En el Bidasoa, que no es tierra de palmeras, aunque haberlas, haylas, traídas quizás por los jóvenes que iban a servir a África, a cumplir o a sufrir (que esa es otra) el servicio militar, y tampoco de olivos (que en los últimos tiempos también se ven), lo que priva es el laurel. Hasta hace unas tres décadas, puede que cuatro, de víspera llegaban en los autobuses de la Aurrera o La Baztanesa montones de palmas, unas largas y flexibles, otras primorosamente trabajadas con llamativos arabescos, que se llevaban a la parroquia y también se sacaban en la procesión de Viernes Santo, y luego se guardaban de adorno en casa hasta que, llenas de polvo, la etxekoandre optaba por usarlas como combustible y acababan en el fuego.
Lo del laurel en cambio, es más prosaíco, y una ramita se colocaba en la puerta de la casa (para preservarla del rayo, decían) y otra se reservaba para aderezar algún guiso, tampoco mucho porque las especias no han tenido o lo han tenido escaso, protagonismo en la gastronomía baztandarra. El laurel también tiene su simbología, además de las coronas que se ceñían en la cabeza de los héroes, y pervive (o quizás ya no) de que, como debe hacerse con las colmenas de abejas, hay que advertirle (al laurel) de la muerte de su dueño agitándolo suavemente mientras se le dice: "Tu dueño ha muerto, ahora cambias de amo".
El laurel es el emblema de la paz (¡vaya por Dios, debe ser especie en peligro de extinción!) y de la victoria (que muchas veces, demasiadas, es lo contrario de la paz; ya nos entendemos) y con él se coronaba también a los poetas y a los artistas, en el caso de los poetas costumbre que persistió, dicen, hasta la Edad Media.
Se le atribuye (ya se dice) poder para alejar el rayo y para ahuyentar las tormentas (debe echarse una hoja al fuego inmediatamente después del primer trueno) y antes más que ahora, aconsejaban llevar una hojita bendecida el día de Ramos o el Viernes Santo, adornando el sombrero. Ahora, cuando sombreros se ven cada vez menos y lo que priva son esas gorras yanquis que lucen títulos de Ferrari o Ford, de University of Massachusetts o como se escriba, la verdad es, las cosas como son, que ni siquiera se puede lucir en ellas una hoja de laurel en el popular y alegre barrio madrileño de Chueca.
Domingo de Ramos, ya no se ven tantas palmas como en un tiempo, lo que sumirá aún más en la crisis a los artesanos de Elche, que es la capital mundial de este laboreo y sin discusión. Nada más que ayer estábamos dándole al turrón y festejando el Año Nuevo, y como sin darnos cuenta nos hemos comido la cuarta parte del queso del calendario, florecen manzanos y ciruelos (a expensas de alguna inesperada y canalla helada), se ven florecillas de San José, tan bonitas y humildes, y estamos en Ramos. O sea que, en cuanto pase la Desbandada Santa, diremos que en Pascua estamos.