El ir a Barillas ahuyenta galbanas madrugadoras con el solo pensamiento de que su parroquia de San Miguel alberga un retablo gótico de gran belleza y único por sus trazas. Y, a botepronto, te asalta con emotiva espontaneidad el canto popular que de niño y jovenzuelo te impregnaba de eso de ser navarro: herencia de una condición muy holgada y distinta a neologismos políticos muy posteriores. Ese canturreo es ese en el que Barillas es protagonista y muleta para la rima de las Coplas de Monteagudo de 1894, que vitorean a nuestro reino y a sus fueros.

Antiguamente Navarra era un reino independiente, de pagos y de soldados y de otras cosas urgentes

(...) Con Monteagudo y Cascante, Ablitas también Barillas,

Olite, Tafalla, Estella, Cortes, Buñuel y Murchante

formemos una guerrilla

para marchar adelante (...)

Así, antes de llegar a Barillas, la esencia de Navarra te atrapa al tejer grecas de historia y sentimiento popular a un simple viaje para disfrutar de una fina pieza del arte gótico.

Ya en destino, el azar hace que estos preámbulos a la cata patrimonial se fuercen aún más con otra vuelta de tuerca. El bar municipal de la plaza de la villa, frente a nuestro destino de la iglesia de San Miguel Arcángel, te recibe con todo un lienzo decorado a modo de un auténtico altar de osasunismo. Camisetas enmarcadas y firmadas, escenas triunfales...

La reflexión vespertina, una vez saboreada y digerida la cultura de Barillas en forma de estampas pictóricas, humanas, naturales y gastronómicas, te lima las feas aristas que intentan quebrar tus raíces. Así, te tranquiliza la conclusión de que las calamidades y pestes no podrán finiquitar ese espíritu navarro, rojillo de bandera, de Barillas a los Pirineos, y rojillo de casaca, como la del roble montañés y el vino de la Ribera.

retablo gótico

Iglesia de San Miguel Arcángel

Semidestruido, cómo no, el Castillo de Barillas en 1512 y derribados los restos de su torre en 1976, la pequeña villa (hoy cuenta con 200 habitantes) quedó y está conformada por un entramado de calles entorno a la casa consistorial y a la iglesia de San Miguel. La fábrica de la parroquia es moderna y sólo queda parte de la antigua torre de estilo mudéjar, en la que destaca una franja decorativa con formas de rombo. En el muro principal de su interior luce, tan elegante como majestuoso y distinto, un retablo gótico. Este se compone de pinturas que datan de finales del siglo XV. Esta obra se atribuye al circulo gótico aragonés de Jaime Huguet. Algunos autores atribuyen las pinturas a Antonio de Soto y a Martín de Soria. El retablo tiene banco con tracería de la época, dos cuerpos de tres calles separados por baquetones y guardapolvo. Está rematado en ángulo al modo de un frontón triangular. La rica iconografía nos presenta en el banco las escenas de San Francisco recibiendo los Estigmas, Resurrección, Pentecostés y el Martirio de San Sebastián. En la tabla central está el titular San Miguel alanceando al dragón y con los mecenas del retablo a sus pies en actitud orante. Estos fueron los Pasquier, descendientes de Charles Pasquier, copero real de la princesa Leonor, de la que recibió en donación el castillo y pueblo de Barillas en 1466. La composición prosigue en importancia con la Coronación de la Virgen entre ángeles músicos. Las escenas de las calles laterales describen la infancia de Cristo. Y en el guardapolvo se decora con escudos y santos (Antón, Juan Bautista, Andrés...).

olivos milenarios

Historia natural de Barillas

La villa sureña merece muchas más atenciones, como su tradicional hoguera de San Antón y la colocación del Mayo. También destaca por la calidad de sus productos oleo-vinícolas y embutidos (Trujal Cooperativo de San Miguel, Bodegas Magaña, Embutidos San Antón...). Y sus buenas y empeñosas gentes. El vecino Enrique Baigorri Antón, exalcalde de 85 años de edad, es otro de esos hombres que te encuentras por la geografía navarra que saben poner en valor y te enseñan por donde surcan las raíces de la vida. Es propietario y amante de 31 de los 56 olivos de El Calvario, término situado muy cerca del pueblo y en el camino a otro paraíso natural, como es la Laguna de Lor. Olivos pendientes de un estudio científico que los eleve a la época del Huerto de los Olivos de la Pasión de Cristo. Enrique quiere apadrinarlos. Buena idea. No será un timo, como tantos. Será como lo es el olivo: símbolo de sabiduría, luz, inteligencia, paz, bienestar, suavidad y luz interior. Ensencia milenaria, quizá bimilenaria y, entonces, prácticamente imperecedera.