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La lengua que nunca se fue

varios expertos explican la historia del euskera en pamplona, tan antigua y cambiante como la de la propia ciudad

La lengua que nunca se fueMIKEL SAIZ

ni es casualidad que la mayor parte de la toponimia de la capital navarra sea en euskera, ni que muchos de sus más ilustres hijos lo hayan hablado y defendido. Los testimonios históricos evidencian que la lengua vasca ha sido la mayoritaria a lo largo de los siglos, aunque hoy a sus regidores parezca estorbarles. Con motivo de la celebración del Día Internacional del Euskera -instaurado hace 63 años por Eusko Ikaskuntza-, varios expertos explican cómo ha sido la relación entre el euskera y la capital navarra. Una historia de vaivenes, de convivencia con otras lenguas hoy desaparecidas en esta tierra, también de prohibiciones y, en las últimas décadas, de recuperación decidida, aunque no siempre con el viento a favor.

Como indicaba José María Jimeno Jurio en su Historia de Pamplona y de sus Lenguas, para encontrar los orígenes del euskera en la ciudad hay que remontarse a sus inicios. "Los restos arqueológicos denuncian una ocupación ininterrumpida del área desde antes de los años 800 hasta el 76 a.C. por una población indígena, de origen preindoeurpeo, como es generalmente admitido para este pueblo, abierto al exterior y aceptador de elementos aportados por otras culturas, ahora céltica, después romana, y visigoda y árabe más tarde. Tras varios siglos de presencia, los pobladores son identificados con el gentilicio de vascones, el grupo étnico citado como baskunes en inscripciones monetarias", explicaba el fallecido historiador artajonés.

Evidentemente, la lengua de este colectivo sería el euskera y "el sustantivo con el que conocerían a su ciudad: Irunia, Irunea o Iruña". En opinión de Jimeno Jurio, la posterior romanización de la ciudad impondría "un bilingüismo, al menos y en un principio entre sectores minoritarios vinculados a la administración y al comercio". Aún así, el euskera continuaría siendo la lengua "autóctona y absolutamente mayoritaria" utilizada por los pamploneses del momento.

la dicotomía Sin embargo, en esta época se produce un "hecho transcendental", como señala Jimeno Jurio: "Mientras los nativos carecían de un sistema de escritura capaz de plasmar la complejidad de sus peculiaridades fonéticas, los advenedizos importaban los suyos propios", indica. De esta manera, el euskera se convierte en una lengua ágrafa y popular, mientras que el latín se convierte en el vehículo de rango oficial con la administración. "La lengua autóctona y absolutamente mayoritaria, de origen preindoeurpeo y por tanto anterior al latín, no aparecerá en escritos, y se verá socialmente marginada", añade.

A partir de ahí, esta situación se reproducirá durante siglos sin demasiadas excepciones: el euskera sería la lengua oral y el vehículo habitual de comunicación entre los pamploneses, mientras que las lenguas romances (en cada época una, del latín al castellano pasando por el romance navarro y el gascón) se afianzarían en la administración.

El escritor de Aezkoa Jose Carlos Etxegoien Xamar subraya la importancia que tendría en la posterior regresión del euskera esta situación: "En toda Euskal Herria se da esa situación por la que otras lenguas se convierten en el vehículo de cultura, con lo que para estudiar es necesario conocerlas con el prestigio que conllevaba en perjuicio del euskera. Por otro lado, como explico en el libro Euskara Jendea la administración se veía en la necesidad de dirigirse a los ciudadanos de forma bilingüe, utilizando también el euskera porque, qué remedio, la mayoría eran euskaldunes monolingües. Sin embargo, esta organización de los funcionarios se desecha a finales del siglo XVIII, lo que tendría consecuencias notorias en el siglo XIX".

el testimonio musulmán Durante la Edad Media apenas existen referencias sobre cuál era la lengua de los pamploneses en aquellos siglos, aunque el primero de estos testimonios es manifiesto. Se le debe al cronista musulmán del siglo X Al-Himyari, quien para describir la campaña de Abd al-Rahmán III se refiere a Pamplona de la siguiente forma en el 924: "Se encuentra en medio de altas montañas y valles profundos, poco favorecida por la naturaleza, sus habitantes son pobres, no comen suficientemente y se dedican al bandidaje, la mayoría hablan vasco (al-bashkiya), lo cual les hace incomprensibles".

A partir de aquella época se acrecienta una convivencia lingüística del euskera con otras lenguas. "Con la revolución demográfica y económica operada en Iruñea desde finales del siglo XI el panorama lingüístico sufre un profundo cambio. Junto al euskera de los nativos, al latín vulgar y al incipiente romance navarro de unas minorías, se escuchan nuevas lenguas importadas, en las que será redactada la documentación (latín, occitano, navarro, hebreo)", recogía José María Jimeno Jurio.

convivencia con otras lenguas El historiador Roldán Jimeno, hijo del autor de esas líneas, sintetiza esa evolución del euskera desde el siglo X de la siguiente manera: "En aquel siglo emergió con fuerza el romance, heredero del latín, que paulatinamente fue ganando terreno al euskera. En el último cuarto del siglo XI, las villas y burgos surgidos en el Camino de Santiago como Pamplona trajeron el occitano; en aquellos núcleos urbanos se instalaron también juderías, que en Iruñea estaban en Tejería, donde se hablaba hebreo. Pero paradójicamente, en los siglos modernos el euskera fue ganando terreno a las lenguas romances incluso en el burgo de San Cernin y en la Población de San Nicolás -se entiende que muchos menos vascohablantes que la Navarrería-. Esas gentes dedicadas al comercio pronto vieron la necesidad de hablar euskera para comunicarse, no solo con otros pamploneses, sino, de manera especial, con los de Iruñerria (la Cuenca) que acudían al mercado, y otros navarros vascohablantes".

Los testimonios de estos siglos posteriores que atestiguan esa vigencia del euskera en la capital navarra son numerosos, variados (desde viajeros hasta clérigos) y elocuentes. Sin embargo, a partir del siglo XVIII comienza un claro declive del euskera. "La regresión se dio, sobre todo, en el siglo XVIII, con una serie de medidas legales como la prohibición de la impresión en otras lenguas (1766), la obligación de la enseñanza monolingüe castellana a todos los niveles (1768) o la Ley de las Cortes Generales de Navarra (de 1780-1781), prescribiendo la enseñanza escolar impartida en castellano", explica Roldán Jimeno.

En opinión de Xamar, esa situación de desigualdad entre el peso que tenía el euskera con respecto a la lengua de la administración y el poder sería fundamental. "Las clases de arriba tienen el dinero y están en el poder. Y el poder se comunicaba en castellano (y se comunica). Para cualquier estudio (secretario, sacerdote, médico...) era imprescindible conocer la otra lengua (erdera). El euskera se ve excluido y el castellano se convierte en necesario. En realidad, la situación no ha cambiado demasiado, al menos en este aspecto".

En todo caso, a comienzos del siglo XIX el euskera aún debía mantener una presencia considerable en la capital navarra, aunque en claro declive. El periodista y traductor Enrique Diez de Ulzurrun califica como "letal" el siglo XIX para el euskera en la capital navarra. "La lengua vasca ha sido el vehículo de expresión principal de generaciones y generaciones pamplonesas durante siglos; los testimonios son innumerables. El siglo XIX resultó letal para el euskera, no solo en la capital sino en casi toda la Cuenca y valles más meridionales. Aun así, a finales del siglo XIX en las tiendas se necesitaban dependientes euskaldunes".

Un balance con el que coincide Roldán Jimeno. "Todo el siglo XIX supuso un gran retroceso para el euskera en Pamplona, sobre todo desde que Navarra pasó de ser un Reino a ser una provincia más. La educación, el servicio militar y otros factores tuvieron mucho que ver. Sin embargo, el euskera no se llegó a perder ni en las primeras décadas del siglo XX. Ahí están las investigaciones de Joxemiel Bidador o los estudios sobre Tapia y Agerre, por ejemplo, que prueban que en las primeras décadas del siglo XX Pamplona mantenía aún una vida cultural en euskera más rica y viva de lo que se pensaba. Dicho de otra forma, Larreko no era una rara excepción".

los intelectuales del XIX No en vano, en pleno retroceso del euskera, a finales del siglo XIX, nació un importante movimiento euskaltzale en contra de esa inercia que llevaba a la desaparición de la lengua vasca en la capital navarra. "Junto al retroceso de la lengua hay que destacar el trabajo de recuperación y dignificación de la lengua vasca iniciado en 1878 por la Asociación Euskara de Navarra con Campión, Iturralde y Suit, Ansoleaga y compañía. Ya en el siglo XX, dicho movimiento tomó especial fuerza de la mano de la Asociación pamplonesa Euskararen Adiskideak que impulsó la creación de la primera ikastola de la capital en la avenida Carlos III y que duró hasta el 36. Es decir, había periodistas, escritores, poetas, artistas, editores, creadores, profesores o alumnos pamploneses que desarrollaron su trabajo en euskera; la ciudad era uno de los focos principales de la cultura vasca. Pero el 36 arrasó todo aquello", subraya Diez de Ulzurrun.

Xamar también subraya la importancia de aquellos intelectuales en favor de la lengua vasca: "La Asociación Euskara fue la primera de Euskal Herria en favor del euskara y reunía a toda la intelligentsia navarra de la época: Arturo Kanpion Arantzadi, Oloriz, Iturralde y Suit, Altadill… Eso tendría su eco en la Diputación, aunque a principios del siglo XX comienza a cambiar esta situación. En el 36 esa dinámica se rompe por completo y comienza un auténtico precipicio para el euskera".

En efecto, la Guerra Civil rompería fulminantemente aquella dinámica favorable a la recuperación del euskera. Sin embargo, incluso en mitad del Franquismo hubo quien de nuevo se rebeló ante esa situación. "Pasada la inmediata posguerra, empezaron las iniciativas en pro del euskera. Resultó fundamental la creación en 1957 de la Sección para el fomento del Euskera o Euskararen aldeko Saila al amparo de Miguel Javier Urmeneta, y bajo la dirección de mi padre, el médico pamplonés Pedro Diez de Ulzurrun Etxarte, quien reunió a un grupo de colaboradores, todos ellos trabajando desinteresadamente. Ellos dinamizaron la cultura vasca y enfocaron su tarea en dos ámbitos: recuperar el prestigio de la lengua y fomentar su transmisión familiar y comunitaria. Entre las múltiples iniciativas, apoyaron a la Asociación Amigos del País en la creación de la primera ikastola de la posguerra en la calle Pozoblanco de la capital en el otoño del 65; uno de los puntos de partida del florecimiento del euskera en nuestra ciudad en las últimas décadas", explica Diez de Ulzurrun.

La historia reciente, la de las décadas posteriores a la muerte del dictador, es más conocida. En opinión de Diez de Ulzurrun, es importante valorar el dinamismo que en Iruñea tiene la lengua que, aunque estuvo a punto, nunca terminó de marcharse y estuvo desde el principio: "Es una lengua viva y diaria de miles de familias pamplonesas. Y junto a ello es necesario destacar que la ciudad ha dado y sigue dando grandes creadores que desarrollan su trabajo en euskera en diversos campos; hay un gran movimiento académico, cultural, creativo y artístico que se desarrolla en lengua vasca. Un movimiento siempre atento a las nuevas tendencias, a los nuevos estilos y con una base cada vez más amplia, tristemente desconocido para una parte de la ciudadanía no euskaldun e ignorado, en general, por los medios de comunicación en castellano".