- Desde la asombrosa iglesia de San Saturnino, un camino recto lleva a pie al cementerio de Ustés entre viejos nogales que miran a nuevos cipreses recién plantados.

El pequeño pueblo, con 18 habitantes censados, forma junto con Aspurz y Navascués el valle conocido como el Almiradío, a orillas del río Salazar. Cuenta con 27 casas y cada una de ellas posee en él una tumba con su nombre .

A primera vista el cementerio nos dice que son 24 (22 tumbas familiares y dos panteones que destacan en la sencillez del conjunto). "Pero ahora son 27, las tres últimas casas se han levantado posteriormente", apunta Esteban Jauregui de Andrés, uno de sus vecinos que viene de limpiar y rodear con seto de boj la tumba de su familia, Villegas-Cemboráin.

Se reparten a ambos lados de un pasillo de viejo cemento que rehabilitarán el próximo año, y también el acceso para que se pueda llegar desde la iglesia en coche. Más de la mitad lucen cubiertas de coloridas flores frescas.

En la puerta de entrada, una cadena hace de llave y a su lado, la estela de la familia Maiza-López recuerda en la piedra labrada las ocupaciones de los que bajo ella descansan: la fragua y la caza, para el hombre y la huerta para la mujer, y el puente de piedra que identifica a Ustés y da la bienvenida.

En estos días todos los pasos llevan al cementerio, pero "en Ustés se visita mucho . Es una costumbre", añade María Jesús Villegas. Limpio y ordenado, aseguran sus vecinos que es la imagen que presenta todo el año. Pero no es menos cierto que el 1 de noviembre es cita ineludible, como la de la familia de Lorenzo Iriarte, su hijo y su hermano Luis. De Ustés irían a Aspurz, los dos pueblos de sus progenitores. "Hay que llevar flores a todos", afirma Lorenzo, mientras reza y canta Luis a pie de la tumba.

La de Todos los Santos es una fiesta popular, de las de regresar al pueblo, abrir la casa, saludar y sentarse a recordar. "Otros años, iríamos a la sociedad a tomar un vermú con unos fritos , pero ahora está cerrada. No se puede", lamenta Esteban.

La pandemia también se siente en este concejo, aunque no haya aglomeraciones ni necesiten restricciones horarias para acudir al cementerio.

Unos vendrán y se quedarán y otros se irán. Ustés es un pueblo de jubilados con muchas historias de éxodo rural , "pero no habrá ninguna casa que no venga a traer flores hoy o durante estos días", apostilla.

Generoso y acogedor vecino, vive en Casa Juliana, que enseña tres viviendas bajo un mismo tejado. Es su hogar y su ilusión la casa rural que regenta junto a su mujer, María Jesús. Esteban tiene 72 años y ha sido testigo de la vida de Ustés, incluida la transformación de sus casas y sabe también de la soledad que anuncia noviembre.

Soledad, vacío y cierto temor hacen que viviendas como la Casa Elizari ( ubicada frente a la iglesia) no permanezcan abiertas todo el año, pero estos días, si. Primero, la visita al cementerio y después, Francisco Cemboráin, su dueño aprovechará para hacer remiendos por casa. "Cada quince minutos cambio de gremio", resume este activo octogenario. Reconoce, como algo bueno de la covid que pasa más tiempo y de mayor calidad en Ustés. Entretenimiento no le falta y respira con mayor libertad.

Desde el cementerio a las huertas y restos de las eras, los gatos se cruzan por las calles que conservan el antiguo empedrado. El silencio que se respira queda solo interrumpido por los saludos de vecinos y vecinas que van llegando. En el lugar , la paz de Ustés se hace mayúscula bajo el cielo azul intenso y un luminoso paisaje dorado de otoño.

Hoy es domingo y toca honrar a los muertos. Si hay quorum, llamarán a los curas de Ochagavía y celebrarán misa por su descanso eterno.