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La Chácena: Reinventarse sobre las tablas

El grupo de teatro joven amateur La Chácena se quedó a las puertas de representar 'Cabaret', su obra cumbre. Ahora busca alternativas para seguir creando

La Chácena: Reinventarse sobre las tablasPatxi Cascante

¿Cómo podría entenderse el teatro sin gestos? Sin expresión, sin expresividad, sin emociones... O sin contacto ni cercanía. Sin rostros, que ahora están prácticamente vetados, porque si hay que cubrirse la cara a todas horas con una mascarilla, ¿cómo puede uno descubrir lo que otro siente? Puede que exista un lugar al que las musas hayan conseguido escaparse para esquivar el virus pero en el arte, como en la vida, la cosa está complicada. Lo que está claro es que si hay algo por lo que destacan quienes se mueven sobre las tablas es por su capacidad para encontrar recursos. Y los que hay, exprimirlos. En ello están grupos pamploneses como La Chácena, conformado por una quincena de actores y actrices. Son jóvenes y son amateurs, dos factores que quizás ahora, lejos de ser una barrera, formen parte del cóctel perfecto.El germen de esta particular cantera es el Liceo Monjardín, donde Josune Iglesias impartió clases de teatro. Cuando sus alumnos y alumnas terminaron segundo de Bachiller quisieron seguir juntos y le propusieron a su profesora crear una asociación para que les dirigiera. Así nació, hace casi una década, el único grupo de estas características en la ciudad, que además ha conseguido labrarse un reconocimiento y un buen puñado de premios "aquí y también fuera", explica Iglesias, que prácticamente ha visto crecer a sus pupilos. "Muchos se han quedado, otros se han ido a Madrid, están en otras escuelas, y se ha ido incorporando gente nueva. Pero la verdad es que es una historia muy bonita".

Antes de que la pandemia arrasara con casi todas nuestras buenas costumbres, se juntaban los sábados, una vez por semana, en torno a 4 o 5 horas. Ensayan la propuesta que presentan después a la muestra de teatro amateur de Pamplona y con la aportación que consiguen invierten en la siguiente. Poco a poco han sido capaces de mover sus obras a diferentes escenarios hasta que el año pasado decidieron dar el gran salto con Cabaret, un montaje en el que se implicaron más de 30 personas. Participaron también músicos y técnicos, todos jóvenes y aficionados, voluntarios.

Hoy resulta casi impensable semejante despliegue, y el problema es que ellos se quedaron a las puertas de poder disfrutar de todo ese esfuerzo. "La estrenamos en la muestra de 2019. Teníamos función en Mendillorri, Lezkairu, e incluso en el Zentral: habíamos vendido en dos semanas todas las entradas". También Donosti, donde fueron ganadores de un premio el año pasado. Pero no la llegaron a representar en ninguno de esos lugares, "ni siquiera podíamos ensayarla, por el contacto físico y por el número de personas que implica", explica Iglesias con tristeza. "Fue un trabajo que en principio era casi inasumible, pero es un grupo muy entregado, son unos apasionados y lo sacamos adelante". No les ha quedado más remedio que aparcarlo.

Hasta marzo ensayaban en el civivox de Mendillorri y el de San Jorge o en Iturrama. Ahora les han acogido en la Casa de la Juventud aunque asumen que son tiempos difíciles: "Sin la expresión facial, sin gestos, sin tocarnos... Sin poder trabajar la proyección de la voz y con la incomodidad que supone la mascarilla, porque es un elemento que desconcentra mucho. Resta mucha naturalidad a la técnica de ensayo, de introducir un personaje, es realmente muy complicado", lamenta el grupo.

"La mascarilla resta gran parte del peso no solo del personaje sino de nosotros mismos, que estamos también implicados en la obra. Dentro del escenario y detrás de él, también en la calle", valora César Viguria, miembro del grupo, que reconoce que fue "terrible pasar de cien a cero" al perder todas las representaciones. "Lo más duro fue dejar de representar Cabaret -lamenta Karen Errea-. Nos implicamos muchísimo, hemos trabajado para llegar a conseguir lo que queríamos y cuando íbamos a mostrárselo a la gente ha sido cuando no hemos podido hacerlo". Otra compañera, Irene Sánchez-Casas, señala que "hay que pensar en el ahora, en el presente, porque es lo más valioso que tenemos". También Irantzu Miralles apuesta por abrirse a los cambios, "con ilusión".

Tal y como explica Nicolás Garrido, el año pasado realizaron una travesía teatralizada por el cañón del río Iran-tzu, "contamos una historia mientras van apareciendo seres mitológicos. Acudían más de cien personas. Íbamos a hacerla en marzo y ya no pudimos pero las recuperamos en septiembre con aforo reducido. Ha cambiado el formato y es una pena pero al menos se mantienen".

Después de darle muchas vueltas han decidido cambiar de aires con una obra diferente que irá destinada al público infantil. "Nos permitirá jugar más con las distancias y es un montaje más corto. Nos vamos a divertir porque necesitamos también este espacio para olvidarnos un poco. Va a ser un reto más pero ellos y ellas van a retomar su pasión", explica Iglesias, que anima a la gente a "seguir acudiendo al teatro, sobre todo al profesional, porque para quien vive de ello, es una situación tremenda. Hay que apostar por la cultura".