la naturaleza es sabia. Así reza el dicho popular y en este caso no cabe duda que se cumple. A mediados del siglo XIX, en los terrenos en los que se asienta ahora el rutilante nuevo Balneario de Elgorriaga había una posada para viajeros. Parece ser que entonces se dieron cuenta que las vacas, caballos y demás animales se acercaban siempre a beber a un manantial y sabido es el especial apego que sienten estos cuadrúpedos por la sal. Se llevaron a analizar aquella agua tan salada y ya en 1846 comenzaron a obtenerse por evaporación las sales de este manantial. Los doctores Alejandro San Martín y Antonio Simonena descubrieron su valos medicinal y empezaron a prescribir los baños con fines curativos. Analizadas por el doctor Casares y tras un informe del doctor Joaquín Aleixandre, se declararon de manera oficial de utilidad pública por Real Orden de 12 de mayo de 1919. En aquella época la temporada de baño era en verano, de junio y septiembre, ya que no existían las posibilidades actuales de calentar el agua que sale a 14ºC. Los cuadernillos publicitarios del balneario en el que se codeaba la crema de la sociedad señalaban que "es el manantial de más fuerte mineralización del mundo" y sus aguas saladas estaban especialmente indicadas para "favorecer l crecimiento y perfecto desarrollo, evitando y curando el raquitismo, como tónico reconstituyente en la estirilidad de la mujer, salpingitis crónicas, en la escrófula y en el linfatismo en todas sus múltiples manifestaciones". También servía como remedio para anemias y obesidades y se recomendaba "excepcionalmente su uso en bebida diluida y convenimiente diluida". Las sales se comercializaban en unas latas metálicas, que aún algunos vecinos conservan. Las tarifas del hotel del balneario, a principios del siglo XX eran de entre 11 y 20 pesetas al día por persona (pensión completa), aunque la "servidumbre" podía alojarse por 5 pesetas. Junto a los servicios generales incluía "salas de lectura y escritura, recreos, capilla, teléfono y telégrafo, e incluso, luz eléctrica".
