en el proceloso mar (que bonita palabra) de la política que nos está envolviendo últimamente han aparecido por casualidad en las últimas semanas varias noticias, aunque de muy diverso calado (nunca mejor traído si hablamos del mar). Se denominó delfines, más allá de la especie animal, a quienes en el siglo XVIII iban a heredar el trono de Francia y, por extensión, se aplica a quienes van a heredar un gran poder y son promocionados por el líder. Si nos atenemos a la definición del diccionario, delfín vendría a ser “una de las especies más inteligentes que habitan el planeta”, y qué razón tienen. En estos días de tarjetas black y corruptos por doquier se ha hablado mucho de Rato. Para quienes no se acuerden, el que fuera mandamás del FMI (o sea del mundo mundial) se vino de retiro a Bankia para guiarla en su salida a bolsa y acabó encallando y perdiendo la tripulación. Pero ese Rato era el mismo al que Aznar, con su dedo mágico, estuvo a punto de colocarnos como presidente hasta, no se sabe bien por qué, se inclinó por un señor aficionado al Real Madrid, gallego y con barba: Mariano Rajoy. Al final parece que habrá que dar las gracias al pequeño José Mary por no habernos dejado de regalo a un personaje como don Rodrigo. Aunque no lo recordemos ahora, también nuestra presidenta fue delfín en sus años mozos. Pese a que ahora parezca que su mentor está actuando como un tiburón que se come a sus hijos, lo cierto es que Yolanda Barcina fue señalada con el dedo por Miguel Sanz para ocupar su lugar en el Olimpo. Más tarde, sobre todo a raíz de su enfrentamiento con el PSN y su acercamiento al PP, rompieron peras y el asunto de CAN los acabó de separar. Ahora los dos se encuentran como pez fuera del agua, una porque no está acostumbrada a no tener poder absoluto en el Parlamento de Navarra, y el otro porque quiere seguir manejando las velas de un barco que parece puede naufragar en plena tormenta. Otro delfín también puede estar dando sus últimas bocanadas porque Más, el elegido por el todopoderoso Pujol, se ha metido en mitad de un torrente del que no sabe como salir y no sería de extrañar que el charco de su padrino le acabara salpicando. Como apunte, para terminar, sólo recuerdo que el diccionario añade que “los delfines utilizan los sonidos, la danza y el salto para comunicarse, orientarse y alcanzar sus presas”; habrá que estar atentos.