Hola personas, que tal ha empezado el otoño, pues nada, ánimo que no queda nada para volver a catar la piscina.

Bien, hoy he de continuar donde lo dejé la semana pasada. No tengo igual: en el anterior “Rincón” quise contaros cosas de la Catedral y me quedé en la fachada , ¡qué desastre!. El otro día escuché a un escritor decir de otro que éste tenía graforrea y me pareció palabra a retener y a utilizar cuando sea menester, incluso me pareció eufónica, espero no tener dicha patología, aunque, según el director de este periódico, empiezo a dar síntomas.

Esta semana he sido feliz viendo la cantidad de gente que coincide conmigo en cuanto a la fachada de Ventura Rodríguez, veo que, comme d´habitude, el docto calla y el iletrado alza la voz. Hoy, día 25, martes, a las 23.45 he ido paseando hasta la catedral, he llegado a ella subiendo por Curia y al verme me ha sonreído. Normal, agradecida. He dedicado un buen rato a mirarla, a intentar interpretarla, hemos cambiado impresiones, está triste, acochinada, dice que le hacen bullying, pobre, ahora me gusta más.

También he de decir que hubo otro importante cambio en la Catedral, más cercano en el tiempo y reversible: la retirada del retablo y posterior instalación del mismo en la iglesia de San Miguel, una iglesia hecha para un retablo. Ahí lo dejo. Y tampoco nadie dice nada. A mí sacar de la Catedral semejante joya SÍ me parece un crimen.

Nuestra Metropolitana es el conjunto catedralicio más completo y mejor conservado de España, daría para muchas líneas, pero hoy quiero ver su lado humano.

Era curioso su orden de gobierno. Solamente enumeraré, por sus preciosos nombres, los cargos que la regían: a la cabeza el Dean, con él el arcediano, el maestrescuela, el tesorero, el archivero, el prefecto de ceremonias, el chantre, el pavorde y el resto de canónigos que podían ser: racionero, fabriquero, lectoral, doctoral, magistral (D. Fermín de Pas, en La Regenta, lo era de la de Oviedo), penitenciario, ad efectum, apuntador, capitulante, domiciliario, expectante, extravagante, privilegiado, semanero, de gracia y honorario, a su servicio estaban los beneficiados, por eso la catedral tiene dos sacristías la más modesta de los beneficiados y la bonita sacristía barroca para los canónigos, donde se perpetró el famoso robo de 1935.

Pio Baroja, que de chaval vivió en Pamplona, y de cuya estancia cuenta sabrosas anécdotas en su libro “Juventud y egolatría”, en una de ellas hace referencia al canónigo de la catedral Tirso de Larequi, que cuando estaban haciendo el pata y jugando por el claustro se les aparecía enfundado en sus sotanas y les perseguía y les zurraba la badana: «(...)ese canónigo sanguíneo, gordo y fiero, que se lanza a acogotar a un chico de nueve años», y que habría de ser, para Baroja y para siempre, «el símbolo de la religión católica».

Consideremos la catedral como punto cívico clave, como casa común de todos desde su construcción; fue el primer lugar de reuniones y eventos importantes en tiempos medievales, en ella se coronaba a los reyes, así fue desde García el de Nájera (S. IX) hasta Fernando VII (S. XIX), se casaban, se les lloraban las exequias y eran enterrados, la catedral fue refugio en momentos de peligro para la población, punto de celebración cuando había motivo y última morada de muchos de los habitantes de la ciudad.

El primer recuerdo que yo tengo de haber estado allí fue la boda de mi primo Carlos en la Barbazana, tendría yo 7 u 8 años, ver toda aquella pompa y oropel en el claustro gótico, soleado, festivo, majestuoso, me dejó impresionado. Las aficiones nacen en la infancia.

Luego vinieron visitas con mis padres, algún bautizo, alguna boda, alguna semana santa, y cosas de esas, pero la que nunca olvidaré fue una que nada tenía que ver ni con la liturgia ni con el arte pero sí con el concepto de casa de reunión, de casa de todos. Era el 31 mayo del 74, 16 primaveras tenía. Ese curso lo estudié nocturno porque mi padre, harto de mis “grandes“ resultados académicos, me puso a trabajar de día en Chocolates Pedro Mayo y a estudiar de noche en el Ximénez de Rada. En clase había gente de mucha más edad que yo, eran adultos que querían cultivarse, y entre ellos había un trabajador de Authi que me convenció para que fuese con él a una asamblea de trabajadores que se celebraba en la Santa Iglesia Catedral, y, curiosón, allí que fui a ver, a vivir, por primera vez en mi vida, algo de carácter político-social. Todo iba bien hasta que de pronto se abrieron las puertas y entraron los grises al grito de “se acabó lo que se daba, desalojen la Catedral”, o algo parecido. A mí no tuvieron que decírmelo dos veces, salí tarifando, crucé el atrio por un pasillo de color “gris-miedo” inacabable. Apenas llegué a la calle Curia empecé a correr como alma que lleva el diablo porque la gente ya empezaba a salir a la carrera y en el interior ya se empezaba a repartir estopa a diestro y siniestro. No lo olvidaré jamás. Como tampoco olvidaré el día que saqué el Palio a hombros en la procesión del Corpus, o el día que toqué la Campana María gracias a mi amigo Patxi Martínez, o los conciertos que en los 80 se hicieron en el sobrecoro, o la misa flamenca maravillosa que se celebró hace tres años, y tantos “momenticos” sanfermineros la mañana del día 7 de julio, con el loco bandeo de la Gabriela, la Juana, el Cimbalillo, Santa Bárbara, La María y sus otras cinco compañeras de campanario, o las entradas de la Dolorosa en Semana Santa o los miles de paseos solitarios por la nave y por el claustro donde pasear y perder el tiempo es una de las mayores delicias que se pueden hacer en Pamplona. Cuando era gratis, claro.

Bien, sigue quedándome tela que cortar pero mis líneas son limitadas y he de acabar.

Sed felices. Hasta la semana que viene.

Besos pa tos.

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