En 1888 - Pamplona contaba con una estación de tren inaugurada tan solo 18 años antes, en 1860. Se encontraba situada fuera del casco urbano, junto a la carretera que conducía a los valles septentrionales de Navarra y a Guipúzcoa. El hecho de que el centro urbano de Iruñea se sitúe sobre una meseta dificultaba mucho la llegada del ferrocarril al centro, razón por la que hubo de construirse extramuros.

Durante la Segunda Guerra Carlista (1872-1876) se produjo un hecho curioso cuando, aprovechando la noche, los carlistas robaron dos trenes del Gobierno. Uno de ellos fue arrastrado por 20 yuntas de bueyes y el otro, como no quedaban más bueyes, lo sacaron los propios carlistas empujando, mientras desde Pamplona el ejército los batía a cañonazos. No sé a vosotros, pero a mí me parece que, conociendo al personal, esta aventura tuvo que fraguarse tomando vinos y cruzando una apuesta... ¿a que sí...?

Hoy en día la estación del Norte no se encuentra ya fuera de la ciudad, sino que se ubica en el centro de un conglomerado de barrios nuevos y en expansión que la rodean por todas partes. Antes de llegar a la estación, además, los trenes rodean la meseta, trazando una muralla que aísla al centro de los barrios y crea muchos problemas de comunicación a la gente. La eliminación de este “bucle” ferroviario es una vieja reivindicación de Pamplona que el Estado, que es quien ostenta las competencias en esta materia, tendrá algún día que resolver. Ya va siendo hora.

En cuanto a la aventura de los carlistas, fue recogida por Arazuri a partir de un texto de Ignacio Baleztena, y al parecer uno de los que mandaban a los carlistas era un tal Luis Tirapu, de Leitza, padre de Bernardino Tirapu Muñagorri, médico y euskaltzale. Y la calle que lleva su nombre desde 1964 transcurre por donde estuvieron las vías del Plazaola. Qué cosas?