- En Viloria, en las faldas de la abrupta y vertiginosa sierra de Lokiz, todavía huele a carbón. Ese olor a leña cocida, que inundó el pueblo y todo el valle de Lana hasta mediados del siglo XX, ahora solo proviene de las tres carboneras de Miguel Lander Asarta, el último carbonero de Navarra. "Como medio de vida solo quedo yo. En el pueblo hay dos jubilados que también tienen carboneras. Pero lo hacen por hobby, para tener buenas brasas para las chuletas y los pimientos", asegura Miguel con una sonrisa. El oficio es familiar y viene de lejos, tanto que pierde la cuenta al remontarse en el tiempo: "Mi padre fue carbonero, mi abuelo también, mi bisabuelo lo mismo y estoy seguro de que el padre de mi bisabuelo€ viene de muy atrás", resume.

Hasta la década de los 60, relata, Viloria vivía casi exclusivamente de las carboneras. "El pueblo tendría unos 200 habitantes y la inmensa mayoría vivía del carbón", explica. Gran parte de la producción se transportaba a Araya, Álava, donde el carbón se empleaba para fundir metales. Es más, tanta fama llevaba el pueblo y el valle, incide, que muchos vecinos recibían llamadas para ir a fabricar carbón a otros pueblos como Oñati u Oca.

Sin embargo, la metalurgia empezó a utilizar hornos eléctricos y "las empresas dejaron de comprar", señala. "Nuestro carbón ya no valía nada y mucha gente del pueblo y del valle tuvieron que marchar y buscarse la vida. Se fueron a trabajar a las fábricas de Vitoria y a Mondragon y aquí solo nos quedamos los que teníamos tierras y ganado", subraya.

Miguel nació en 1962 y recuerda cómo los vecinos se fueron yendo progresivamente. "Entre los años 60 y 70 el pueblo se despobló", apunta y pone como "mejor" ejemplo su trayectoria escolar. Comenzó en Viloria, "aún éramos niños suficientes como para mantener la escuela abierta", pero con ocho años los mandaron al colegio de Galbarra, la capital administrativa del valle. A los cuatro años tuvo que irse a estudiar a Estella. En la actualidad el pueblo cuenta con 15 habitantes.

Durante su infancia, Miguel pasaba las tardes con su abuelo, Cipriano Lander, mientras aprendía el oficio de carbonero. "Empecé a los 4-5 años. Enredaba. Acompañaba al abuelo a las carboneras y apagaba los fuegos con los calderos de agua. No teníamos juguetes, así que nos distraíamos así", recuerda. Disfrutaba tanto que, en época de hacer carbón, y ya más mayor, se quedaba a dormir con su abuelo en la cabaña que la familia había construido en el monte junto a las carboneras. "Teniendo las carboneras con el carbón no se podía bajar a casa. Había que vigilar, así que nos subían la comida y nos quedábamos a dormir", rememora.

La elaboración del carbón vegetal comienza con la compra de un lote de encinas al concejo del valle de Lana. La madera de este árbol es la mejor para el carbonero por ser compacta, de larga combustión y por la cantidad de calorías que genera: "Nuestros clientes son restaurantes y sidrerías y lo que quieren es encender la hoguera a la una del mediodía y que la brasa dure hasta las cinco de la tarde", indica. Antaño utilizaban hayas, robles, castaños€ "Para la fusión de los metales valía todo, solo tenían que ser maderas duras".

Las encinas adquiridas se empiezan a talar en noviembre y se prolonga hasta marzo. "Intentamos que los trozos sean de un metro y rectos. De esta manera, la carbonera se mantendrá estable y no se caerá" explica Miguel, que durante todo el proceso cuenta con la ayuda de su hijo Arkaitz. Y añade que los trozos más gordos los parten por la mitad para que después se cuezan sin problemas: "Como se hace con la carne gorda, que se abre un poco porque le cuesta más hacerse por dentro", bromea. Toda esa madera se va apilando en montones y hacia el mes de abril o mayo, "cuando ya sabemos que va a venir el tiempo seco", padre e hijo suben con el tractor, cargan toda la madera en el remolque y la bajan a Viloria.

En este momento, mediados de mayo, se empiezan a construir las primeras carboneras: los troncos se colocan en forma de cono, primero los más grandes, que ejercen de base, y después el resto de leña a carbonizar. En la parte superior, se deja un hueco que hará de chimenea y se abren unos pequeños orificios que sirven de respiraderos y que conforme los troncos se vayan cociendo el carbonero los irá trasladando cada vez más abajo. De esta manera, se facilita el avance de la brasa y se impide que el fuego se ahogue. Por último, la carbonera se cubre con paja u hojas y sobre ella se vierte tierra seca.

Cuando todo está listo, el carbonero introduce unas brasas por la chimenea junto "con palos secos que ayudan a la combustión inicial", manifiesta. A partir de ahí toca esperar, unos diez días, y sobre todo vigilar: "Hay que estar pendiente las 24 horas del día. Durante el día estoy yo y a la noche Arkaitz. También hay que estar a las tres y cuatro de la madrugada", confiesa. El mayor peligro al que se enfrentan es que los troncos ardan, saldría ceniza, en vez de que se cuezan, sale carbón. "Si anda mucho aire hay que tapar los respiraderos porque si no entra mucho oxígeno y la carbonera puede arder". Para evitarlo, Miguel siempre aplica un truco: fijarse en cómo sale el humo por la chimenea y sobre todo el color del fuego. "Si es azul significa que el fuego está ahí. Entonces hay que cerrar los respiraderos porque si entra más oxígeno empieza a arder".

A los diez días ya hay carbón, pero todavía no se puede recoger. Primero hay que quitar toda la tierra y la paja, segundo tapar todos los agujeros para que la carbonera se apague y tercero esperar a que el carbón se enfríe durante otros tres o cuatro días. "Cuando ya está frío lo sacamos y lo guardamos en unos sacos de unos 22-23 kilos que van directos a un almacén. De ahí ya al restaurante o a la sidrería", comenta.

Miguel también posee vacas de carne que vende a la cooperativa de vacuno y ovino de Navarra. Por suerte, ambos calendarios, vacas y carbón, se compaginan. Ahora, con la llegada del invierno, las vacas pastan por las praderas cercanas a su casa. Mientras, Miguel y Arkaitz suben al monte a talar las encinas. En el mes de mayo, cuando padre e hijo tienen que estar controlando las carboneras en el pueblo, ellas suben a la sierra de Lokiz y a la noche las bajan. A pesar de que las dos labores son "muy duras", confiesa que las vacas le dan mucho más trabajo. "Son más esclavas porque hay que estar con ellas los 365 días del año. Sin embargo, tú puedes decidir hacer o no hacer carbón", reflexiona.

"Empecé a los 4-5 años con mi abuelo. Le acompañaba a las carboneras y apagaba el fuego con los calderos de agua"

Carbonero y ganadero