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Apuntes de una calle de Elizondo

dedicada a jaime urrutia, el gran benefactor local, fue la más castigada por la terrible riada de 1913

Apuntes de una calle de ElizondoFoto: Kurt Heilscher

AQUEL 2 de junio de 1913 la tremenda inundación se cebó sobre todo en Erra-tzu, pero también en Elizondo, que fue la otra localidad más afectada y en particular en una calle, la de Jaime Urrutia, a la que todavía le quedaba gran parte de su condición de "más importante" (la de Santiago se abrió en 1845) y también la del "comercio", que, a día de hoy, conserva en gran parte. En las tres fotografías, fechadas en 1913, en 1919 (no se sabe si se tomó ese año o antes) y en la actual de nuestro compañero Juan Mari Ondikol, apenas se observan diferencias.

Ese tramo, el que va desde la casa Arretxea (casa y etxea, es redundancia) hasta la plaza de los Fueros, cien años después ha cambiado mucho en su aspecto humano pero su su estructura arquitectónica permanece en la práctica casi igual. Lo primero que llama a la vista es la desaparición de la torre (entonces solo tenía una) de la iglesia de Santiago Apóstol, que por cierto no es visible en la imagen que poco después de la riada captó Francisco Echenique Anchorena, galardonado pintor y aficionado a la fotografía con estudio que tuvo en la casa Andresenea o Lazkozenea (también llamada casa Basilio por décadas), pero sí en la que el 9 de julio de 1919 publicó en la revista MundoGráfico Kurt Heilscher (1881-1948), un profesor de escuela alemán renombrado fotógrafo que quedó atrapado en España por la Primera Guerra Mundial.

La iglesia, trasladada a su emplazamiento actual, a raiz de la histórica riada y aparentemente por los daños sufridos ocupaba la esquina de la plaza donde hoy está la sucursal de Caixabank, la desaparecida Caja de Ahorros de Navarra que se construyó según proyecto de Víctor Eusa. El espacio remodelado pero maltratado a conciencia, se conocía entonces por Gurutzaldekoplaza (la plaza junto a la cruz), por el crucero jacobeo que hoy es el eje del camposanto de Elizondo.

Los daños en la parroquia parece que eran relativamente fácil subsanables y no justificaban su derribo y la construcción que hoy conocemos, pero se debieron, según es consideración general transmitida por los mayores a un cierto empeño del párroco, a la sazón don Mauricio Berekoetxea, de quien se nominó la calle que discurre por el costado derecho de la actual. De "delirios de grandeza" lo calificaba el maestro Juan Eraso Olaetxea, a quien, como también a otros, le gustaba más la original aunque tuviera una sola torre por las dos que ahora luce, por cierto atribuido el coste de la segunda (todavía hay quien la conoce por la torre de don Braulio) al benefactor elizondarra de México Braulio Iriarte, el fundador de la cervecera fabricante de la popular Coronita, que lo que hizo en realidad fue aportar 150.000 pesetas "de aquellas".

Casi todo lo demás se conserva como entonces, a salvo del retranqueo de Sasternea, puede que para continuidad de la línea de la calle, y el más reciente rebajado de las aceras en aras a facilitar la movilidad. Son los usos de algunos edificios, y las personas y sus negocios u oficios los que han cambiado o desaparecido como Arizkunenea, la casa de los condes o palacio de las gobernadoras, convertida hoy en casa de cultura, o la plaza de Abastos, actual Biblioteca Pública de Baztan, con su banco corrido a lo largo de la pared que da al río y los mercados y bailes dominicales que acogía, siempre con su penetrante olor del género que vendían las añoradas pescateras (algo de estraperlo también hacían) la Lina y la Pepita, hasta 1956 (año de su desaparición) traído en el Ferrocarril del Bidasoa y luego en autobuses de La Aurrera o La Baztanesa.

El skyline, el panorama urbano no ha cambiado mucho más, al contrario que el humano. Subsisten el estanco de la familia Elizalde, la carnicería Ciáurriz y la mercería de Fantxike trasladada de Sutegia a Elizaldea, la relojería Izeta, reducto del euskera, sin el padre Federico, Mariano y José Mari pero sí con Juana Mari, todos los más veteranos del comercio de este tramo. No están la peluquería de Dativo Llona, profesor de guitarra y pionero en el control de la natalidad (vendía preservativos), la farmacía de Joaquín luego de Luis Mari Goñi (que te daba ¡dos pesetas! por hacerle un recado) ahora de la familia Arrupea, ni la ferretería Legarraga, ni el sidrero Lorenzo Errecart en el bajo de Ospitalenea, la pastelería Malkorra también se trasladó de la casa Elizaldea a la calle Santiago (a Lazkozenea), tampoco Quintana que imprimía los programas de los cines Parroquial y Maitena, ni tejidos Belzunegui ni al fondo el hotel Jauregui luego la sastrería Gómez (bar Karrika ahora) que tampoco. Pero se salva la escalinata de Fransenea donde celebraba el valle sus Juntas Generales, y sobre todo el sabor entrañable y doméstico de una calle "de las de siempre".