- Xabier Castro es funcionario del Ayuntamiento de Pamplona desde 1996. Primero en el servicio de obras. Al externalizarse en 2005 le mandaron a la portería de un colegio, "pero me aburría como una ostra, y cuando salieron las oposiciones del cementerio, me presenté y las saqué", recuerda este vecino de Berriozar de 49 años. Desde 2007 ejerce de sepulturero en el cementerio San José de la capital navarra. Mucho mejor que de conserje porque "me gusta trabajar al aire libre y que sea un trabajo activo". Castro habla de su profesión con naturalidad porque lo natural es morirse, y explica cómo ha cambiado en este tiempo. Él ve una realidad muy jodida detrás de las cifras de víctimas, responsos más tristes que nunca. "Los sacerdotes dicen las mismas oraciones, pero antes había familias, más grandes o más pequeñas, pero siempre había gente. Ahora ya sabes que van a estar tres y el sacerdote, y además a dos metros unos de otros. La verdad es que la imagen es muy fría, se nota bastante más triste", expresa. Desde que se decretó el estado de alarma, esta sección ha querido poner en valor a aquellas personas que se exponen todos los días al COVID-19. Como los sepultureros, profesión al pie del cañón de la que normalmente no se habla.

Antes del coronavirus, los 12 enterradores del cementerio de Pamplona, a tres turnos, dividían sus funciones desde que entraban a las siete de la mañana. A esas horas en las que el cementerio está abierto pero apenas hay movimiento, hacen exhumaciones o traslados de restos. "Y a las nueve o nueve y media ya solemos empezar con las cremaciones. Normalmente, un servicio cada media hora", dice Castro. "Los hornos tienen una capacidad máxima, hay que tener en cuenta que trabajan a 800 grados. El máximo son ocho incineraciones diarias. Antes los cadáveres se podía dejar en depósito para quemar cuando hubiese lugar, pero ahora no se puede almacenar, el resto tiene que ir a tierra, a nicho o a panteón".

De habitual, mientras unos entierran, "otras 4 o 5 personas hacen labores de mantenimiento fuera. Ahora ni cortamos la hierba, ni podamos ni nada. Estamos cuatro trabajando, y el resto en casa". Se exponen lo menos posible para minimizar el impacto en un posible contagio y garantizar el servicio. Porque antes del coronavirus "un día de mucho trabajo podíamos llegar a 15 servicios, y la media era de unos nueve. Esta temporada 15 es lo normal", con picos de hasta 20 personas. "A veces terminas de tapar un nicho con cemento, y cuando vas a la puerta ya están viniendo tus compañeros con el siguiente. Andamos a trote cochinero, para arriba y para abajo para que no pare el servicio. Vamos llegando..." explica.

Castro recuerda que cuando comenzó la alerta sanitaria "andábamos justos de material, pero ahora estamos bien surtidos de guantes y mascarillas". Una de las medidas de prevención que afecta a las familias es que "a veces te pedían que abrieras la caja para ver al cádaver por última vez, por ejemplo personas que viven fuera y no llegan al tanatorio. Ahora lo tenemos terminantemente prohibido". Procuran mantener las distancias entre ellos "en la medida de lo posible. Porque cuando vas a coger el féretro no te puedes poner a dos metros uno del otro, pero cuando estamos esperando sí. Tampoco te puedes acercar a los familiares".