A pilar una mañana de mercado en Sangüesa de hace ya medio siglo, una tendera le recriminó la decisión de su marido Ramiro de haberse trasladado con toda su familia desde Buñuel a Gabarderal y le auguró un futuro no demasiado halagüeño. “No sé cómo tu marido os ha traído aquí, os vais a morir de hambre”. Más o menos ésas fueron las palabras que la tendera le dedicó a la entonces joven Pilar y que años después recordaría, no sin cierta rabia, cuando hablaba de los duros primeros años en el pueblo.

Ella misma las repetiría hoy exactamente como fueron esa mañana si el fantasma del alzehimer no hubiera borrado casi todos sus recuerdos. Aquella atenta tendera, incierto saber si con buena o mala intención, no acertó en sus predicciones o al menos no del todo. Es verdad que ninguno de los 24 colonos y sus familias que llegaron a Gabarderal en los primeros años de la década de los 60 se murió de hambre, pero no es menos cierto que la vida para todos ellos ha sido un camino de duro trabajo en el campo y de muchos sacrificios.

Medio siglo ha pasado de aquella escena, 50 años desde que Gabarderal, uno de los cinco pueblos de colonización que se construyeron en Navarra durante los años cincuenta, acogiera a sus primeros habitantes, los colonos.

El curso habitual de la vida ha hecho que solamente tres hombres y doce mujeres de aquellos primeros colonos, puedieran asistir ayer a la fiesta que el concejo de Gabarderal había organizado para homenajear y recordar a todos ellos y también a sus familias. Uno de aquellos primeros colonos, Ramiro García, fue el encargado de descubrir el Monolito al Colono.

A sus noventa años, Ramiro García anduvo los días previos nervioso pues temía que su sordera le impida cumplir con precisión su cometido de ayer y porque sabe que durante unos segundos será el centro de las miradas de todos sus convecinos que verán en él, no sólo a Ramiro, uno de los últimos colonos, sino también el reflejo de sus propios familiares: el marido que se fue demasiado pronto, el padre que falleció víctima de enfermedad o el abuelo que murió sin conocer a todos sus nietos.

Pueblos de colonización

Cinco en Navarra

La creación en Navarra de pueblos de colonización como Gabarderal, Rada, Figarol, San Isidro del Pinar y El Boyeral, éste último ya abandonado, se debió al cambio en la política agraria que el régimen de Franco llevó a cabo en la década de los 50. El llenado del pantano de Yesa y la construcción del canal de las Bardenas propició la conversión en regadíos de muchas tierras que permanecían sin cultivar.

A ello se unió un afán expropiatorio por parte del régimen, en este caso, se requisaron tierras del común de Sangüesa, de conocidos terratenientes de toda la zona y también de algunos pequeños propietarios. Las tierras se nivelaron, adecuaron y dividieron en parcelas de entre 100 y 120 robadas para ser vendidas a sus futuros dueños, los colonos.

En el año 1959 se expidieron por parte del Instituto Nacional de Colonización (INC) los títulos de colonos, que en principio se iban a dedicar a los vecinos de Sangüesa, pero en vista del escaso éxito alcanzado se abrió al resto de Navarra. Los llamados lotes comprendían la casa, la tierra, la yegua, la carreta y los aperos.

Los requisitos para acceder a ellos eran numerosos pero principalmente había que “ser familia numerosa y dedicarse a la agricultura”, explica David Maruri, autor del libro que describirá la historia de Gabarderal y que saldrá publicado en julio.

Aunque suene a fantasma del pasado, los primero colonos no fueron recibidos con los brazos abiertos por los sangüesinos, pues pensaban que les regalaban las tierras que anteriormente les habían pertenecido y luego expropiado. Sin embargo, sólo cinco familias de Sangüesa optaron por hacerse colonos. “En cierto modo es una actitud comprensible, porque las tierras expropiadas afectaron en mayor medida al común de Sangüesa y a unos pocos propietarios, excepto los condes de Javier, pero éste es un tema que pertenece al pasado y que los vecinos de Sangüesa y Gabarderal han superado felizmente ya”, comenta David Maruri.

Los colonos

El desarraigo para medrar

En julio de 1961, el recién creado pueblo de Gabarderal acogió a sus primeros vecinos: la familia del colono Domingo Lacosta, nativos de Petilla de Aragón, pero procedentes de Marcilla. En los siguientes tres años irían llegando al concejo 23 familias más de diversos puntos de la geografía navarra: Armañanzas, Buñuel, Torres del Río, Unciti, Jaurrieta, Bargota, Eslava, Sangüesa, Tudela...

La mayoría de ellos eran jornaleros, trabajadores del campo que presentían que la vida en sus pueblos de origen no les brindaría muchas oportunidades. Así, con la esperanza de progresar en sus vidas y de dar oportunidades a sus hijos, abandonaron todo lo que conocían: familia, amigos, trabajo... para empezar una vida nueva en un pueblo que, como asegura Ramiro García, “estaba a medio construir”.

Antes de instalarse con sus familias, los colonos se desplazaban solos hasta sus recién adquiridas tierras. “Nosotros llegamos a Gabarderal en octubre de 1961, pero yo había venido dos años antes a sembrar y preparar un poco la tierra y me quedaba de patrona en Sangüesa. Luego ya vinimos todos”, comenta Ramiro García.

El sentimiento de desarraigo fue una constante en todos los matrimonios de colonos y es probable que a lo largo de su vida ninguno de ellos sintiera Gabarderal como su pueblo. Ese sentimiento es algo que sólo llegaría con las generaciones siguientes, las que nacieron y se criaron aquí. “Mi mujer y mis hijas mayores se pasaron llorando meses. Veníamos de Buñuel, que era un pueblo majo, y esto era como el desierto, no había nada”, asegura Ramiro.

A pesar del alto precio a pagar que supuso el abandono del hogar, la ilusión por poseer una tierra, una casa y una esperanza de progreso, compensó todos los miedos y dificultades.

Los hombres

Una vida dedicada al campo

La vida de un agricultor nunca ha sido una vida fácil, la tierra no entiende de horarios ni de vacaciones y exige un seguimiento estricto, pero los primeros cinco años de los colonos fueron más duros de lo esperado.

El INC les sometió a un severo control a través de un sistema denominado aparcería: les proporcionaban las semillas, los abonos y realizaban algunas tareas en las tierras, a cambio los colonos debían pagar con sus cosechas. El problema llegaba cuando éstas eran poco productivas, situación que solía ser habitual, pues algunas tierras jamás habían sido cultivadas, tenían muchas piedras o eran de mala calidad.

Ante la imposibilidad de pagar al INC la deuda se acumulaba lo que colocaba a los colonos en una complicada situación. Con el paso de los años el control del INC dejó de ser tan férreo y tras la obstinación de los colonos las tierras, antes yermas, en muchos casos, comenzaron a dar los ansiados frutos. “Lo que hicieron estos hombres en esos primeros años es digno de elogio”, asegura el escritor David Maruri.

Las mujeres

En casa y también en el campo

Es de sobra conocido el papel que los colonos desempeñaron en el desarrollo de Gabarderal, quizá menos llamativo, pero no por ello menos determinante ha sido el trabajo de las mujeres. De poco hubiera servido el esfuerzo en el campo si mujeres como María, Blasa, Nati, Pilar, María, Elena, Petra, Petrita, Mª Luisa, Rosario, no hubieran cuidado de los hijos -por aquella época numerosos-, de la casa y en muchos casos también en el campo, ayudando a sus maridos.

Y si las condiciones de trabajo en el campo eran duras, las de las mujeres en el hogar no eran mejores. Las primeras familias que llegaron a Gabarderal se encontraron con un pueblo a estrenar, pero también a medio construir. Dos años tardaría en llegar la luz eléctrica, dos años viviendo en penumbra con la única luz de los candiles y cinco años el agua sanitaria, por lo que las mujeres se veían obligadas a realizar numerosos viajes a la acequia para lavar o fregar.

El futuro

¿Qué ocurrirá con las tierras?

El futuro de los pueblos de colonización, y Gabarderal no es una excepción, es incierto. La situación del sector agrario ha sufrido un gran cambio desde los años 60. Entonces las familias “podían sobrevivir con las 100-120 robadas pero eso ahora es totalmente imposible. Ahora para vivir de la tierra son necesarias no menos de 2.000 robadas”, explica David Maruri.

Ya son pocos los que se dedican en exclusiva a la agricultura, la mayoría que continúa con las tareas del campo lo compagina con otro trabajo, pero se resisten a abandonarlas totalmente por nostalgia o apego a la tierra de sus padres.

Así poco a poco Gabarderal va convirtiéndose en un bonito pueblo residencial, ordenado y muy cuidado, en donde la tierra hace tiempo que dejo de ser su principal fuente de ingresos.