tudela - “El muete iba encorriendo a una sargantesa que se escondía entre los tolmos de la empeltrería. El corro blincaba de los dos robos de tierra y tenía también unos peros en la parte del ribazo. El muete quería cazar a la sargantesa con un tirabique pero se cayó zurrundiando por la turrunquera del cabezo, se rompió la mandarra y se hizo una cachera. Lo llevaron al médico que le tuvo que poner una indición del tuétano”. Pocas personas que no sean de Cascante podrán entender este fragmento con el que el periodista Juanjo Romano inicia su libro Lexicón Cascantino en el que ha conseguido recopilar más de 500 palabras cuyo significado solo se entiende en esta localidad ribera. Como explicó Romano en la presentación, “en España además de las lenguas oficiales y cooficiales existen dialectos como el bable, ligallo, castuo o panocho pero también nosotros tenemos nuestra propia forma de hablar”.

origen Hace dos años Juanjo Romano se puso a recopilar términos de su localidad natal, Cascante. Este reconocido periodista y guionista de larga trayectoria ha realizado su carrera en Bilbao a donde se trasladó con 13 años ya que su padre, secretario judicial, fue destinado a Basauri. Radio Popular, Pueblo, Avui, Diario 16, La Gaceta del Norte, El Correo Español o ETB (Goenkale, Señorío de Larrea, Vaya Semanita o Aspaldiko) han disfrutado de su pluma y pese a su lejanía en Bilbao, siempre tuvo Cascante en la cabeza y en el corazón. “La idea era la de recopilar las palabras de los cascantinos para que las nuevas generaciones no las perdieran. Es una guía para no olvidarlas e invito a los lectores a que, de su puño y letra, vayan añadiendo las que no estén para una nueva edición”.

Romano recordó en la presentación cómo era su método particular para que sus hijos no perdieran el cascantino. Cada vez que viajaban a Cascante (todos los veranos) iniciaban una especie de concurso televisivo. “Cuando apenas tenían 10 años y veníamos de Bilbao hacíamos el ejercicio de resfrescar nuestro léxico cascantino. El examen comenzaba a la altura de Calahorra y terminaba al salir de la autopista. Era una buena manera de evitar los ‘¿cuánto queda?’ y ni qué decir tiene que todos pasábamos el examen con nota”.

En forma de diccionario se agrupan más de 500 términos (también motes) en los que se van desgranando las peculiaridades de este municipio como cachera, furuco, mandarra, rendilla, tufilla o meloncio. El autor no solo recopila las palabras sino que, en algunos casos, profundiza en su origen como con aldraguero. “Su origen está ligado al Monasterio de Tulebras. Las jóvenes hasta sus esponsales se recluían en el convento y quienes iban a verlas lo hacían en un lugar que se llamaba grado. Allí les contaban los últimos rumores del pueblo. Así, de ‘ir al grado’ a ‘aldraguear’ solo hay un paso”.

Las páginas van detallando y desgrananando los detalles del universo cascantino. El lector se encuentra con enigmas sin resolver como barbacana (sumidero de aguas fecales y no una fortificación avanzada), la distinción entre legaña y pitarra (viene del euskera pita y en Cascante se refiere al tamaño de las secreciones de los ojos) o diferencias entre aceituna y oliva, “solo los cascantinos sabemos que aceituna es siempre una oliva verde y que la oliva, por definición, es negra”, explicó.

joyas La colaboración entre el Ayuntamiento de Cascante y el colectivo cultural Vicus ha permitido editar esta obra en papel, aunque en un principio estaba pensada para su distribución gratuita a través de la red. De hecho, su precio es tan bajo que con los 5 euros de cada tomo solo se pretende cubrir gastos.

“Entre los cuatro centenares de términos recogidos hay muchos que no son exclusivos de Cascante, puesto que se dicen en casi toda la Ribera, pero también hay un buen puñado que pueden exhibir el título de cascantinismo. Que nadie se avergüence por llamar aldraguero al chismoso, por decirle gardacho al lagarto, o por comer una mengrana en lugar de una granada”.

Como bien señala Juanjo Romano, la obra sirve tanto para riberos como para cascantinos y existen un buen número de palabras reconocibles como ababol (ser un lelo), laminero (que te guste mucho el dulce), alcorzar (atajar) o bozo (pequeña bolsa de maíces o de pipas). Sin embargo el sello de cada pueblo se deja impreso, “fuera de Cascante si te dicen capullo es un insulto, pero aquí es una palabra cariñosa, como ‘cariño’, que suelen decir las madres. Las palabras no son vulgarismos sino señales arqueológicas enriquecedoras”.