sangüesa. Su realidad le impuso como destino la carnicería familiar y el matadero. Años más tarde, en 1980, abrió el restaurante Asador Mediavilla, un referente hostelero en la ciudad, que hoy deja en manos de su mujer Mari Jose Altube y de su hija Amagoia, para acariciar la deseada jubilación, y emprender otra etapa en su vida en la que podrá dedicarse en exclusiva a la pintura.

Un merecido descanso y un deseo cumplido. ¿Satisfecho?

Totalmente. Estoy encantado de irme y de dejar el restaurante en marcha, en manos de mi mujer y de mi hija. Pero aunque así no hubiera sido, lo tenía claro: lo habría cerrado. Yo lo que quiero es pintar.

Afición que ha compaginado con el trabajo en el Asador Mediavilla y a la que ahora se va a dedicar.

¡Por fin! He trabajado mucho. Los primeros años compaginé la carnicería con el asador. Trabajaba 24 horas: del matadero, a la carnicería, de ésta al asador y a pintar siempre que podía. Dedicación total, también de mi familia, mis dos hijos eran pequeños... Bueno, ya se sabe. Los comienzos siempre son duros.

Treinta y tres años al frente de sus fogones se dicen pronto. ¿Qué ha significado el Mediavilla para Sangüesa?

Un referente de la cocina vasco navarra. Tenía una base de carnicero importante; las migas de pastor de mi abuelo, tostadas de ajo a la brasa; las famosas pochas de Sangüesa y buenas carnes y pescados.

De este tiempo guardará cantidad de recuerdos.

Sí, de artistas, deportistas y políticos. Pasaron por aquí, entre otros, Luis García Berlanga, José Sacristán, Alfredo Landa -rodaje de La Vaquilla-, Mikel Laboa (al que le regalé un cuadro), Paloma Gómez Borrero... etc.

Y entre chuletón y chuletón, pintaba sus lienzos. ¿Autodidacta en el mundo de la hostelería y en el de la pintura?

Totalmente. Yo pinto desde los 16 años. No me gustaba el fútbol, mi pasión era dibujar, pintar, copiar cuadros de pintores que luego regalaba, y cuando tenía un poco de dinero, me lo gastaba en materiales. Tener tíos en Madrid me permitía viajar a la capital. Me pasaba toda la mañana en El Prado. No pude estudiar pintura porque tenía que trabajar, pero siempre he intentado compaginarlo. Sólo estos últimos años he acudido a la academia de Dan Istúriz, si bien siempre que podía me apuntaba a cursos de pintura. De Royo, Lasterra, Montes, aprendí la importancia de los colores y de la luz. Me he dejado los huesos (lo afirma mientras muestra las cicatrices de sus muñecas operadas por el desgaste), pero afortunadamente, me quedan manos para pintar.

Y después de tantos años, ¿mantiene el espíritu creativo?

Sí, sin duda. Mi pintura es básicamente paisajista, pero en uno de mis posoperatorios de las muñecas me abrí al mundo de lo abstracto mezclando lienzo y acrílico, con mucho color y fuerza. También he trabajado el retrato, y ahora quiero aprender bien la acuarela.

¿De quién recibe influencias?

De los impresionistas. Me encanta Kandinsky y los pintores rusos. Quiero mencionar a Dan Istúriz. Acudo desde hace tres años. Él ha sabido sacar todo mi potencial; y a José María Arriazu, pintor vecino que me ha contagiado su ilusión por la pintura.

Istúriz dice de su obra que destaca por su frescura, libertad y colorido. ¿Cómo la define usted?

Como un estado de ánimo y una necesidad

¿Cómo se ve en el futuro?

Disfrutando de la pintura sin agobios, creando y preparando muestras con obra nueva, cada dos años.