gestionar incluso la exportación y venta de esos bienes. Todo un negocio en el que se mezclan seguridad, represión, recursos energéticos, piedras preciosas, oro…, además de los intereses geopolíticos del Kremlin.

Consecuencias

A nivel regional, por tanto, hay una pugna que podría hacer que el Sahel pasara de manos occidentales a convertirse en una zona de influencia rusa. Pero, ¿qué significaría esto, más allá de una posible guerra de estos países con el resto del África occidental, cuyas elites verían peligrar sus regímenes consolidados ante las aventuras de estos nuevos libertadores ayudados por Rusia? Aquí es donde entraría la segunda coordenada a la hora de entender el conflicto, el internacional, la que convertiría al Sahel en una de las piezas clave en la batalla del nuevo orden internacional.

Tres son los grandes factores que hacen que la región sea tan importante a nivel geopolítico. El primero es el de los recursos naturales. La zona del Sahel es clave en materias primas y recursos naturales. Se cree que una de cada tres bombillas en Francia se enciende gracias al uranio nigerino. La reciente guerra de Ucrania nos ha demostrado la vulnerabilidad que Occidente tiene en materia energética, por lo que cada día está más claro la importancia que África tendrá en el futuro, no solo en lo referente a las energías tradicionales, también en las renovables. Chinos y rusos parecen haberlo descubierto hace tiempo, mucho antes que los europeos.

El segundo factor es el demográfico. El Sahel es el embudo en el camino de la emigración de la África subsahariana hacia Europa. No olvidemos que África es un hervidero de población joven que no encuentra oportunidades y que, sobre todo para Europa, puede ser el elemento clave para rejuvenecer unas sociedades en invierno demográfico y necesitadas de jóvenes para garantizar el sistema. A la vez, la emigración puede ser también una posible amenaza, ya que una inmigración no controlada podría tener un gran poder desestabilizador, como se vio con la crisis de refugiados sirios en Europa en 2015.

Existe también un tercer factor a tener muy en cuenta, el geopolítico. La invasión de Ucrania y el problema energético que de ella se derivó, han hecho que África vuelva a abrir los apetitos más insaciables de las potencias occidentales y no occidentales. África se ha vuelto una presa aún más codiciada que hace dos siglos. Pero, a la vez, lo ocurrido en Ucrania nos ha descubierto un mundo multipolar, en el que los países comienzan a jugar sus cartas al margen de los Estados Unidos, y donde los bloques y alianzas serán más heterogéneos. Todo esto hará que las diferentes potencias tengan que saber ganarse a los distintos Estados africanos para sus intereses.

Hartazgo de la población

Los golpes de Estado en el Sahel no solo muestran la debilidad francesa y el aumento de influencia rusa en la región. También nos enseñan el hartazgo de la población africana respecto a sistemas como el Francafrique, donde las potencias siguen explotando los recursos naturales utilizando a unas elites locales que no son capaces de asegurar la seguridad y la prosperidad de su población. Ya se habla de una segunda descolonización, y líderes militares, como el denominado Che Guevara de Burkina Faso, Ibrahim Traoré, arremeten directamente contra Occidente y hablan de un retorno del panafricanismo, en el que una unión de los diferentes Estados africanos lograría una verdadera independencia respecto de los intereses occidentales.

Habrá que ver si por fin África consigue aprovechar el importante papel que el futuro orden multipolar le ofrece, sacudiéndose el yugo de las potencias occidentales y no occidentales y sus cantos de sirena. El siglo XXI puede ser de África, por recursos y por demografía. Para ello los africanos deberán ser capaces de lograr una verdadera independencia a todos los niveles y lograr por fin huir de la utilización que del continente negro hacen las grandes potencias. Una guerra entre Estados en el Sahel significaría un desastre a todos los niveles para el continente y retrasaría más el esperado despertar de África.