HAY dos puntos extremos geográficamente en la Alta Navarra que resultan enigmáticos, de belleza tan distinta y sorprendente como rotunda: el monte Urkulu, con su torre-trofeo; y la gruta-infierno, donde brotan las aguas de los Baños de Fitero. En ambos lugares pasaron los romanos y marcaron territorio con sillares de construcción. En el caso de Urkulu, como homenaje al triunfo de alguna de sus andanzas conquistadoras y, en el segundo, ingeniando el aprovechamiento y disfrute de las curativas propiedades de los caldos riberos. Mucho puede dar de sí la villa de los Baños con su románico, su retablo, sus aguas, neveras, roscas y estampas palafoxianas y gustavoadolfinas? ya tocará. Pero hoy nos ocuparemos de Urkulu y, en concreto, de la construcción circular turriforme que, nunca mejor dicho, corona el espolón rocoso de este monte navarro.
Urkulu, singular macizo de los Pirineos occidentales, alcanza en este punto de su cima 1.419 metros de altitud, a escasos 100 metros de distancia de la muga 206 de la línea fronteriza de lo que fuera Hispania y Galia, lo que es España y Francia y lo que territorial, cultural y emocionalmente para los navarros es la Alta y la Baja Navarra.
Al oeste de Urkulu está el collado de Leopeder y al este el de Bentartea. El monte se levanta al NE del collado de Arnostegi (1.236 metros), desde donde se asciende hasta la cumbre en media hora salvando 183 metros de desnivel. Para llegar al collado de Arnostegi hay tres rutas: desde la fábrica de armas de Orbaitzeta, desde Orreaga-Roncesvalles y desde la cuenca del Garazi (Cize), partiendo de Arnegi o de Donibane Garazi-Sant Jean de Pie de Port, por una estrecha carretera asfaltada muy empinada en sus cinco primeros kilómetros. La torre de Urkulu era un hito importante en la vía romana que unía Burdeos con Astorga, pasando por Aquae Tarbellicae (Dax) y Pompaelo (Pamplona) y que fue utilizada en el medievo como camino principal a Santiago de Compostela y en época moderna como Camino de Napoleón. Urkulu fue testigo, con ya muchos siglos de veteranía, del paso y derrota de las tropas de Carlomagno en la celebérrima batalla de Orreaga-Roncesvalles.
La torre del siglo I a.C. es una trophaeum conmemorativa que construyeron los romanos al norte de Roncesvalles, en el término municipal de Orbaitzeta. Hasta 1976 el origen de la torre de Urkulu era desconocido, aunque se pensaba que podía ser un monumento funerario de la Edad de Bronce o, incluso, una torre medieval. Este año, J. L. Tobie demostró a través de sus estudios, cuyas conclusiones fueron publicadas por la Sociedad de Ciencias, Letras y Artes de Baiona, que la construcción troncocónica que nos ocupa era una torre-trofeo conmemorativa de época romana. Tabie explica cómo el Imperio Romano acostumbraba a erigir este tipo de construcciones para recordar un triunfo y el límite y el poder sobre territorio tomado. Debieron de ser muy numerosos estos trofeos romanos, pero muy pocos los que han aguantado el insensible devenir de la historia y la invencible intemperie. De ahí, casi nada, de la belleza y misterio que encierra Urkulu. Se conocen dos torres de características similares: una en Adamklissi (Rumanía) y otra en La Turbie, en los Alpes Marítimos (Francia). La primera de ellas muy dudosamente restaurada y, la segunda, muy esbelta y con columnata.
La torre circular de Urkulu tiene un doble paramento de piedra y su interior está colmado de cascotes calcáreos. La torre tiene una inclinación del 9%, de ahí su forma troncocónica. Sus dimensiones son: 19,5 metros de diámetro con un muro doble de 2,60 metros de espesor, y una altura que varía entre 2 y 4 metros. Por la cantidad de restos de sillares que encontramos a su alrededor se puede estimar que en origen la torre pudo alcanzar 5 metros o, incluso, más. Los sillares utilizados y aún perfectamente colocados no están muy tallados y tienen distintos tamaños (entre 100 y 20 centímetros de largo y 20 y 5 de ancho). Todo el material fue sacado del propio espolón rocoso y aún se puede adivinar dónde pudo estar la cantera principal. La torre tuvo un perfecto esquema elaborado, aplanándose el lugar para crear un banco de sustentación. No obstante, su construcción, vista la no excesiva talla y distinto tamaño de los sillares, fue rápida. Así, extraña aún más sus 2.000 años de pervivencia, aunque bien es cierto que su estado es delicado y necesitaría una atención y actuación importante para su mejor conservación. Esta joya de nuestra tierra tiene muy expuesta su corona.
La erosión y gelifrucción no han podido con ella, pero ahora la numerosa presencia de visitantes la ponen en mayor riesgo (sobre todo, desplazamiento de material). Las primeras excavaciones arqueológicas de Urkulu se realizaron en 1989 y 1990. El equipo hispano-francés que las llevó a cabo fue dirigido por María Ángeles Mezquíriz y el mentado J. L. Tobie. También, muy cerca de la torre, se encontró los restos del altar de su consagración. Además, se catalogó en una dolina cercana al este de la cima una construcción plana rectangular de 19x8x1 metros y que corresponde a una casa-fuerte francesa ligada al frente occidental de la guerra entre Francia y España de finales del siglo XVIII.
Mezquíriz, Tobie y sus equipos no dudaron después de su trabajo en catalogar a Urkulu como una construcción de época romana. Y concretan que pudo ser mandada levantar por Pompeyo en el 75 a. de C. para marcar la frontera entre el mundo romano civilizado y los galos que todavía no estaban romanizados. Aunque más peso tiene el otro argumento que nombra a Augusto y al significado de la conquista o pacificación de la zona y de Aquitania.
Urkulu es un lugar increíble y singular, además de enigmático, a donde se puede ir con la mente abierta para transportar en el tiempo e imaginar a los soldados de las centurias romanas acarreando material, dando forma a sus victorias y elevando su grandeza hacia el cielo a través de altares y sacrificios. O también dejar aún más rienda suelta a la imaginación y apostar por la leyenda que vincula a Hércules con los Pirineos. Leyenda que cuenta que Urkulu es en realidad la tumba de la ninfa Pirene. Pirene vivía en los bosques y montes pirenáicos y allí conoció a Hércules. Ambos se enamoraron perdidamente, pero Hércules tuvo que viajar para completar una extraña misión. Cuando volvió, se encontró a Pirene que había muerto de tristeza. Hércules gritó entonces ¡Pirene, Pirene! Quedándose así el nombre de esta cordillera montañosa. Hércules enterró a Pirene en una tumba o monumento con grandes piedras en la cima de un monte. Desde entonces ese lugar recibe el nombre de Hércules, Urkulu, modificado con el paso del tiempo y la lengua de los habitantes de esos parajes.
Como fuere e imaginare, mítico Urkulu.