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Testigo del 'tren txikito'

Historiador y memoria viva del Bidasoa, Pepe Fernández D’Arlas opina que “habría podido sobrevivir” El ferrocarril cumple hoy 100 años de su llegada a Elizondo y fue llamado “la octava maravilla del mundo”

Testigo del 'tren txikito'ONDIKOL/ARCHIVO J.F.A.

elizondo - En tal día como hoy, un siglo atrás, el día 28 de mayo de 1916 y domingo, la cuenca del Bidasoa vivió uno de los acontecimientos más trascendentales de su historia. Desde Irun, de donde partía, llegaba a Elizondo el primer viaje, el inaugural, hasta la capitalidad de Baztan (en febrero, lo había hecho hasta Doneztebe) el ferrocarril del Bidasoa, un tren que se esperaba abriría a Baztan al progreso y a los cercanos mercados de las capitales vascas, si bien su existencia fue efímera (40 años) y cesó en su actividad un día aciago, el 31 de diciembre de 1956.

A José Fernández D’Arlas, Pepe para los amigos, que son todos, nacido en Elizondo, el 25 de enero de 1937, y persona que tuvo una intensa relación familiar y sentimental con el cariñosamente llamado tren txikito, se le agolpan los recuerdos y guarda, como inigualable documentalista del País del Bidasoa, testimonios gráficos y escritos, además de personales, un completísimo archivo de la historia del ferrocarril. En su opinión, aquel trenecillo doméstico y humilde, “habría podido sobrevivir” hasta la actualidad de haber durado algunos años más.

En efecto, el mismo año de su desaparición y el levantamiento de raíles, el promotor original de la siderurgia de Laminaciones de Lesaka, luego Altos Hornos de Vizcaya y Arcelor Mittal ahora, José Luis Várez Fisa (1928-2004) se dirigió a la Diputación Foral de Navarra y a Renfe para que extendieran la línea hasta la factoría lesakarra. Un millón de toneladas de mercancía al año, además de sus posibles usos para viajeros y turismo entre Baztan, Irun y las playas de Hondarria (donde reside Pepe ahora en su Villa Baztan), es más que seguro que habría justificado y hecho rentable el ferrocarril. “Pero al final no se llevó a cabo”.

Pepe Fernández D’Arlas lo sabe bien, Licenciado en Ciencias Políticas, Económicas y Comerciales, hasta su jubileo fue director de Ventas y Red Comercial de Almacenes de Altos Hornos de Vizcaya-Laminaciones de Lesaka, y lo recuerda como otros tantos detalles de la historia de aquel tren txikito que merecen ver la luz impresa más pronto que tarde. Su padre, José Fernández Arce (Pepín, en Elizondo) quiso y se le permitió ser usuario (¡cómo no!) en el último viaje, aquel 31 de diciembre de 1956, una tarde fría y húmeda, con la niebla que se agarraba a los raíles.

Con 15 años, en abril de 1929, su padre se fotografió en Elizondo junto a uno de los vagones del ferrocarril del Bidasoa. Una vez clausurado, el vagón se salvó del desguace adquirido por Forjas Zubillaga de Azcoitia y se incorporó al ferrocarril del Urola, hasta que en 1986 se depositó en el Museo del ferrocarril de Azpeitia, y el 20 de agosto de 2006 Pepe llevó a su padre para volver, 77 años después, a fotografiarse junto al vagón restaurado que sigue existiendo.

La íntima relación de Pepe Fernández D’Arlas comenzó con su abuelo José Fernández Ceballos, técnico del ferrocarril de Santander a Oncineda en Cantabria, que opositó y consiguió plaza en Elizondo donde la familia se asentó desde la guerra civil hasta 1945. Por cierto que en la heráldica de su abuelo el lema Es ardid de caballeros Ceballos para vencellos hasta parece justificar su empeño por trasladarse al País del Bidasoa, comenta su nieto.

la octava maravilla En la relativamente breve existencia del tren txikito abundan todo tipo de curiosidades y un jugoso anecdotario, que enseñan que “no era un vulgar escachamatas” (como le defendía el irunés Ricardo Benito (+) que fue también empleado de la compañía). En realidad, sus trabajadores y los vecinos de todas las poblaciones que recorría de Irun a Elizondo y viceversa le tenían buen ley y lo querían como cosa propia.

Fernández D’Arlas recuerda el caso de Agustín Bac, el director del ferrocarril en Irun y miembro de la compañía que financió su tendido y puesta en marcha, en alarde dialéctico frente al consejo de administración defendiendo la existencia del tren que era ruinoso desde la chimenea hasta el tope del último vagón. El presidente del consejo, asombrado ante el empeño de Agustín Bac parece que se expresó así: “Don Agustín, que nos plantee la explotación de una mina sin mineral, de un salto de agua sin agua, pero que lo haga de un tren ¡...sin viajeros!”.

El caso es que Agustín Bac regresó a Irun y a los pocos días imprimió y repartió entre los cada vez más contados usuarios unas tarjetas que aún alguien conserva en las que había hecho constar: “Está usted viajando en el ferrocarril del Bidasoa, la octava maravilla del mundo”. Para Pepe Fernández D’Arlas, ese “sucedido” le parece muy significativo de lo que suponía para toda la comarca el trenecillo testigo del estraperlo de la posguerra civil, las etxekoandre del caserío con sus kilos de alubias o sus quesos camuflados en el refajo, las pescateras Lina y Pepita, auténticas heroínas ellas que además de pescado abastecían a Elizondo de tabaco rubio que adquirían a merineros en el puerto de Pasajes, y de vuelta café de contrabando que llegaba “del otro coté”, día tras día para sacar adelante a su familia.

El último billete también para el último viaje desde Elizondo a Irun que sirvió Agustín González, el jefe de estación, aquel triste 31 de diciembre de 1956, lo adquirió un señor elizondarra y empedernido coleccionista, Emiliano Goñi, de Iriartea o Casa Galarza. Pepe Fernández D’Arlas recuerda que un instante después llegó otro señor de Elizondo, Antonio Arrasate con su hija, para ser testigos apenados de un final irremediable.