El retablo de Unzu es una obra artística clave y fundamental dentro del contexto del Renacimiento navarro e, incluso, para muchos autores y para el sentimiento del que lo contempla y escucha en silencio, es uno de los retablos que mejor y con mayor pureza expresa el arte renacentista en España. Los vecinos de Unzu lo admiten con naturalidad sin darse excesiva importancia en el propio devenir de sus vidas. Es adorado en las innumerables celebraciones que su párroco, Jesús Manterola, preside en la iglesia medieval de la Asunción desde 1966; y ha sido acomodado en el firme basamento que los vecinos del lugar, entre ellos el aún llorado Jenaro Aguinaga, le proporcionaron con enorme cariño. Este retablo de envergadura media (2,50 m. de ancho por 4 m. de alto) daría sentido y lustre por sí solo a una muestra nacional e internacional. Prueba de su categoría y belleza es que María Concepción García Gaínza, catedrática de Arte y una de las más doctas expertas a nivel mundial de las diferentes etapas del Renacimiento, cayó de rodillas, emocionada, al contemplarlo por primera vez. Si alguien quiere poner a prueba su sensibilidad puede asistir cualquier sábado a misa de 6 de la tarde en la iglesia que hace de marco a esta espléndida obra de arte.

El retablo de Unzu es una perfecta muestra para explicar que el Renacimiento es una ventana abierta a la Humanidad del XVI, siglo en el que el esfuerzo y la manufactura humana logran plasmar la armonía que siempre había existido, pero que estaba dormida dentro de la intimidad del ser. Miguel Ángel dijo en su obra que la imagen estaba en el interior de los bloques de mármol o madera ante los que se enfrentaba; y que el artista sólo tenía que liberar a esa imagen. Esta máxima miguelangelesca, también dulzura rafaelesca, se entiende perfectamente en esta obra maestra de Unzu. Joya en la que la proporción y la armonía crean a dúo con la belleza un orden mutuo y superior que es la mismísima alma humana. Una forma artística donde converge en plenitud la naturalidad. Una obra de arte que emite música como síntesis de la armonía. Me atrevería a decir que la embriagadora musicalidad de esta maravilla tiene el don mágico, incluso sagrado para los creyentes, de curar la tristeza melancólica.

El retablo de Unzu es mágico porque es paz filosófica, orden esencial del mundo... música pura y callada. Música que se sintoniza con facilidad a través de los sentimientos en un ambiente y entorno privilegiado: el sfumatto propio de la bellísima obra que nos ocupa y el sosiego de Juslapeña-Xulapain, enamorador valle en la trasera del monte Ezkaba, también conocido como San Cristóbal. Maravilloso silencio que te hace libre sin límites para saborear tanto la música propia y polifónica del gran maestro Giovanni Pierluigi da Palestrina (1526-1594), coetáneo del autor Juan de Beauves, como alguna canción popular en memoria de los sufridos presos republicanos fugados del cercano fuerte de Ezkaba en la aún reciente Guerra Civil Española.

Coronación de la virgen El retablo principal de la Iglesia de la Asunción (hay otro precioso más tardío dedicado a Santa Lucía) representa la Coronación de la Virgen por su Hijo. Es obra del imaginero pamplonés Juan de Beauves (1522-1592) y del entallador villavés Nicolás Périz. Beauves debió inspirarse en un grabado con escena muy similar del italiano maestro del Dado. La obra fue entregada en 1560. Es muy original porque contiene una sola escena. Desprende un perfecto equilibrio clásico. Consta de un banco decorado en el que se asientan columnas de fuste estriado y cuyo tercio inferior también está decorado. El entablamento es liso y se remata con un frontón triangular. La decoración es fina y precisa con bustos, angelillos, trofeos y máscaras entrelazadas. La escena principal está realizada en altorrelieve y representa en modo triangular una Sagrada Conversación que completan a los lados de la Virgen y Jesucristo San Juan Bautista y una anacrónico San Jerónimo. La representación también aporta dos angelillos en el pedestal y, arriba, el Padre Eterno rodeado de querubines. El entramado se completa con un fondo de escena con trazas arquitectónicas puramente clásicas. Esta obra maestra del Renacimiento navarro aúna el expresivismo del Primer Renacimiento (belleza serena de la Virgen, paños pegados, alargamiento de las figuras y la expresión ascética de los santos) y el Romanismo (potencia de las anatomías desnudas, muy de la escuela de Miguel Ángel). La policromía original, recuperada con sabia y delicada perfección por el restaurador Agustín Guillén en 1986, es la masa coral que da brillo y fuste a una gran composición. Ahí mismo, en Unzu, la belleza es tan armónica, que del silencio más callado brota la música que deseen los sentimientos.